Infomadrid. Beatriz Aragoneses. – La Iglesia celebra el próximo 19 de marzo, coincidiendo con la solemnidad de san José, el Día del Seminario, con el lema Levántate y ponte en camino. La Conferencia Episcopal Española recuerda que levantarse es una de las expresiones más repetidas en la Sagrada Escritura. Refleja esa historia de salvación que Dios hace con cada uno de los hombres, a quienes insiste permanentemente en levantarlos para que no se aparten del proyecto de vida que les ofrece.

Así le ha pasado a Felipe Rodríguez, seminarista de 6º curso en el Seminario Conciliar de Madrid, que en unos meses será ordenado diácono [en la imagen inferior, segundo por la derecha de pie, junto al resto de compañeros de curso]. Su estado de WhatsApp, «Vive bien, vive feliz», resume su experiencia vital. El amor de Dios, explica, lleva por caminos que quizá nunca se esperaron, pero si uno se confía y abandona en Él, y deja de intentar tener el control de todo, puede realmente llevar una vida plena. Este seminarista decidió «dejar de hacer el tonto y ser feliz», y esta felicidad solo se encuentra «cuando has descubierto el sentido de la vida, que es Cristo».

Felipe tiene 37 años y es nacido en Venezuela, aunque de origen portugués. A España llegó hace seis años después de un intento de vivir en Portugal, tres meses en Argentina, siete años en el seminario de Caracas que después abandonó… Pero Dios es fiel y nunca abandona. Y esto lo puede decir Felipe bien alto. Cuando tenía 11 años, su hermano de 18 —el mediano, porque el seminarista tiene una hermana mayor— murió en accidente de tráfico. De la tragedia la familia sacó un bien. Se unieron mucho más y se acercaron a la Iglesia. De hecho, hasta entonces solo se dejaban caer en Semana Santa, Navidad… Tanto, que «mi hermano murió en agosto y yo había hecho la Primera Comunión ese mayo» y, entre un mes y otro, «dejamos otra vez de ir a Misa».

Pero el accidente lo cambió todo. Empezaron a coger por costumbre juntarse los domingos para asistir a la Eucaristía, comer y visitar el cementerio. Se unieron como familia, «dábamos más valor a estar juntos» y, si bien ahí no surgió una llamada vocacional en Felipe, sí «comenzó una vida de Iglesia». Empezó a involucrarse en su parroquia de Caracas, formó parte del coro, y a los 16 años hizo unos ejercicios espirituales en los que «empiezo a pensar un poco más qué es esto de ser cristiano», lo que implica realmente «amar al otro» y le surge una inquietud por «cómo vivo la fe».

¿Qué es eso de ser sacerdote?

Al terminar el Bachillerato, Felipe le preguntó a su párroco qué era eso de ser sacerdote, pero él le animó a seguir estudiando e ir viendo poco a poco. Se matriculó en Publicidad y «en la universidad se me pasó por completo la cuestión del sacerdocio», ríe. Pero unas prácticas en una revista de eventos sociales al terminar la carrera, en la que contaba vidas regaladas cuando ya en Venezuela se comenzaban a vivir los años más duros de restricciones, le sumió en la contradicción. «Me rompí por completo» y fue el momento en el que decidió entrar en el seminario.

Esa primera fase no le fue bien. Diversas cuestiones lo llevaron, siete años después, a abandonar. «Fue muy difícil», cuando ya casi había terminado el proceso, «volver a buscar el sentido de la vida». Viajó a Argentina, donde trabajó como fotógrafo con una compañera de la universidad que era atea pero que, sin embargo, le puso en verdad. «Si crees en Dios, no dejes la fe por los problemas que hayas podido tener». Así que lo acompañaba los domingos a Misa y, ya de paso, le hacía preguntas que a Felipe también le ayudaban.

Confianza y abandono

Hace seis años, unos amigos le ofrecieron una habitación en Madrid para vivir. Le salió rápido un trabajo como teleoperador de un seguro médico y empezó a «peregrinar» por parroquias buscando una comunidad. Recaló en Nuestra Señora del Pilar, donde se sintió rápido «como en casa». «Dios me decía “no estás solo, siempre te estoy cuidando”, por más que yo sentía que había abandonado la vocación». Felipe comenzó entonces un proceso «de perdonarme, de aceptar que Dios me amaba, que no me había dado la espalda», y entonces volvió a surgir la búsqueda del sentido de su vida.

El párroco le propuso volver a intentar el sacerdocio. «Lo acepté como para cerrar el círculo, como para decir que esto no era lo mío… ¡Y llevo ya cuatro años!», vuelve a reír. Porque aquí en Madrid, Felipe decidió confiar y abandonarse en Dios, «no querer tener yo el control de todas las situaciones», y entonces dejó espacio a las sorpresas de Dios. Se dio cuenta de que «no puedo vivir sin su amor», y que era absurdo intentar llevar una vida paralela a ese amor.

Por eso, a pocos días del Día del Seminario, anima a los jóvenes que aún muestran reticencias: «Nunca estaremos completamente seguros de lo que pasará mañana, pero con Dios tendremos la seguridad de que estaremos bien. Él va abriendo el camino; solo hay que abrir el corazón».

Cómo ayudar al Seminario Conciliar de Madrid

Felipe se sintió acogido inmediatamente en el Seminario Conciliar de Madrid. Y esto es lo que mas destaca, la fraternidad, «el ambiente, ese clima de confianza, tanto con los formadores como con los seminaristas». Él lo ha podido experimentar de una manera quizá más plena porque, al haberle convalidado parte de los estudios, ha hecho solo cuatro cursos con los de 1º, 3º, y 5º y 6º, de modo que ha conocido a muchos de los jóvenes del seminario. Actualmente desarrolla la etapa pastoral en la parroquia Nuestra Señora de Moratalaz, donde atiende los grupos de monitores jóvenes, los niños de catequesis de Comunión, el grupo de padres una vez al mes, «y lo que surja».

Quizá lo que más le ha costado ha sido retomar los estudios después de tantos años, pero aquí también es agradecido por esta nueva oportunidad. Una circunstancia que, reconoce, no habría sido posible si no estuviera becado. «Yo tenía mi trabajo, pero al entrar aquí no tenía a nadie que pudiera ayudarme». Así que agradece infinitamente que haya personas que colaboren con el seminario. «Aunque sea con cinco euros al mes», hacen posible que nadie se quede sin prepararse para el sacerdocio por una cuestión económica. «Es vivir ese don de Dios, que está cuidando las vocaciones».

El joven venezolano es uno de los 84 seminaristas que se forman en el Seminario Conciliar de Madrid; todos tienen una beca parcial y muchos de ellos, como Felipe, total. Cada uno requiere 25 euros al mes para formación, 50 euros para manutención y 100 euros para alojamiento, lo que supone un coste total de 15.000 euros al año. El centro hace un llamamiento en este Día del Seminario a la colaboración para poder seguir formando sacerdotes. Se puede hacer llamando al 913652941, a través de la página web semionariomadrid.org o bien mediante un Bizum al 01369.

Materiales

La Subcomisión Episcopal para los Seminarios ha elaborado los materiales para apoyar la celebración de esta jornada, que cada año se presenta como una ocasión para pedir, dar gracias y mostrar la cercanía con los seminaristas, sus formadores y las vocaciones sacerdotales.