FIESTA DE PENTECOSTÉS (Ciclo C)

1.- En Pentecostés el relato principal de la Palabra de Dios es el que hemos escuchado de los Hechos de los Apóstoles, el de la irrupción del Espíritu Santo:

  • En el Evangelio vemos a Jesús prometiendo a sus discípulos un defensor, el Espíritu Santo, que les recordaría y haría comprender todas sus enseñanzas.
  • Lo que había sucedido entonces en el interior del Cenáculo, estando las puertas cerradas, más tarde, el día de Pentecostés, es manifestado también al exterior, ante los hombres. Se abren las puertas del Cenáculo, y los apóstoles se dirigen a los habitantes y a los peregrinos venidos a Jerusalén con ocasión de la fiesta, para dar testimonio de Cristo.
  • Y todos, hablando diversas lenguas, se entienden. Es el icono de la unidad y la fraternidad universal, a diferencia del icono de Babel, en el que la humanidad globalizada está en una misma torre, pero, aunque todos hablen la misma lengua, no se entienden, y están enfrentados entre sí.
  • Y si San Pablo en su Carta a los Romanos nos dice que “no hemos recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar “Abba! (Padre). Esta es el secreto de la libertad (incluso ante la ley), de la paz y de la alegría del cristiano: saberse en el Espíritu Santo hijo amado de Dios.

2.- Así, en Pentecostés, se sintieron los apóstoles llenos de los siete dones del Espíritu, que todos recibimos y que conviene siempre recordar:

  • El don de la Sabiduría: El mismo Espíritu que hace posible en el “si” de María a la Encarnación de la Sabiduría eterna de Dios, espera nuestro “si” para transformarnos según el Verbo de Dios, según su sabiduría.
  • El don del entendimiento: Por el que podamos comprender cada vez más y mejor los misterios de la fe. Todo cristiano, por este don, es un mistagogo, un escudriñador de la fe. Si se desprecia o no se busca ni se pide este don, la comprensión de la fe se paraliza, hasta que se pierde.
  • El don de consejo: Por este don podemos escuchar permanentemente como en el fondo del corazón Él jamás para de susurrarnos sus consejos. Y por este don, signo de la madurez del cristiano, unido a una buena formación, podemos aconsejar a los demás.
  • Fortaleza: También sólo Él puede hacer que podamos ir contracorriente, y dar público testimonio de la fe, hasta dar la vida por no dejar de confesarla. El cristiano puede hacer cosas insospechadas, pues por sus venas corre una sangre que no es mortal: es la fuerza del Espíritu Santo.
  • Ciencia: Por Él podemos ver la creación no con nuestros ojos de creatura, sino con los ojos del Creador. Él nos hace ver el “hilo de oro” que vincula toda la creación en la mirada del Padre sobre el Hijo, en el amor: todo creado por amor, todo en un único designio del amor.
  • Piedad: Que no es tener compasión, o ser muy devoto, sino el don de saberse y de encontrarse a gusto en nuestra verdadera casa: la casa de la Trinidad, del cielo, la Gloria de Dios, y sentir la necesidad de la oración, y de los sacramentos, para gustar ya aquí la vida de Dios.
  • Temor de Dios: que no es miedo a Dios, sino conciencia de nuestra condición de criatura débil y limitada, y en el escalofrío de nuestra más absoluta inseguridad, sentir la necesidad de confiar en el amor de Dios.

3.El Papa Francisco nos ha alertado varias veces a no encerrarnos en nuestras ideas fijas y nuestras seguridades. Cuando esto ocurre, nos dice, admitámoslo, “el Espíritu Santo nos da fastidio. Porque nos mueve, nos hace caminar, impulsa a la Iglesia a ir adelante (…) Queremos domesticar al Espíritu Santo. Y esto no funciona. Porque Él es Dios y Él es ese viento que va y viene, y tú no sabes de dónde. Es la fuerza de Dios; es quien nos da la consolación y la fuerza para seguir adelante”.

4.- En este día de Pentecostés la Iglesia celebra de un modo especial el día del Apostolado Seglar, del testimonio de los laicos en nuestra sociedad. El sábado pasado falleció (y el próximo miércoles tendremos aquí su funeral) un buen ejemplo de “Católico en la Vida Pública” que fue Fernando Álvarez de Miranda. Mi amistad con él me permitió conocer de primera mano:

  • el esfuerzo por el diálogo y la conciliación propiciado por los católicos en la Transición (Cuadernos para el Dialogo, Grupo Tácito de los propagandistas),
  • como un embajador puede salvar vidas y evitar una guerra civil (pude estar con él cuando fue Embajador en El Salvador),
  • defender a los más débiles de la sociedad (como Defensor del Pueblo),
  • y trabajar por una Europa unida y solidaria, como la que sueña en el Papa Francisco y nos contaba en su recién discurso al recibir el Premio Carlomagno).

Testimonios como el de Álvarez de Miranda no sólo nos sirven de contraste ante el mal de la corrupción política, sino que también nos sirven para entender dos cosas:

  • Por un lado lo que decía Pablo VI, que la “caridad política” es la forma más perfecta de la caridad, pues es la que mayor servicio puede hacer al bien común.
  • Y por otro que no sólo en este ámbito, sino en todos los ámbitos de la sociedad, sois los laicos los que estáis en la vanguardia de la construcción del Reino de Dios, allí donde os ha tocado trabajar, movidos por el Espíritu Santo.