VIERNES SANTO: JESÚS ABANDONADO
Isaías 52,13-53,12; Hebreos 4,14-16;5,7-9; Juan 18-1-19,42
HABLA LA PALABRA: ¿Quién?
La liturgia de la Palabra del Oficio del Viernes Santo está centrado en la Cruz, o mejor dicho, en el Crucificado. ¿Quién es el que está clavado en la Cruz?:
- Quién “soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores”. A quien “nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado”, profetiza Isaías.
- Quién, “a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos que lo obedecen en autor de salvación eterna”, nos señala la Carta a los Hebreos.
- Quién, en la cruz, sabiendo “que todo había llegado a su termino”, “inclinando la cabeza, entregó su espíritu”, como nos narra el final del largo relato de la Pasión del Evangelio de Juan.
HABLA EL CORAZÓN: ¿Por qué?
- En ese largo relato de la pasión el apóstol Juan no se ha atrevido a poner el fortísimo grito de Jesús en la cruz que aparece en los relatos de Marcos y Mateo, cuando exclama: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”
- Más que una frase del salmo 22 que dice Jesús, es una frase de Jesús que dice el salmo 22. Un abandono real para la humanidad de Jesús, porque Dios la deja en su estado sin intervenir. Abandono irreal para su divinidad, porque Jesús, siendo Dios, es Uno con el Padre y con el Espíritu Santo.
- “Midiendo todo el mal de volver la espalda a Dios contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina de la unión filial con el Padre, percibe de un modo humanamente inexplicable este sufrimiento que es la separación, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios” (san Juan Pablo II. Salvifici Doloris, 18) .
- “Y es entonces en este dolor-amor de la pasión, de la soledad de Jesús, de su dolor físico pero sobre todo de su dolor espiritual, en la experiencia de sentirse completamente abandonado, y clavado en la cruz, como Dios ha vencido todo el mal: sólo el ha podido llenar todo vacío, iluminar toda tiniebla, borrar todo pecado, y acompañar toda soledad. También todos mis vacíos, mis oscuridades, mis pecados, y mi soledad.
- Porque, como explica San Ireneo, tuvo que «hacer suyo» todo eso para salvarlo, tuvo que asumirlo, que sufrirlo, que experimentarlo, tuvo que bajar a los infiernos para rescatarnos del infierno.
HABLA LA VIDA: ¿Para qué?
La Sierva de Dios Chiara Lubich, con 20 años, habiendo dejado a sus padres en las montañas, se había quedado en Trento (Italia) cuando empezaron los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, y con ella sus mejores amigas, para asistir a los enfermos y mutilados, y aliviar a todos. Una de sus compañeras se contagió por la falta de higiene del hospital de campaña y su fiebre amenazaba su supervivencia. Al llegar el sacerdote para administrarla la unción de los enfermos Chiara le preguntó: “¿Cuándo Jesús sufrió más en su pasión?”. Y el sacerdote la contesto que, a su parecer, en su grito de abandono en la cruz. Juntas, alrededor de la enferma, consagraron su vida a Jesús Crucificado y Abandonado. A partir de aquel momento descubrieron que estaba en todas partes, esperando ser abrazado y salvado, porque, sin duda, “él resultaba ser: para el mudo, la palabra; para quien no sabe, la respuesta; para el ciego, la luz; para el sordo, la voz; para el cansado, el descanso; para el desesperado, la esperanza; para el hambriento, la saciedad; para el iluso, la realidad; para el traicionado, la fidelidad; para el fracasado, la victoria; para el miedoso, la valentía; para el vacilante, la seguridad; para el extraño, la normalidad; para el solo, el encuentro; para el separado, la unidad; para el inútil, lo único que es útil. El descartado se sentía elegido. Jesús Abandonado era para el inquieto, la paz; para el refugiado la casa; para el excluido, la compañía”.
Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis del Arzobispado de Madrid.