FESTIVIDAD DE TODOS LOS DIFUNTOS: VENID A MI

Job 19,1.23-27a; Corintios 15,20-24ª.25-28; Mateo 11, 25-30

HABLA LA PALABRA: Veré a Dios

La Palabra de Dios del día de todos los difuntos constituye una armoniosa confesión en el don de la eternidad otorgado por Dios a los hombres:

  • Job confiesa rotundamente: “Veré a Dios, yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos verán a Dios”
  • San Pablo explica como será: “Primero Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino”.
  • Y Jesús es el que llama: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.

HABLA EL CORAZÓN: Ocultar la muerte

  • Hoy la Iglesia conmemora a todos los difuntos. Un día enmarcado en una paradoja: cuanto más penetra en nuestra sociedad la cultura de la muerte, más es la muerte un gran tabú, una realidad extraña que debe ser, incluso físicamente, escondida. Algunos ejemplos:
  • La muerte provocada con batas blancas: se mata a los no nacidos incómodos con métodos terribles y a los ancianos inútiles sedándoles.
  • Se ocultan las muertes de verdad del hambre, la guerra, el suicidio, y se muestran en la televisión las muertes de ficción de una violencia normalizada.
  • Se les enseña a los niños a familiarizarse con el maligno, ahora a través de horrible importación del infernal hallowwen de almas sin destino.
  • En los hospitales se muere en una especie de áreas de radioactividad, a las que sólo tienen acceso sus oficiantes profesionales.
  • Los mismos que se lamentan de que para mucha gente la muerte es algo tan imprevisible, que sólo la aceptan como una fatal equivocación médica.
  • En los tanatorios sólo se nos permite asomarnos a ver los cuerpos de nuestros seres queridos a través de unos grandes ventanales.
  • El tradicional rito cristiano de orar en la capilla ardiente de las casas es sustituido, también para los cristianos, por un rito laico frío y hermético.
  • Sólo la Iglesia acompaña a los moribundos y a sus familiares desde el realismo y desde la esperanza, es decir, sin ocultar la muerte, rescatándola del silencio, y mirándola con una certeza, la de la existencia del Dios del amor, cuya gloria es la vida del hombre. Sólo la Iglesia se atreve a ofrecer un significado a la muerte, porque en realidad, sólo la Iglesia se atreve a ofrecer un significado a la vida. En cada uno de los momentos la Iglesia trata de hacerse presente:
  • Primero con los capellanes de los hospitales, que no sólo atienden a los enfermos en el trance de la muerte, sino también con su recomendación a la misericordia divina, y con la atención y el consuelo a las familias.
  • En los tanatorios las diócesis tienen enviados capellanes permanentes, o se acercan de las parroquias más cercanas, que visitan los velatorios, hablan con las familias, promueven la celebración de liturgias de la palabra, y celebran misas por los difuntos de cada día en las capillas.
  • En los cementerios se procura una atención lo menos rutinaria, con la asistencia en tantos casos los sacerdotes de la parroquia o los más cercanos a las familias.
  • Las oraciones del ritual de exequias se escogen según la edad del difunto y las circunstancias de cada muerte.
  • El momento de cercanía de la Iglesia más apreciable es el del funeral en la parroquia, donde mostrarse la comunión de toda la Iglesia con una familia cristiana.

 HABLA LA VIDA: La viuda dubitativa

Cuentan que en una aldea gallega las mujeres murmuraban por una viuda que, acercándose el día del primer aniversario del fallecimiento de su esposo, no había notificado la celebración de ninguna misa por eterno descanso. El murmullo llegó al párroco, al que las piadosas mujeres del pueblo le preguntaban si iba o no a tener lugar dicha celebración. El cura fue a visitar a la viuda, para preguntarle por su intención. La viuda dijo estar dubitativa, y contestó, como buena gallega, con una pregunta: “¿Y para que sirve celebrar una misa de aniversario? Si esta en el cielo, no la necesita y si está en el infierno, no lo va a sacar de allí”. A lo que el párroco, siguiendo el argumento de la viuda, contesto, como todo gallego, con otra pregunta: “¿Y si está en el purgatorio?” A lo que la viuda, sin pestañear, contestó: “Nuca he sido partidaria de las influencias”. La anécdota, aunque chistosa, nos sirve para plantearnos nosotros el valor de la “influencia” de nuestras oraciones, sobre todo cuando no buscan nuestro beneficio, sino el eterno beneficio de nuestros seres queridos: El “Pedid, y se os dará; llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis”, también sirve para pedir, buscar y llamar a las puertas del cielo.

Manuel María Bru Alonso, delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.