Cristo es Rey, Rey de cielos y tierra, no es rey de este mundo, pero si para este mundo. Las lecturas que acabamos de proclamar lo describen:
- La lectura del profeta Daniel, el salmo 92, y el libro del Apocalipsis ven la realeza de Dios en el Hijo del Hombre:
- que vendrá vestido de majestad, entre las nubes del cielo,
- como Señor de pueblos y naciones de toda lengua y cultura,
- como Alfa y Omega, como principio y fin.
- El Evangelio, en cambio, no nos describe su venida en gloria,
- Sino que nos muestra al Hijo del hombre vilipendiado, acusado injustamente, humillado, sometido al interrogatorio del poder de este mundo, que como siempre, se burla de él. “Con que, ¿Tú eres Rey?”.
- Nos muestra al Hijo del hombre que contesta: “Tu lo dices: soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
La verdad. Pero, “¿Qué es la verdad?”, le pregunta a renglón seguido Pilato. Esta es precisamente la gran pregunta que el hombre de hoy, que el mundo de hoy, le hace a Jesús, le vuelve a hacer a Jesús.
- No vivimos inmersos en una crisis de fe, como a veces decimos. No. El hombre de hoy, como el de todos los tiempos, necesita creer como necesita respirar. Cree, siempre cree. Y si no cree en Dios:
- Es que creé en si mismo, sólo en si mismo, condenado a la soledad de la desconfianza y la soberbia, midiendo todo lo que hay consigo mismo. Apegándose a su riqueza y a su imagen. Se cree el centro del universo. Huye el misterio.
- O creé en las fuerzas ocultas del mal, o del azar y la suerte, o de las cartas y las supersticiones, o de los magos de lo oculto, para encerrar el misterio en un cuarto trasero, para hacer de la vida y de la muerte un juego macabro.
- La crisis de nuestro tiempo es una crisis de verdad, y por ello, de bondad y de amor. Es el relativismo. Si no hay verdad y falsedad, si todo puede ser verdadero o falso a la vez, o no serlo nunca, entonces tampoco hay bien y mal, y tampoco amor y desamor.
- No vivimos una crisis de increencia, sino de cinismo. “No hay verdad”, dice el cínico; en todo caso, tu verdad, mi verdad, siempre con minúscula.
- Se nos quiere hacer creer que toda pretensión de verdad es una quimera peligrosa, origen y fermento de todos los fanatismos. Que sólo en un clima de opinión relativista es posible la democracia y el progreso. Y se equivocan. Más bien es todo lo contrario.
- ¿Por qué somos tan débiles ante el fanatismo de los terroristas que dicen matar en nombre de Dios? Porque habiendo renunciado a anhelar la verdad, a amar la verdad, hemos renunciado también a identificar la mentira y el mal. Ya no existen. Todo son opiniones.
- Y como no existe la verdad y la mentira, tampoco existe el bien y el mal. Sólo existen los sentimientos y las sensaciones, porque son subjetivas: el temor o la tranquilidad, el sosiego o el dolor. Nos horrorizamos, y hasta nos indignamos. Pero no nos defendemos con la fuerza imparable de la verdad, de la bondad, y del amor.
En un aula un profesor decía a sus jóvenes pupilos: “Veis esta mesa, pues por eso decimos que existe. Veis esta pizarra. Pues por eso decimos que existe. ¿Veis a Dios? Pues entonces Dios no existe”. Un estudiante levantó la mano y le dijo: “Profesor: ¿ve usted el aire que respiramos, o las ideas de nuestros pensamientos, o los deseos de nuestro corazón, o lo que amamos y lo que despreciamos? Entonces, sino lo ve, según usted no existimos”.
- Este estudiante no se cayo, habló sabia y oportunamente, y lo hizo en la caridad, porque ni hay verdad sin caridad ni hay caridad sin verdad.
- El drama de nuestro tiempo no está en todas las veces en las que hemos elegido el error en lugar de la verdad, o el mal en lugar del bien. Esto ha ocurrido siempre. El drama de nuestro tiempo es que nos hemos creído que no hay ni verdad ni falsedad, ni bien ni mal, ni amor ni desamor. Y por eso reina la confusión, el príncipe de la mentira, en lugar de el Príncipe de la paz, el Dios del amor.
- Cristo Rey del Universo: Ven, y reina en mi corazón, y que tu reino se habrá paso en esta tierra, como el rocío que la empapa, y nos lleve a tu cielo, donde Reinará la justicia, la paz y el amor verdaderos.
Para la HOMILÍA DE LA SOLEMINIDAD DE CRISTO REY (CICLO B)