QUINTO DOMINGO DE PASCUA (B): UNIDOS A LA VID

Hechos 9,26-31; 1 Juan 3,18-24; Juan 15,1-8

HABLA LA PALABRA: Sólo así podemos dar fruto

La palabra de Dios de este V Domingo de Pascua es providencial para que, como cristianos, nos replanteemos como responder a los desafíos de del tiempo presente:

  • En los Hechos de los Apóstoles vemos a unos cristianos un poco “timoratos” que desconfían del ímpetu de la novedad que trae Pablo, el perseguidor de cristianos convertido en apóstol del Cristo. Es una llamada a la confianza en el Espíritu Santo que hoy guía a su Iglesia, a través del nuevo Papa, de los nuevos carismas eclesiales, de los nuevos desafíos.
  • En el salmo 21, además de cantar la esperanza en que Dios reunirá a todos los pueblos en su alabanza, se nos dice que “los desvalidos comerán hasta saciarse”, es decir, en lenguaje preciso menos poético, que habrá en la tierra justicia social distributiva. Es una llamada a superar la indiferencia y tener un fuerte compromiso social.
  • En la primera carta de Juan encontramos un imperativo, seguramente el único imperativo directo que en el Nuevo Testamento se repite hasta la saciedad: “no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”. Es una llamada a la concreción, a la parresía de la fe, al riesgo por vivir el Evangelio del amor.
  • En el Evangelio Jesús nos deja bien claro que nos decía Benedicto XVI, que lo suyo no es una ideología ni una doctrina, ni una moral, sino una persona. Sólo unidos a él, la vid, podemos dar fruto, y fruto abundante. Es una llamada a la espiritualidad bien entendida, es decir, a la necesidad de estar unidos a Cristo en la oración, en la contemplación, y también a la Iglesia, fuente de todas sus gracias.

HABLA EL CORAZÓN: Confianza, compromiso, concreción y espiritualidad

El Papa Francisco nos habla alto y claro de cada una de estas cosas y de la tentación que hoy el cristiano y la Iglesia tienen para “escurrir el bulto”:

  • Confianza en la acción del Espíritu: Dice el Papa que “El Espíritu Santo nos da fastidio. Porque nos mueve, nos hace caminar, impulsa a la Iglesia a ir adelante (…) Pero que no nos dé fastidio. Queremos que el Espíritu Santo se amodorre. Queremos domesticar al Espíritu Santo”. Como dice el obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, el cristiano ha de ser a la vez progresista (busca el progreso del hombre y de la sociedad), y conservador, porque busca conservar la fe y la tradición, pero no conservar de sus rutinas. Eso, dice, es un “conservaduro”, no un conservador.
  • Compromiso social: Si de verdad confiamos en el Espíritu Santo, no nos faltará la creatividad, la valentía y la fortaleza para amar a los demás, no de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
  • Concreción y riesgo: Basta estar en perfecta comunión con el Papa, que nos dice: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.
  • Espiritualidad: Si él es la Vid, no podemos dar fruto sin estar íntimamente unidos a él y a la Iglesia: Ni el cristiano es un mero altruista, ni la Iglesia una ONg. El amor cristiano sólo nace de la contemplación de Cristo en el seno de la Iglesia:
  • “El verdadero amor siempre es contemplativo (…) El pobre, cuando es amado, es estimado como de alto valor, y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología”. 
  • Y por eso el cristiano no puede ir por libre. Nos dice el Papa que no es cristiano el que cree que “no necesita una comunidad donde confrontarse, donde ser acogido y acompañado, donde ser querido y corregido, donde aprender y celebrar el misterio de Dios en su vida”.

HABLA LA VIDA: No mirarlos a los ojos

  • Dice el Papa Francisco a propósito del compromiso social de los que se dejan guiar por el Espíritu Santo que “no puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad (..) Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos”.
  • Y cuenta un hecho que le causó gran tristeza: “Un miembro de los cuerpos de seguridad del Estado confesó algo terrible: estando de servicio en las fronteras de la iniquidad, a la que llegan los emigrantes que buscan su supervivencia, alguien les había dado ordenes de no mirarlos a los ojos, no vayan a ser que reconocidos en su dignidad humana y les entre el peligroso sentimiento de la compasión”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Diócesis de Madrid.