La venerable congregación San Pedro Apóstol de presbíteros seculares naturales de Madrid celebra su 400 aniversario
Cuatrocientos años después, hoy se reúne en el mismo lugar la junta de gobierno actual presidida por el capellán mayor, Gregorio Roldán Collado. Los presbíteros se unirán al rezo de la Hora Intermedia con las monjas concepcionistas franciscanas.
Así comienzan los actos del IV centenario de esta asociación de sacerdotes seculares que es la más antigua del mundo y que se fundó en nuestro querido Madrid para prestar auxilio a todos los sacerdotes que se veían inmersos en graves situaciones de desamparo.
El arzobispo de Toledo, Fernando de Austria, había aprobado sus constituciones tan solo diez días antes. En aquella jornada memorable se reunieron veintidós sacerdotes seculares nacidos en la ciudad que en 1561 Felipe II había convertido en la capital de sus inmensos dominios. La adquisición de dicho rango había convertido a la antigua villa, que hasta ese año albergaba a unas 14.000 personas, en un populoso conglomerado urbano al que no dejaban de llegar nuevas gentes, atraídas por el deseo de poder residir y medrar dentro de sus muros. Cuando, con Jerónimo de Quintana al frente, aquel grupo de curas dio comienzo a la historia de la congregación, eran ya más de 100.000 hombres y mujeres los que pululaban por sus calles y se hacinaban en sus casas. Entre esa multitud había muchos curas en busca de un oficio y un beneficio mejores para ejercer su ministerio y poder vivir que los que les ofrecían sus diferentes lugares de origen. Pero no todos veían colmados sus sueños. Un alto porcentaje mal vivía, mal sufría, mal moría y era mal enterrado en la misma ciudad en la que era posible cruzarse con algunas de las más egregias figuras de la espiritualidad católica, de la novela, del teatro, de la pintura o del resto de las artes, como Lope de Vega o Calderón de la Barca. Ambos, además de literatos de renombre universal, fueron sacerdotes seculares naturales de Madrid, que en 1625 y en 1663, respectivamente, pidieron ingresar en la congregación y fueron admitidos.
Los naturales pusieron en marcha la nueva institución con la firme determinación de prestar auxilio a todos esos sacerdotes inmersos en graves situaciones de desamparo. Desde sus orígenes se preocupó de los presbíteros sin recursos, pobres y harapientos, que pedían limosna como tantos otros mendigos. Apenas constituida buscó el modo de proporcionarles vestimentas dignas y algo de dinero para que pudieran ir subsistiendo sin mendigar ni robar. También desde aquel lejano 1619 se preocupó de los sacerdotes que, por haber cometido delitos civiles, acababan en prisión. Se enteraba de quiénes eran y de dónde estaban recluidos, e iba a visitarlos y asumía la defensa de sus causas y les proporcionaba ayuda material y espiritual. Para ellos acabó consiguiendo que las autoridades civiles y eclesiásticas le permitieran crear y poner en funcionamiento la que dio en llamarse ‘Cárcel de la corona’, destinada recluir a esos sacerdotes condenados a penas de prisión.
Otro de sus focos de atención fueron los sacerdotes que enfermaban y no tenían familiares o amigos que les atendieran ni dinero para cubrir los gastos que conllevaba el buscar remedio a sus dolencias. Para ellos buscó acomodo en los hospitales públicos y privados que existían en Madrid en el siglo XVII, corriendo con los gastos de su alojamiento y cuidado. En 1732 erigió y puso en uso su primer hospital, en la c/de la Torrecilla del Leal, con entrada a la altura del actual número 9, que estuvo funcionando hasta 1902. En esa fecha, inaugura un segundo hospital en la calle de San Bernardo, que fue quemado en 1936. Concluida la contienda, lograron rehacer y ampliar lo destruido, y lo pusieron de nuevo al servicio de los sacerdotes enfermos o ancianos, y también de los transeúntes, inaugurando una nueva y muy distinta época de su historia.
Los sacerdotes que no tenían ni dónde caerse muertos ni quién pagara y celebrase en su honor unas exequias dignas fueron otra de sus prioridades. Al principio corrió con los gastos de conseguirles en los cementerios de las parroquia de Madrid una sepultura que les librara de ir a parar a la fosa común. A este fin, desde 1889 disponen de un panteón en el cementerio de la Almudena.
Las aportaciones de muchos sacerdotes miembros de la congregación y las de un muy nutrido número de personas han hecho posible que ésta llevará a cabo sus obras. Sin olvidar a las hermanas Mercedarias de la Caridad, que de modo generoso y abnegado han atendido a los sacerdotes necesitados en el día a día de su paso por el hospital y la residencia de la congregación.
Los actuales congregantes quieren seguir siendo en el Madrid actual auxilio de los sacerdotes en situación de desamparo.