SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B): TOCAR A JESÚS

Levítico 13,1-2.45-46; 1 Corintios 10,31-11,1; Marcos 1,40-45

HABLA LA PALABRA: Enfermedad corporal e impureza moral

El mensaje de la Palabra de este domingo nos habla de las tradiciones en torno a las impurezas externas:

  • Aunque la norma del Levítico hoy nos parezca discriminatoria para con los leprosos, pretendía poner a salvo a los enfermos de diagnósticos erróneos o malintencionados, y proteger el bien común de la población (confinamiento). La creencia popular de la impureza moral del leproso no estaba en las Escrituras.
  • San Pablo da un criterio universal con respecto a las tradiciones judías: respetar a los cristianos provenientes del judaísmo que quieran mantenerlas, pero respetar también a los gentiles que no son deudores de ellas.
  • Jesús en el Evangelio corrige el reduccionismo que conlleva una visión externa de la pureza moral acogiendo y curando a los leprosos, quienes, al divulgar el milagro por doquier, propiciaron que Jesús ya no pudiera entrar abiertamente en ningún pueblo, “y aún así, acudían a él de todas partes”.

HABLA EL CORAZÓN: Purificarse de la hipocresía

  • Dice el Papa Francisco que el leproso del Evangelio de hoy “no pide solamente ser curado, sino ser purificado, es decir, sanado integralmente, en el cuerpo y en el corazón. De hecho, la lepra era considerada una forma de maldición de Dios, de impureza profunda. El leproso debía estar lejos de todos; no podía acceder al templo y a ningún servicio divino. Lejos de Dios y lejos de los hombres (…)
  • No obstante, aquel leproso no se resignaba ni a la enfermedad, ni a las disposiciones que hacen de él un excluido. Para alcanzar a Jesús, no temía infringir la ley y entra en la ciudad -cosa que no debía hacer, le estaba prohibido-, y cuando lo encontró se postró ante él y le rogó: Señor, si quieres, puedes purificarme (v. 12) ¡Todo lo que este hombre considerado impuro hace y dice es expresión de su fe! (…) Esta fe es la fuerza que le ha permitido romper toda convención y buscar el encuentro con Jesús y, arrodillándose delante de Él, y llamarlo Señor. La súplica del leproso muestra que cuando nos presentamos a Jesús no es necesario hacer largos discursos. Bastan pocas palabras, con tal que sean acompañadas de la plena confianza en su omnipotencia y en su bondad (…)
  • Jesús es profundamente impresionado por este hombre. El Evangelio de Marco subraya que conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: Lo quiero, queda purificado (1,41). El gesto de Jesús acompaña sus palabras y hace más explícita la enseñanza. Contra las disposiciones de la Ley de Moisés, que prohibía acercarse a un leproso (Cfr. Lev 13,45-46), Jesús extiende la mano e incluso lo toca. ¡Cuántas veces nosotros encontramos un pobre que viene a nuestro encuentro! Podemos ser incluso generosos, podemos tener compasión, pero generalmente no lo tocamos. Le ofrecemos la moneda, pero evitamos tocar la mano y la tiramos ahí. ¡Y olvidamos que esto es el cuerpo de Cristo! Jesús nos enseña a no tener temor de tocar al pobre y al excluido, porque Él está en ellos. Tocar al pobre puede purificarnos de la hipocresía y hacer que nos preocupemos por su condición.
  • Después de haber curado al leproso, Jesús le ordena de no hablar con nadie, pero le dice: Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio (v. 14). Esta disposición de Jesús muestra al menos tres cosas:
  • La primera: la gracia que actúa en nosotros no busca el sensacionalismo. (…) Para curar nuestras heridas y guiarnos en el camino de la santidad ella trabaja modelando pacientemente nuestro corazón según el Corazón del Señor, para así asumir siempre los pensamientos y los sentimientos.
  • La segunda: haciendo verificar oficialmente la sanación a los sacerdotes y celebrando un sacrificio expiatorio, el leproso es admitido en la comunidad de los creyentes y en la vida social. Su reintegración completa la curación. ¡Como había él mismo suplicado, ahora está completamente purificado!
  • Finalmente, presentándose a los sacerdotes el leproso da a ellos testimonio acerca de Jesús y de su autoridad mesiánica (…) Pensemos en nosotros, en nuestras miserias… Cada uno tiene la propia. Pensemos con sinceridad (…).

HABLA LA VIDA: Señor, si quieres, puedes purificarme

“También yo les hare una confesión personal -continúa el Papa-: En la noche, antes de ir a la cama, yo rezo esta breve oración: Señor, si quieres, puedes purificarme. Y rezo cinco Padre Nuestros, uno por cada llaga de Jesús, porque Jesús nos ha purificado con sus llagas. Pero si esto lo hago yo, pueden hacerlo también ustedes, en su casa, y decir: Señor, si quieres, puedes purificarme y pensar en las llagas de Jesús y decir un Padre Nuestro por cada una. Y Jesús nos escucha siempre”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid