TERCER DOMINGO DE PASCUA: TODO ES NUESTRO

Hechos 2,14.22-23; Pedro 1,17-21; Lucas 23,13-35

HABLA LA PALABRA: Nuestro único bien

“Todo es nuestro, nosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Cor. 3, 21-33). Aunque esta frase de San Pablo no esté en la liturgia de la Palabra de este domingo, resume perfectamente las lecturas que hemos escuchado:

  • Porque en los Hechos de los Apóstoles la proclamación pública que estos hacen en Jerusalén de la Resurrección va unida a la suerte de todos, según crean o no crean en él, pues para todos Cristo es el “hombre acredito ante vosotros”, que ahora rompió las ataduras de la muerte.
  • Porque con el salmo 15 confiamos en Él y sólo en Él de tal modo que sólo Él nos enseñara el sendero de la vida, y sólo él es “nuestro único bien”.
  • Porque en la primera carta Pedro nos recuerda que “fuimos comparados a precio de la sangre de Cristo” y que es por Él por lo que “creemos en Dios” y hemos puesto en él “nuestra esperanza”.
  • Y porque Jesús, en el Evangelio de Emaús, nos muestra que él no nos ha abandonado a nuestra suerte, que quien nos prometió que estaría todos los días con nosotros, sale permanentemente a nuestro encuentro.

HABLA EL CORAZÓN: Las presencias del Resucitado

¿Y cómo lo hace, como sale el Resucitado a nuestro encuentro? A través de sus cuatro principales presencias: en su palabra, en el hermano, en medio de nosotros, y en la eucaristía:

  • Jesús Palabra: Cada vez que los cristianos escuchamos la Palabra de Dios, es Él quien se hace el encontradizo y, como con los discípulos de Emaús, sentimos: “No ardía nuestro corazón cuando mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras”.
  • Jesús en el hermano: Cada vez que en la encrucijada de nuestra vida, y esto pasa todos los días, encontramos a alguien, sea quien sea, y nos pide algo, reconocemos a Jesús como con los discípulos de Emaús y queremos que se quede con nosotros: “Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída”.
  • Jesús en medio: Cada vez que los cristianos estamos unidos entre nosotros, por el amor recíproco, Él se hace presente en medio de nosotros, tal y como nos lo prometió: “Donde dos o tres estén reunidos (unidos) en mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mt. 18, 20). En familia, con los amigos, con los compañeros de trabajo… Él se hace presente y nos da su paz, su sabiduría, todos los dones del Espíritu Santo.
  • Jesús Eucaristía: Y cada vez que cumplimos el “haced esto en memoria mía”, nos unimos a celebrar la Eucaristía, además de estar presente en su palabra, en el hermano que esta a nuestro lado, y en medio de nosotros, nos regala una presencia muy especial, como en Emaus, que suscita en nosotros el mismo testimonio: “lo reconocieron al partir el pan”.

HABLA LA VIDA: Nada nos separará de Él. 

Todos conocemos este hermoso texto de la carta de Pablo a los Romanos (8.35-39): “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.

El Cardenal vietnamita Francisco-Xabier Van Thuan, que pasó 15 años en una celda de dos metros cuadrados, sobrevivió porque no le faltó ninguna de estas cuatro presencias de Jesús resucitado. Se dio cuenta desde el primer día que Jesús le pedía dejar de hacer cosas por él para estar con él. Recordaba continuamente frases de la Escritura, para que Jesús-Palabra lo confortase. Sabia que la comunidad de los cristianos vietnamitas estaba rezando por él, por lo que, aunque de modo invisible, experimentaba la presencia de Jesús-en-medio de los suyos. Amaba a sus carceleros (los convertía a la fe cristiana con su testimonio), por lo que tenía la oportunidad de ver a Jesús-en-el-otro. Y por último, lo que le hacía más feliz, conseguía de sus carceleros una miga de pan y una gota de vino que depositaban en la palma de sus manos. Y con las manos en actitud de alabanza, celebraba la eucaristía. Y la comunión con Jesús-Eucaristía le daba una fortaleza invencible, porque cada tarde, cuando por la puesta del sol, que entraba a través de una pequeñísima ventana, se oscurecía su celda, como los discípulos de Emaús, tenía la oportunidad de decirle a Jesús: “Quédate conmigo, Señor, que atardece, y el día se hecha encima”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de Madrid.