Isaías 7,10-14;8,10c; Hebreos 10,4-10; Lucas 1,26-38
HABLA LA PALABRA: El sí de María
En los textos bíblicos con los que la liturgia de la Iglesia celebra la gran fiesta de la Anunciación, encontramos:
  • La profecía de Isaías: “La joven embarazada dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre Emmanuel. Porque Dios está con nosotros”. 
  • La novedad de la oblación de la Nueva Alianza en la carta a los Hebreos: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.
  • La prodigiosa escena el Evangelio de la Anunciación del Arcángel Gabriel a María. 
HABLA EL CORAZÓN: Jesús, alguien a quien merece la pena decir sí.
  • En el sí de María en la Anunciación Dios Padre envío a su Hijo al mundo: es el misterio más importante de nuestra fe, el misterio de la Encarnación.
  • El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. 
  • Así, Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Una sola persona en dos naturalezas unidas íntimamente y para siempre, sin confusión ni separación entre sí. Jesús, por ser tú Dios y hombre como tú, es alguien a quien merece la pena decir sí. 
  • En Jesús las dos naturalezas están unidas en una sola persona: el Hijo eterno de Dios Padre. Él es la segunda Persona de la Santísima Trinidad que, por nuestra salvación, para que nosotros participemos de la vida de Dios, se encarnó de María Virgen, se hizo hombre débil y mortal; así lo recuerda san Pablo a los cristianos de Corinto: Siendo rico se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza (2 Cor 8, 9). Alguien a quien merece la pena decir sí.
  • Como Jesús es el Hijo de Dios, en Él no encontrarás nunca engaño, sino la verdad completa e infinita. Tampoco encontrarás rechazo, porque Él te ama sin medida, hasta haber dado su vida por ti. Como Jesús es hombre como tu, encontrarás siempre en él un hermano mayor que te entiende, se ríe contigo, llora contigo, te mira a los ojos, te lleva de la mano. Alguien a quien merece la pena decir Sí.
HABLA LA VIDA: El sí, con María, de San Juan Pablo II
En octubre de 1941 un joven polaco llamado Karol Wojtyla fue trasladado a la fábrica química de Solovay en Borek Falecki. Entonces la caminata desde su casa en Debniki seria más larga, pero las condiciones de trabajo fueron mejores al pasar a la unidad de purificación de agua de la planta, y al poder recibir una sopa caliente y algo de pan a lo largo del día. En los descansos se le podía ver rezando de rodillas. Fue en esta fábrica, mientras vigilaba las maquinas de purificación del agua, donde leyó las obras de San Luis María Griñón de Monfort, en las que descubrió la “nueva devoción” que marcaría su profunda espiritualidad mariana y su consagración a la Virgen.
Aquel joven obrero sintió la llamada de Dios al sacerdocio y pronto ingresaría en el seminario clandestino de Cracovia. Luego sería arzobispo de su diócesis, participaría activamente en el Concilio Vaticano II, y en el conclave de 1978 fue elegido sucesor de Pedro con el nombre de Juan Pablo II. Y el lema que eligió de su pontificado fueron dos palabras de la consagración de Monfort a María: “Totus tuus” (Todo tuyo).
Para el 13 de mayo de 1981, cuando llevaba apenas dos años de pontificado, ocurrió algo imprevisto. En medio de la multitud que abarrotaba la plaza de San Pedro y ante la estupefacta mirada de miles de fieles que esperaban para celebrar la festividad de Nuestra Señora de Fátima, un disparo heló el corazón de la Iglesia universal. El turco Alí Agca había atentado contra el Santo Padre, hiriéndole gravemente en el vientre, el codo derecho y el dedo índice. Al borde de la muerte, Juan Pablo II fue operado de urgencia durante más de cinco horas, y perdió tres cuartas partes de su sangre. Siempre estuvo seguro de que fue la Virgen de Fátima en el día de su festividad quien le salvó la vida en el atentado. 
En cuanto el Papa pudo salir del hospital, lo primero que hizo fue ir a dar un abrazo y perdonar a quien había querido asesinarle. No fue una reacción calculada, sino absolutamente natural. Formaba parte de su manera de ser. La periodista Paloma Gómez Borrero contaba, entre miles de anécdotas entrañables de su amistad con el Papa, que cuando se supo que existía un complot para asesinar al Papa, y que Alí Agcá, un terrorista condenado a muerte, acababa de fugarse, ella le pregunto al Papa si no tenía miedo, y el Papa, que seis meses después sufriría un atentado perpetrado por este terrorista, le dijo: “Debes saber que cuando el amor es más fuerte, más grande que el peligro, nunca se tiene miedo y nunca olvides que todos estamos en las manos de Dios”. Lo había aprendido de María, de su “todo tuyo” a Dios, que en San Juan Pablo II fue también un “todo tuyo” a María.
Manuel Mª Bru Alonso, delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid