SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA (Ciclo A): TODO CAMBIA 

Hechos 2,42-47; Pedro 1,3-9; Juan 20,19-31

HABLA LA PALABRA: Salir en la foto

¿Qué nos dice la Palabra de Dios de este 2º domingo de Pascua, que San Juan Pablo II proclamó como Domingo de la Misericordia?

  • Los Hechos de los Apóstoles nos dan las constantes de la vida de la Iglesia:
  • La “enseñanza de los apóstoles”, es decir, en anuncio del Evangelio, por el que “día tras día el Señor iba agregando al grupo de los que se iban salvando”.
  • La comunión afectiva y efectiva de los bienes, espirituales y materiales (“lo tenían todo en común”)
  • La celebración de la Eucaristía (la “fracción del pan”) y el culto divino (la oración y los demás sacramentos)
  • Con el salmo 117 hemos afirmado el sentido más importante del culto católico: “la acción de gracias a Dios porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Eucaristía significa, de hecho, acción de gracias.
  • El apóstol Pedro en su primera carta nos muestra las señas de identidad del hombre nuevo, es decir, del cristiano: alegrarse en medio del sufrimiento, afrontar las pruebas de la fe, y no cejar en la alabanza a Cristo.
  • Y el Evangelio nos muestra, a su vez, la imagen, la escena, la fotografía permanente de la vida de la Iglesia, que puede provocar en nosotros una inquietud que, en el lenguaje coloquial plantearíamos así: ¿tu quieres o no quieres salir en la foto, en esta foto? Es la escena del Resucitado en medio de los Apóstoles, reunidos en el Domingo, día del Señor, para acoger su paz, verificar su triunfo, y ser enviados a humanizar y evangelizar este mundo.

HABLA EL CORAZÓN: La última palabra

¿Qué significa para cada uno de nosotros, y para todos los hombres, que Cristo haya resucitado?

  • Que todos los que escuchen el anuncio del kerigma (“Cristo ha resucitado, y es primicia de la resurrección de quienes sean salvados por él”) están inexorablemente sometidos a tomar una decisión en su vida: o creerlo o no creerlo, porque en ello se dirime, a la postre, el sentido, el valor y el destino de la vida.
  • Que el Amor de Dios tiene para siempre la última palabra: los cristianos no creemos ni en el sometimiento del mundo al imperio del mal, ni en el absurdo de la dependencia del azar, sino en el triunfo del Amor en la historia, que es de salvación.
  • Que Cristo Resucitado ha vencido al pecado, al dolor y a la muerte, y los ha convertido en perdón, en esperanza, y en vida eterna.
  • Que su presencia no nos deja caer en la trampa de la autosuficiencia humana, porque su amor nos persigue en su palabra, en sus sacramentos, y en los hermanos, sobre todo en aquellos en los que vemos más claramente el rostro de su soledad y de su pasión con las que nos redimió.

HABLA LA VIDA: El Papa bueno 

Juan XXII (1881-1963), el Papa bueno, nació en Sotto il Monte (Bérgamo, Italia), de familia numerosa, campesina y piadosa. Muy joven ingresó en el seminario. En 1925 fue consagrado obispo y fue representante de la Santa Sede a Bulgaria, Turquía, Grecia, y Francia. En 1953 Pío XII lo nombró Patriarca de Venecia. Elegido Papa en 1958. Entre sus publicaciones cabe destacar la encíclica Pacem in terris, y entre sus iniciativas el Concilio Vaticano II, que inauguró el 11 de octubre de 1962. A él se le debe, entre otras mediaciones, la que en noviembre de ese mismo año cerró la crisis de Cuba, el peor momento de la guerra fría. Murió en 1963, fue beatificado por Juan Pablo II el año 2000 y canonizado por el Papa Francisco en el 2ª domingo de Pascua de 2014 junto al mismo Juan Pablo II. Monseñor Antonio Montero dijo de él:

“Era un hombre con sentido del humor. Era un hombre capaz de amistad. Era un hombre con ojos abiertos hacia lo bueno de cada hombre. Era un hombre cargado de sentido común. Sobre tal plataforma humana, ideal para un gobernante y más para un pastor de almas, se asentó una vida de fe, cuyas fuentes, rigurosamente evangélicas, fueron las bienaventuranzas y las obras de misericordia. No ha podido ser más simple el mensaje espiritual del Papa Juan: Amaos los unos a los otros, comprendeos los unos a los otros, uníos los unos a los otros”.

Entre las miles anécdotas de su vida, cuentan que desde el comienzo de su pontificado, solía pasear un buen rato por los jardines vaticanos. Ante la propuesta de los funcionarios del Vaticano de que «había que hacer algo…, tal vez cerrar la cúpula a los turistas para que no vean el paseo del Papa…», Juan XXIII respondió: «¿Y por qué hay que hacer algo? No se preocupen. Les prometo a ustedes que no haré nada que pueda escandalizarlos». Hay personas que, como San Juan XXIII, sólo con mirarlos, aunque sea en una foto, te alegran el día. ¿Será porque creen en Jesús Resucitado?

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.