- La “enseñanza de los apóstoles”, es decir, en anuncio del Evangelio, por el que “día tras día el Señor iba agregando al grupo de los que se iban salvando”.
- La comunión afectiva y efectiva de los bienes, espirituales y materiales (“lo tenían todo en común”)
- La celebración de la Eucaristía (la “fracción del pan”) y el culto divino (la oración y los demás sacramentos)
- Con el salmo 117 hemos afirmado el sentido más importante del culto católico: “la acción de gracias a Dios porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Eucaristía significa, de hecho, acción de gracias.
- El apóstol Pedro en su primera carta nos muestra las señas de identidad del hombre nuevo, es decir, del cristiano: alegrarse en medio del sufrimiento, afrontar las pruebas de la fe, y no cejar en la alabanza a Cristo.
- Y el Evangelio nos muestra, a su vez, la imagen, la escena, la fotografía permanente de la vida de la Iglesia, que puede provocar en nosotros una inquietud que, en el lenguaje coloquial plantearíamos así: ¿tu quieres o no quieres salir en la foto, en esta foto? Es la escena del Resucitado en medio de los Apóstoles, reunidos en el Domingo, día del Señor, para acoger su paz, verificar su triunfo, y ser enviados a humanizar y evangelizar este mundo.
- Que todos los que escuchen el anuncio del kerigma (“Cristo ha resucitado, y es primicia de la resurrección de quienes sean salvados por él”) están inexorablemente sometidos a tomar una decisión en su vida: o creerlo o no creerlo, porque en ello se dirime, a la postre, el sentido, el valor y el destino de la vida.
- Que el Amor de Dios tiene para siempre la última palabra: los cristianos no creemos ni en el sometimiento del mundo al imperio del mal, ni en el absurdo de la dependencia del azar, sino en el triunfo del Amor en la historia, que es de salvación.
- Que Cristo Resucitado ha vencido al pecado, al dolor y a la muerte, y los ha convertido en perdón, en esperanza, y en vida eterna.
- Que su presencia no nos deja caer en la trampa de la autosuficiencia humana, porque su amor nos persigue en su palabra, en sus sacramentos, y en los hermanos, sobre todo en aquellos en los que vemos más claramente el rostro de su soledad y de su pasión con las que nos redimió.
- El 30 de diciembre de 1963 Pablo VI nombra a Karol Wojtyla arzobispo de Cracovia. El arzobispo Wojtyla aprovechó sus viajes a Roma durante el Concilio para proponer la causa de beatificación de dos polacos: Fray Alberto, del siglo XIX, y la hermana Faustina Lowalska, fallecida en 1938, la joven mística de la devoción a la “Divina Misericordia”.
- El 30 de noviembre de 1980, el ya sucesor de Pedro Juan Pablo II, publica su segunda encíclica, Dives in misericordia, centrada en la revelación sobre Dios Padre, como Redemptor hominis (1979) lo había sido sobre Dios Hijo, y Dominum et vivificantem (1986) lo sería sobre Dios Espíritu Santo. Pero también esta segunda encíclica, como la primera, tiene una impronta personal, al proponer la devoción a la Divina Misericordia promovida por la hermana Faustina Kowalska. En la encíclica el Papa subraya, a partir de la lectura de la parábola del Hijo Pródigo, como la misericordia del Padre no es humillante para el hijo, sino todo lo contrario, le reconstruye en su verdadera dignidad, la de hijo amado de Dios.
- El 30 de abril del año 2000, el Papa realizó uno de sus sueños: canonizar a la Santa Polaca que tanto le inspiró a lo largo de su vida: Santa Faustina Kowalska, e instaurar el II Domingo de Pascua como Domingo de la Misericordia: “Su mensaje de misericordia sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que sufre. Así lo vio y lo anunció a los hombres de todos los continentes sor Faustina, que, escondida en su convento de Lagiewniki, en Cracovia, hizo de su existencia un canto a la misericordia”.
- Juan Pablo II volvió como pontífice nueve veces a Polonia. La última fue del 16 al 19 de agosto de 2002. El 17 de agosto tuvo la ocasión de consagrar la nueva Iglesia de la Divina Misericordia de Kraków.
Manuel Mª Bru Alonso, delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid