QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A): SAL Y LUZ

Isaías 58,7-10; 1 Corintios 2,1-5; Mateo 5,13-16

HABLA LA PALABRA: Como en un espejo

La Palabra de Dios nos habla de la irrupción de una luz que hará que todos los hombres vean la realidad (a ellos mismos, a los demás, al mundo, a la historia) como realmente son. Es decir, como las ve Dios:

  • Para que podamos acoger esa luz, eso si, hace falta una condición. Nos lo cuenta el Profeta Isaías: hay que arriesgar hasta el final poniendo en práctica la luz que ya tenemos (hospedar al que no tiene techo, vestir al desnudo, dejar de ser un déspota, dejar de amenazar, dejar la maledicencia, partir el pan con el hambriento, y saciar el estómago del indigente). Ahí es nada. Entonces, si hacemos eso, brillará la luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. Para el profeta se trataba de vivir lo que Dios ya le pedía a su pueblo desde Moisés, para así poder recibir la luz definitiva del Mesías. Para nosotros se trata de vivir el Evangelio que conocemos y entendemos, para recibir la plenitud de su luz para cada uno de los rincones de nuestra vida y de la vida del mundo en el que estamos.
  • Para que podamos acoger la luz, sabemos que tenemos que partir de la humildad de nuestra ignorancia. Si no nos desapegamos de nuestras propias convicciones y seguridades, la niebla de nuestro orgullo no nos dejará ver la luz. Pablo en su primera carta a los Corinitos nos da testimonio de ello: “cuando vine a vosotros (…) no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precie de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado”. Y esto para que “vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”.
  • Y Jesús, como nos cuenta el Evangelio de Mateo, se miran en nosotros como en un espejo, porque bien sabe el inmenso don que nos ha dado. Y por eso se atreve a decirnos que, en él, somos luz y sal para este mundo.

HABLA EL CORAZÓN: Una canción de Brotes de Olivo

  • Antes de haber puesto atención al texto del Evangelio de hoy, siendo un adolescente, escuche una canción de Brotes de Olivo que me atrajo por su fuerza, por su ritmo, pero sobre todo por su letra. Dice así una de sus estrofas: “Que sea mi vida la sal, que sea mi vida la luz. Sal que sala, luz que brilla, sal y fuego es Jesús”. Me pareció el mejor ideal que alguien pueda abrazar: ser sal y ser luz. En primer lugar para no vivir una vida sosa y oscura; y en segundo lugar, para poder ofrecer algo a los demás que sea realmente valioso.
  • Y entendí que nada puede haber más valioso que aderezar de fe y esperanza este mundo tan triste, e iluminar con la luz de Jesús cada rincón de la gran ciudad donde habitaba. Pero también comprendí, por otras estrofas de la canción, que sólo podría ser sal y luz, sino quería quedarme en la utopía de una bonita canción, si hacia dos cosas:
  • La primera: Dice la canción parafraseando el texto del Evangelio: “El que me sigue en la vida, sal de la tierra será, mas si la sal se adultera, los hombres la pisarán”. Esta claro: “El que me sigue en la vida…”. Sólo siguiendo al Maestro sin dejarle nunca, uno puede ser como él sal y luz.
  • La segunda: Dice también la canción: “Que brille así vuestra luz ante los hombres del mundo, que palpen las buenas obras de lo externo a lo profundo”. Había por tanto que arremangarse los brazos y ponerse manos a la obra, y no para hacer cuatro gestos aislados de caridad, sino para que “palpen las buenas obras de lo extremo a lo profundo”.

HABLA LA VIDA: El alma del mundo 

Un tal Diogneto, a finales del siglo II, había preguntado sobre algunas cosas que le llamaban la atención de los cristianos: “¿Cuál es ese Dios en el que tanto confían? ¿Cuál es esa religión que les lleva a todos ellos a desdeñar al mundo y a despreciar la muerte, sin que admitan, por una parte, los dioses de los griegos, ni guarden, por otra, las supersticiones de los judíos; cuál es ese amor que se tienen unos a otros? ¿Y por qué esta nueva raza o modo de vida apareció ahora y no antes? El desconocido autor de la carta va respondiendo a estas cuestiones. Entre otras cosas dice:

«Los cristianos no se distinguen del resto de ciudadanos, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Los cristianos no tienen ciudades propias, ni utilizan un lenguaje extraño, ni llevan un género de vida distinto. (…) Los cristianos habitan en ciudades griegas o bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable. Habitan en su propia patria, pero como forasteros, porque su ciudadanía está en el Cielo. Toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos. Se casan y engendran hijos igual que todos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Obedecen las leyes establecidas, pero con su modo de vivir superan las leyes”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis del Arzobispado de Madrid