Título: Periferias, Crisis y novedades para la Iglesia

Autor: Andrea Riccardi

Editorial San Pablo

NOTA DEL EDITOR:

Desde el principio de su pontificado, el papa Francisco ha llamado a la Iglesia a salir de sí misma para hacerse presente en las periferias geográficas y existenciales del mundo: allí donde habitan el pecado, el dolor, la injusticia, el desprecio de lo religioso, todas las miserias. Partiendo de este binomio Iglesia-periferia, y apoyándose siempre en testimonios y episodios históricos concretos, Andrea Riccardi señala las periferias que se generan en la ciudad, en el mundo globalizado y en el Sur, hace un repaso de las antiguas periferias del cristianismo, desde la Biblia hasta el monacato cristiano, y relata algunas experiencias de presencia de la Iglesia en las periferias del siglo XX (los curas obreros en Francia, la presencia cristiana en los lager y en los gulags, la mística periférica de Foucauld, la periferia en femenino…). «La regeneración de la Iglesia y de la vida cristiana ?concluye Riccardi? parte del redescubrimiento de la gozosa tarea de vivir y comunicar el Evangelio en la periferia».

REFERENCIA EN MI LIBRO «¿HA FRACASADO LA NUEVA EVANGELIZACIÓN»:

Para el Papa Francisco, como ya adelantamos, la Iglesia debe salir de su mundo, de una visión centrada en su vida y en su compromiso, para llegar a lo que él llama “las periferias de la sociedad”, no solo geográficas sino también existenciales. Esta orientación está totalmente presente en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, texto programático de su pontificado. Aquí el papa invita a “salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (nº 20). La doble dimensión geográfica y existencial aparece ya en la misma exhortación cuando dice que “es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local” la que encuentra “su alegría de comunicar a Jesucristo” y expresa esta alegría “tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales” (nº, 30).

La Iglesia concreta en cada lugar y en cada tiempo esta llamada a una suerte de descentralización, que va mucho más allá de una descentralización de la gestión, pues se fundamenta en una conversión pastoral para no anquilosarse en sus centros de atención. Esta descentralización la lleva a buscar siempre sus periferias geográficas (“en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio”) y sus periferias existenciales (“o hacia los nuevos ámbitos socioculturales”).

¿Son para él estos “ámbitos socioculturales” los “modernos areópagos” de San Juan Pablo II? En parte sí coinciden, pero vistos desde la primacía que adquieren en su relación con los grandes desafíos sociales. Y en parte, aparecen otros nuevos. Pero la gran diferencia con respecto a los nuevos areópagos radica en que, si también para estos Juan Pablo II pedía un “nuevo ardor”, además de nuevos métodos y nuevas expresiones, para inculturarse en ellos, el Papa Francisco da un paso más: pide una conversión pastoral de la Iglesia para que cambie sus centros de interés (incluso en relación con estos nuevos areópagos), por los periféricos, es decir, los comúnmente minusvalorados tanto por la Iglesia como por la sociedad.

No pocos en la Iglesia habían afrontado el desafío de la Nueva Evangelización siguiendo la propuesta de San Juan Pablo II de llevar el Evangelio a los areópagos modernos de hoy, como si se tratase no ya sólo de una evangelización especializada (en los diversos ámbitos sociales, económicos, culturales y políticos de los modernos areópagos), sino en una evangelización a la postre elitista, que requería del compromiso, sobre todo de los laicos, de personas creíbles y prestigiosas en esos mismos ámbitos. Esto podía haber llevado al gran fracaso, y en cierto modo lo hizo, de una propuesta tan ampliamente como urgente y universalmente misionera como es la Nueva Evangelización en una misión elitista, de corto alcance, reducida tanto por parte de los evangelizadores como de los evangelizados a una serie de ámbitos académicos, económicos o sociopolíticos muy reducidos y exclusivos, por no decir excluyentes.

Lo cual no está muy lejos del temor y de la advertencia que el Papa Francisco nos traslada cuando dice que “nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Si bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio, nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social: La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos” (EG, 201)

Esta conversión pastoral nos debería llevar a entender las periferias como el lugar privilegiado para la presencia cristiana. Y las periferias tienen nombre y rostro. Ellas están formadas por “los periféricos”, a saber, los pobres y los marginados, que pasan a ser los primeros interlocutores de la Iglesia y su acción. No se trata sólo de una opción preferencial, sino de un cambio de perspectiva. De entenderse a sí misma la Iglesia y su misión desde otros centros distintos, que son precisamente aquellos que hasta ahora no han ocupado suficientemente el centro de la mirada, el interés y la acción de la Iglesia. Como afirma Andrea Riccadi, “hay una intuición en Francisco que se ha de captar en su peculiaridad: el cristianismo debe renacer de los mundos periféricos y, desde allí, llegar o volver al centro”. En la visión de Francisco, el mundo contemporáneo se juega mucho en las periferias y estos mundos deben reconducirse al corazón de la historia y de la Iglesia.

La teología de las periferias hunde sus raíces en la teología del Reino de Dios. El Reino de Dios lo edifica solo Dios, y sólo en los “cielos nuevos y la tierra nueva”, al final de los tiempos, se realizará plenamente. Pero no lo hace sin nosotros, sin la connivencia de la humanidad. Él lo siembra, nosotros estamos llamados a regar y arar esa siembra, y luego sólo Dios y cuando Dios disponga recogerá los frutos. Jesús con las parábolas nos explicó que el Reino de Dios es una realidad que viene sin dejarse sentir (Lc 17,20), es algo que está dentro de nosotros (Lc 17,21). La lógica de este Reino es muy diferente a la de los reinos de este mundo: El mayor es el más pequeño (Mt 18,4). Solo los que se hagan como niños podrán tomar posesión de él (Mt 19,14). No valdrán para el Reino quienes echen la mano en el arado y luego vuelvan la mirada a atrás (Lc 9,62). Los ricos difícilmente entrarán en él (Mt 19,23). Jesús dijo que el Reino es de los pobres (Mt 5,3) y de los perseguidos por causa de la justicia (Mt 5,10). En principio, el Reino parece una cosa pequeña e insignificante, pero que por su gran potencialidad es capaz de crecer y de desarrollarse mucho más de lo que cabría esperar si solo nos dejáramos llevar por las apariencias.

Por eso, Jesús comparó el Reino con la semilla o con el grano que siembra el sembrador y que crece por sí solo (Mc 4,26‑29), es capaz de producir treinta, sesenta y hasta el ciento por uno (Mt 13,8.23). Lo comparó también con el grano de mostaza y con la levadura, capaces, respectivamente, de convertirse en un árbol frondoso o de hacer fermentar toda la masa (Mt 13,31‑33; Mc 4,30‑32; Lc 13,18‑21). El Reino es una realidad que está enterrada y oculta, como un tesoro, pero que algunos encuentran; y, al encontrarla, venden todo lo que tienen con tal de adquirirlo (Mt 13,44). Es una realidad que algunos buscan, como busca un mercader de perlas finas una de gran valor, dispuesto a vender todo cuanto posee cuando la encuentre con tal de adquirirla (Mt 13,45‑46). Es una realidad donde crecen juntos el trigo y la cizaña, sin que el amo del terreno quiera separarlos hasta el momento de la cosecha (Mt 13,24‑30.37‑43), o como esa red en la que entran toda clase de peces (Mt 13,47).

Se trata de una realidad que hay que aguardar estando en vela, con el aceite suficiente en las alcuzas, no vaya a ser que, cuando llegue el esposo, los que no tengan el aceite suficiente, se queden fuera (Mt 25,1‑13). Es la herencia que Dios ha preparado para los que den de comer al hambriento, de beber al sediento, a los que vistan al desnudo, a los que visiten a los enfermos y a los que están en la cárcel, a los que dieron posada al peregrino, porque cuanto hicieron es como si se lo hubieran hecho al propio Jesús (Mt 25,31‑48). En ese reino hay un propietario que llama a sus siervos a rendir cuentas (Mt 18,23) y también sale a contratar gente a cualquier hora del día (Mt 20,1 y ss) para, luego, al finalizar la jornada, pagar por igual a los que han soportado el peso del día como a los que tan solo estuvieron una hora (Mt 20,8‑15). En ese Reino hay un rey que celebra las bodas de su hijo y está dispuesto, a toda costa, a que la sala del banquete se llene de invitados (Mt 22,8‑9).

Pero esta manera “escondida” de crecer del Reino de Dios (reino de justicia, de amor y de paz) tiene mucho que ver con las periferias tanto geográficas como existenciales en cuanto llamada a la Iglesia para ir sembrando el Reino de Dios. La Iglesia está ahí para que en el mundo exista espacio para Dios, que pueda Dios habitar en él y así el mundo se convierta en su Reino. En Jesucristo el Reino de Dios ha despuntado verdaderamente en el mundo, pero no en todo el mundo por igual. Dios irrumpe primero en las periferias, precisamente, donde no están puestos los focos de la atención del poder o de los que se creen que lo dominan. (MANUEL MARÍA BRU ALONSO., ¿Ha fracasado la Nueva Evangelización? El desafío misionero de acogida a cercanos, alejados y lejanos de la fe cristiana. San Pablo. Madrid 2024, pp. 384-389.