PENTECOSTÉS: APÓSTOLES DEL MUNDO

Hechos 2,1-11; Corintios 12,3b-7.12-13; Juan 14,20-19-23

HABLA LA PALABRA: Enviados sin miedo

En esta gran fiesta el relato principal de la Palabra de Dios es el que hemos escuchado de los Hechos de los Apóstoles, el de la irrupción del Espíritu Santo en Pentecostés:

  • Tal acontecimiento constituye la manifestación definitiva de lo que se había realizado en el mismo Cenáculo el Domingo de Pascua, como hemos escuchado en el Evangelio de Juan: «Recibid el Espíritu Santo».
  • Lo que había sucedido entonces en el interior del Cenáculo, estando las puertas cerradas, más tarde, el día de Pentecostés, es manifestado también al exterior, ante los hombres.
  • Y todos, hablando diversas lenguas, se entienden. Es el icono de la unidad y la fraternidad universal, a diferencia del icono de Babel, en el que la humanidad globalizada está en una misma torre, pero, aunque todos hablen la misma lengua, no se entienden, y están enfrentados entre sí.
  • Y si Pablo en su primera carta a los corintios nos dice que sólo bajo la acción del Espíritu Santo podemos decir “Jesús es Señor”, en el salmo, como en la hermosa secuencia antes del Evangelio, hemos implorado la venida del Espíritu Santo, porque él no se impone, espera a que nosotros desde nuestra libertad, lo imploremos.

HABLA EL CORAZÓN: La fuerza de Dios

  • El Papa Francisco nos alerta a no encerrarnos en nuestras ideas fijas y nuestras seguridades. Cuando esto ocurre, nos dice, admitámoslo, “el Espíritu Santo nos da fastidio (…) Queremos domesticar al Espíritu Santo. Y esto no funciona. Porque Él es Dios y Él es ese viento que va y viene, y tú no sabes de dónde. Es la fuerza de Dios; es quien nos da la consolación y la fuerza para seguir adelante”.
  • En la hermosa secuencia al Espíritu que hemos rezado antes del Evangelio lo hemos llamado “Dulce huésped del Alma”, “brisa en las horas de fuego”, “gozo que enjuga las lágrimas”.
  • Tal vez ansiamos buscando sucedáneos de felicidad y no nos damos cuenta de que, en el fondo de nuestro corazón, esta la felicidad plena, esa paz infinita, que es el Espíritu Santo. Habitamos con una fuerza infinita, imparable, invencible, con la cual nada ni nadie podrá frenarnos.
  • Sólo nos pone dos condiciones: que lo que perseguimos sea lo que Él mismo persiga, el proyecto de Dios; y que se lo pidamos, que confiemos en él, para que en nuestra debilidad se manifieste la fuerza del Espíritu de Dios.

HABLA LA VIDA: Dos laicos españoles en el Concilio

Hoy la Iglesia Española celebra el día del Apostolado Seglar. Recordamos a dos apóstoles seglares excepcionales, Pilar Bellosillo y Joaquín Ruiz-Giménez, que dieron testimonio de Cristo siendo “bisagra” para unir a todos:

Pilar Bellosillo (1913-2006) fue una de las iniciadoras del germen de lo que hoy conocemos como Manos Unidas, presidenta de los jóvenes de Acción Católica Española y posteriormente de la rama de mujeres. En 1963 acudió como auditora en el grupo de quince mujeres, seglares y religiosas, que por primera vez entraban en un aula conciliar. Siempre decía que fue el acontecimiento más importante de su vida. Al terminar el Concilio Vaticano II fue nombrada presidenta de las Organizaciones Internacionales Católicas (OIC). Explicaba así su experiencia cristiana: “No se si tendréis experiencia de que algo mana en vuestro interior, de que tenemos una fuente (…) Jesús dice a Nicodemo que nacemos, que tenemos que nacer del agua y del Espíritu. Yo si la tengo y en ciertas ocasiones la experiencia ha sido más fuerte, casi como una inundación. A esta fuentecilla que mana siempre se le han unido otras muchas fuentes y se ha convertido también en mar”.

Incansable al diálogo, Joaquín Ruiz Jiménez (1913-2009) llegó a altos cargos políticos en el Franquismo. Siendo presidente de los jóvenes de Acción Católica, fue con Pilar Bellosillo consultor laico en el Concilio Vaticano II. El espíritu de la Iglesia conciliar le llevó a una responsabilidad mayor: ser el hombre bueno con el que todos pudieron dialogar para hacer la transición política a la democracia, consiguiendo que dialoguen los que sin esta mediación eran incapaces ni siquiera de entenderse. Estuvo siempre al lado de los más débiles. Por eso fue elegido primer Defensor del Pueblo en España. Dejó escrito su secreto: “siempre que defiendo a alguien es a Cristo indefenso a quien defiendo”. La Encíclica Pacem in Terris sería su hoja de ruta. La leyó, la analizó e incluso prometió a San Juan XXIII que haría todo lo posible para darla a conocer. Lo cumplió: predicó a viento y marea el mensaje de paz, prosperidad, participación, diálogo y democracia que España necesitaba.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid