Oculta en las murallas del viejo Madrid

“Tu que estuviste oculta en las murallas del viejo Madrid”, canta tanto la oración como el himno de la Virgen de la Almudena, nuestra patrona. Saquemos, como en la Reconquista, a la Virgen María, de las murallas del corazón de los hombres, para que mirándola y rezándola, aprendamos de ella a ser agradecidos al Eterno Padre, evangelizados discípulos de su Hijo, y dóciles como ella al soplo, siempre nuevo, del Espíritu Santo.

En la liturgia de la Palabra de la Fiesta de la Almudena:

  • Vemos a María soñada y ya ensalzada por el inspirado Zacarías (“Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti –oráculo del Señor-“),
  • así como por el libro de Judit (“Tu eres el orgullo de nuestra raza”).
  • En el Apocalipsis vemos que su designio en la Historia de la Salvación, como “morada de Dios entre los hombres”, responde a ese “hago nuevas todas las cosas” de su Hijo.
  • Y en el Evangelio de Juan vemos a Jesús en la cruz entregándole a María, es decir, entregándola a la Iglesia, a ti y a mí, a todos nosotros.
  • Las lecturas que hemos leído nos muestran así las cuatro mociones que el cristiano tiene con respecto a la Virgen María: venerarla, rezarla, imitarla, y amarla.

María además de ser venerada, amada, y rezada, es imitada como modelo y como camino de la Iglesia, y de cada uno de sus miembros (Cf. Lumen Gentium, nº66). Y María es modelo de vida de modo bien concreto. Decía Chiara Lubich, en proceso de beatificación, fundadora de la Obra de María, que “los distintos episodios de la vida de María, tal y como nos lo presenta el Evangelio, aun siendo a menudo extraordinarios, se nos mostraron como etapas sucesivas hacia las que nosotros podíamos mirar en las diferentes épocas de la vida del espíritu, para sacar de ellas luz y empuje”. Recordémoslos someramente. Son diez:

  1. En la Anunciación, cuando María se aventura a la aventura de Dios, modelo supremo de fe y confianza en Dios;
  2. En la visitación a su prima Isabel, cuando María es la primera en amar, modelo supremo de prontitud y entrega en la caridad y el servicio concreto;
  3. En el nacimiento de Jesús, cuando María da a Jesús al mundo, modelo supremo de evangelización que no sólo habla de Jesús sino que lo introduce en el mundo;
  4. En la presentación de Jesús en el templo, cuando María fue avisada por el anciano Simeón de que su alma sería atravesada por la espada, como modelo supremo de aceptación de las prueba del amor;
  5. Cuando María pasa por el dolor de perder a Jesús, para luego poder encontrarlo, como modelo supremo de saber perder “a Dios, por Dios”;
  6. Cuando María sufre la prueba de su huida a Egipto, como modelo supremo de todo tipo de rechazo o de persecución por causa de Cristo;
  7. Cuando María experimenta con su hijo, durante largos años, la vida escondida de Nazaret, como modelo supremo de paciente cumplimiento de la voluntad de Dios;
  8. Cuando María le sigue en los tres años de vida pública, como modelo supremo de discípula, hasta llegar a ser toda ella “revestida de la Palabra”.
  9. Cuando sufre su pasión al pie de la cruz, desolada, pero firme, dolorida, pero sin perder la fe y la esperanza;
  10. Y cuando en Pentecostés, recibe junto a los apóstoles el Espíritu Santo prometido, como modelo supremo de amor que construye la comunión.

La misma maestra que nos explicó este camino, nos muestra a su vez, con esta experiencia mística, como la mejor veneración a María esta en la imitación de su vida:

Entré un día en una iglesia
y, con el corazón lleno de confianza, le pregunté:
“¿Por qué quisiste quedarte en la Tierra,
en todos los lugares de la Tierra,
en la dulcísima Eucaristía,
y no encontraste, tú que eres Dios,
un modo de traer y dejarnos también a María,
la Madre de todos los que estamos en camino?”.
En el silencio parecía responder:
“No la traje porque quiero volver a verla en ti.
Aunque no sean inmaculados
mi amor os virginizará, y tú, vosotros,
abriréis los brazos y el corazón de madres a la humanidad,
que, como entonces, tiene sed de Dios y de su Madre.
A vosotros, entonces, os corresponde mitigar las heridas, enjugar las lágrimas.
Canta las letanías y trata de reflejarte en ellas”.