Alfa y Omega.- Cristina Sánchez.

70.000 pequeños compartieron entusiasmo y hasta comidas típicas en la I Jornada Mundial de los Niños en Roma. De Madrid fueron 23.

Mateo tiene 7 años y es un valiente. Por problemas burocráticos de última hora su madre no pudo montar en el avión camino a Roma, pero él no quería perderse la oportunidad de escuchar lo que el Papa Francisco tenía que decir a los niños en esta primera vez que Roma acogía una jornada para la infancia de todo el mundo —porque si hay de jóvenes, ¿por qué no de niños?—. Por eso agarró su maleta, se cogió de la mano de los que ahora son sus nuevos grandes amigos y de la decena de madres que velaron por él día y noche, y se embarcó en la peregrinación que, durante cuatro días, ha llevado a una veintena de niños madrileños y a sus familias a la Ciudad Eterna y al cobijo del Pontífice. «Ya me había ido antes tres días a la granja-escuela», explica, lleno de orgullo. «Y no quería perderme por nada del mundo poder ir a Roma y ver al Papa». Y tanto que lo vio. Después de la Misa del domingo, celebrada en San Pedro —con un sol a plomo— junto a otros 70.000 niños, el papamóvil pasó a un palmo de los estupefactos pequeños peregrinos. «¡Me ha mirado!», gritaba Candela. «¡Me ha mirado a mí!», le espetaba su hermano Antonio. La realidad es que hubo miradas —y muy tiernas— para todos. Francisco se fija. En todo.

Organizada por la Delegación de Jóvenes, la Delegación de Catequesis y la Delegación de Familia y Vida de la archidiócesis de Madrid del 23 al 26 de mayo, la primera experiencia de este derroche de fraternidad universal ha sido un éxito. «Mi hijo ya está pensando en la siguiente», asegura Lucy, como colofón a lo vivido. Tendrá que esperar dos años, porque hasta septiembre de 2026 no se volverá a dar esta fiesta de la infancia.

Alberto, también de 7 años, estaba estupefacto viendo el desfile de trajes regionales que aparecían a izquierda y derecha la tarde del sábado, cuando el Estadio Olímpico de Roma se llenó de color para que los pequeños pasaran la tarde con «el nonno —abuelo— del mundo».

La experiencia internacional tuvo el broche de oro con la llegada del Papa al estadio. A los pequeños les recordó la importancia de la paz, que empieza portándose bien en casa y pidiendo perdón a sus hermanos. También de cuidar a los abuelos, algo que repitió en los dos encuentros —en la Misa, al día siguiente—. Y, tras escuchar testimonios de niños en lugares de conflicto, dijo a todos los presentes: «Recemos por los niños que no pueden ir a la escuela, por los niños que sufren las guerras, por los niños que no tienen qué comer, por los niños que están enfermos y nadie los cura». La alegría, esa es la clave de todo para que se cumpla el lema de este primer encuentro: Yo hago nuevas todas las cosas.

Tras pasear por el Trastévere con el obispo auxiliar Jesús Vidal y ser bendecidos por él, uno a uno, quedaban pocas horas para dormir, porque la jornada del domingo era el broche de oro de unos días intensos. «El Espíritu Santo nos acompaña en la vida», reiteró Francisco a los pequeños en el día de la Santísima Trinidad. Ellos, llenos de Él, llegaron a Barajas cantando: «¡Francisco I, te quiere el mundo entero!».