TRIGÉSIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: LA PARCIALIDAD DE DIOS
Eclesiástico 35,12-14.18-16; Timoteo 4,6-8.16-18; Lucas 18, 9-14
HABLA LA PALABRA: Parcialidad, confianza y humildad
La Palabra de Dios es siempre luminosa y sorprendente: hoy nos enseña tres grandes verdades, importantísimas para la vida: la parcialidad de Dios, la confianza en Dios, y la humildad ante Dios:
- La parcialidad de Dios: “Dios no es parcial contra el pobre”, nos dice el libro del Eclesiástico, porque “escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor, y su grito alcanza a las nubes”.
- La confianza en Dios: El testimonio de san Pablo, en su segunda Carta a Timoteo, como cristiano que pone toda su confianza en Dios, es bien elocuente: “todos me abandonaron, y nadie me asistió, que Dios les perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas”. Es más, nos dice que Él le “libró de la boca del león”, y que el Señor “seguirá librándole de todo mal”. ¡Cuánta angustia, cuanta soledad, cuanto abandono, sufre el hombre de hoy! ¡Cuánta razón tiene el Papa Francisco cuando nos dice que la misión de la Iglesia, y por tanto, de cada uno de nosotros, es “curar las heridas”, en medio de tantas batallas!
- Y por último, la humildad ante Dios, y ante los demás: La parábola de las dos oraciones, la del fariseo y la del publicano, reflejan claro está dos modos de presentarse ante Dios, pero también dos modos de presentarse ante uno mismo y ante los demás: el de la soberbia y el de la humildad. La parábola nos describe la psicología de estas dos actitudes:
- El fariseo no es soberbio porque mienta, ni porque exagere con respecto a lo que hace: es soberbio porque se mira a si mismo, no a Dios, y porque mira a los demás con mirada incriminatoria, juzgándoles, y no con misericordia. Está “en su verdad”, tan limitada, tan desfigurada, tan raquítica, que le impide abrirse a la Verdad con mayúsculas, a la verdad de Dios.
- El publicano, por su parte, tampoco miente ni exagera, no hace una exhibición teatral de la humildad, ni se humilla. El publicano es humilde simplemente porque mira a Dios, y desde esa luz, se ve a si mismo, y no se atreve a juagar a los demás. Así, ve con claridad, ve con largueza, ve con amor. Humildad es verdad, verdad iluminada con amor.
HABLA EL CORAZÓN: Dios no es parcial
¿Qué significa la parcialidad de Dios?
- Quiere decir, en primer lugar, que el Eterno Padre es parcial a favor del que más lo necesita, como un padre o una madre, que quiere igual a todos sus hijos, se ocupa, se preocupa y se desvive más por aquellos que, por cualquier circunstancia, requieren más de sus atenciones, sus desvelos, y su amor.
- Y esta parcialidad a favor de quien no lo necesita, y no contra quien más lo necesita (que es la que, si no estamos atentos, tendemos a ejercer), nos lleva también a entender que no es imparcial, lo que significa, si queremos aprender de él, que tenemos que ir contracorriente de la moda de la imparcialidad: impera en nuestra cultura dominante la idea de que, para ser ecuánime, equilibrado y moderado y no fanático, radical o extremista hay que ser imparcial. Pues Dios nos libre de la contagiosa enfermedad de la imparcialidad: ante la injusticia, ante el dolor del más débil, tenemos que ser imparciales, como lo es Dios, justo y misericordioso, y como él nos pide que seamos.
- Jamás los cristianos debemos ser fanáticos, porque el fanatismo supone agresividad, pero si radicales si por radical se entiende que estamos radicados en unos valores, los de la fe; y si también extremistas si por extremista entendemos que nuestra aspiración debe ser la que nos dice San Juan de Jesús: que “nos amó hasta el extremo”.
HABLA LA VIDA: El obispo que tomó partido
Hélder Cámara (1909-1999) fue un obispo brasileño que tomó partido, es decir, que fue “imparcial” a favor de los más pobres frente a los poderosos. No tenía pelos en la lengua a la hora de denunciar a los dictadores latinoamericanos del siglo XX. A los pocos años de su ordenación sacerdotal se fue a vivir a las favelas con los más pobres. Ya obispo, con San Pablo VI impulsó la creación de la Conferencia de obispos latinoamericanos (CELAM), y desde el Concilio Vaticano II se convirtió en la imagen de una Iglesia pobre y para los pobres. En varias ocasiones atentaron contra su vida. Solía decir: “si doy pescado al hambriento me llaman santo, pero si digo que al hambriento hay que enseñarle a pescar, me llaman comunista”.