Infomadrid.- Acompañar y agradecer. Son los dos verbos que se han conjugado en la tarde de este Miércoles Santo en la catedral de la Almudena, en el Vía Crucis Diocesano que ha unido fe, esperanza, música y arte. Acompañar a Jesús, como se explicaba al comienzo, en sus últimas horas, en su subida al Calvario, y expresarle «nuestra profunda gratitud porque ha cargado con todos los pecados del mundo y no ha dejado ningún rincón de la condición humana por sanar y redimir».
Comenzaba la ceremonia con un sonido de rugir de mar. En la barca de la Iglesia, en la tempestad, «el Señor no nos deja solos». Las columnas centrales del presbiterio iluminadas en azul y el Crucificado de la Buena Muerte, de Juan de Mesa, destacando sobre todo, para que las miradas fueran a Él y solo a Él.
Acogiendo los gritos de la humanidad necesitada, la oración ha estado acompañada de meditaciones del Papa Francisco con la participación de distintas realidades de la diócesis —laicos, consagrados, jóvenes, familias, comunidades y movimientos—, y así se han tenido presentes aquellas que «necesitan ser desclavadas de sus maderos por la lógica del amor».
La celebración, marcada por un silencio de respeto y dolor a pesar de una catedral con aforo completo, estaba presidida por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid. Le acompañaban los obispos auxiliares Vicente Martín y José Antonio Álvarez, y vicarios episcopales.
Jesús encuentra a su Madre, pastel sobre papel, en tonos ocres, de Elena Franco, virgen consagrada de la diócesis de Madrid. Una María sonriente elevando a su bebé en brazos, jugando con Él, tan diferente a ese Hijo, ya un hombre, derrotado por el peso de los pecados de la humanidad. Pero la mirada es la misma. Mirada de madre, de ternura, que consuela, que sostiene. Que enseña a mirar «a los que miramos menos y que más necesitan: los más desamparados, los que están solos, los enfermos, los que no tienen con qué vivir, los chicos de la calle, los que no conocen a Jesús».
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz, escultura de Juan Ramón Martín, que realizó un vía crucis completo para la parroquia madrileña de San Gabriel. Una mirada a los vulnerables, a los frágiles, aquellos que están caídos al borde del caminoy a quienes curar. Y en esas curas, se descubre, como dice el Papa Francisco, que «las heridas que cura en el hermano son ungüento para las propias». Cirineos para aliviar las cruces de los hermanos, en una estación rezada con y por Cáritas Diocesana de Madrid.
Verónica enjuga el rostro de Jesús, un lienzo anónimo propiedad de la Fundación Casa de la Familia. Un rostro que refleja otros de nuestro mundo, de niños, jóvenes, adultos, «marcados por el dolor y la desesperanza». De las familias con personas con discapacidad, y por eso esta estación se ha rezado con los responsables diocesanos para las personas con discapacidad.
Jesús cae por segunda vez, escultura de José Luis Fernández, una cabeza que mira hacia abajo, como cuando las dificultades hunden. Pero «no nos desanimemos: tenemos la fuerza del Espíritu para vencer nuestras tribulaciones». Juntos, en modo sinodal, es más difícil tropezar; y si uno cae, los otros lo levantan. La Delegación de la zona Centro ha sido la responsable de rezar esta estación.
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén, arte figurativo de Odnoder-Pablo Redondo, arquitecto y escultor. Presentes en la escultura, y también de viva voz resonando en la catedral, las mujeres que lloran víctimas de la trata, de violencia, de abuso.
Jesús cae por tercera vez bajo el peso de la cruz, pintura de Rocío Casas. Manos que abrazan a una chica rota, alma cansada que ya no puede más, acurrucada en la cruz porque «yo también me caí, pero contigo me levanto», y «puedes dejar que el Señor abrace tu fragilidad, tu barro, para transformarlo en fuerza evangelizadora». El secretariado de Apostolado Seglar ha guiado esta estación.
Jesús es despojado de sus vestiduras, del pintor Camilo Porta, un Jesús que no refleja miedo ni angustia sino el rostro del cordero, manso, misericordioso, mano abierta que bendice. Vaciado de todo, como los misioneros, «ejemplo sublime de libertad interior», y así, la estación se ha rezado con la Delegación de Misiones.
Jesús es clavado en la cruz, negro sobre blanco de Matoya Martínez-Echevarría, un golpe, un latigazo, un martillazo. Pero en la cruz es donde «se manifiesta lo insondable» del amor de Dios. El pueblo reza por los clavados en la cruz, los migrantes, los desplazados forzosos. Junto a ellos y por ellos, en la catedral.
Jesús muere en la cruz, un crucificado a trazos de Diana García Roy, sencillo, esquemático, dibujo tras el que se esconde toda la grandeza de quien «sufrió todo lo que pudo, pero amaba más de lo que padecía». Lo perdió todo para ganarlo todo, la lógica del todo o nada de la que habla el Papa Francisco. Amaba desde la cruz también a los que no encuentran razones para vivir, a los jóvenes cansados y desalentados. El silencio sepulcral volvía a resonar en la catedral, más si cabe, durante los minutos de adoración a la cruz, de rodillas.
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su madre, una Piedad en óleo sobre papel de Gloria Laizaga. De nuevo, la Madre, con su corazón traspasado de dolor pero abierto a la esperanza. Y a su lado, José de Arimatea, que ofrece su sepultura, reluciente, para acoger al Señor. Como todas las hermandades y cofradías, una representación de ellas presente en la catedral, que custodian sus tronos y pasos en los que procesionar a sus titulares por las calles de Madrid.
Jesús es colocado en el sepulcro, acuarela y tinta de Irene Solís que anticipa la Resurrección. «La esperanza ahonda el alma y la pacifica», pero hay que recordar la promesa. «¡Recuerda la promesa y mantén la esperanza!». Peregrinos de esperanza, como la vida consagrada y la riqueza de su presencia en la diócesis, «que nos ayudan a descubrir que el fracaso, el mal y la muerte no tienen la última palabra».
«Hoy es un buen día para abrirnos a la esperanza»
El Vía Crucis ha sido acompañamiento musicalmente por la soprano Mariana Ortiz, la contralto Carolina Bardas, el tenor Luismel Guerra y el barítono Edwing Tenias Carvallo. A ellos se ha sumado el Cuarteto Persé, integrado por Massiel Fernández Torralbas (viola), Alicia Fernández Báez (violonchelo), Pablo Calderón Piña (violín) y Camila Pérez Socarrás (violín). Juan Wolf ha llevado a cabo la dirección musical.
El cardenal Cobo ha concluido con unas palabras invitando a que «esta Semana Santa sea especial y nos dejemos mirar por Cristo». Así, «entrar en el Vía Crucis es un compromiso muy serio porque supone mirar, contemplar y caminar».
Mirar la realidad y «a veces la dureza de la vida», contemplar «con el corazón disponible» y dejarse interpelar por la mirada de Jesús en el huerto, por su cuerpo herido en la columna de la flagelación, por el «silencio estremecedor de María al pie de la cruz». Y contemplar «sirve para caminar, para ver la esperanza e ir hacia adelante». También en las vidas de cada uno hay cruces, noches, lágrimas, ha reconocido, pero «Dios nos da la mano en nuestras vulnerabilidades y heridas». «Hoy es un buen día para abrirnos a la esperanza», ha rematado.
Sobre la cruz ha subrayado que «no se impone, se deja mirar; no aplasta, sostiene; no es un castigo, es la forma en que Dios se hace uno de nosotros». En ella «no solo vemos lo peor del dolor, sino lo más hondo, la entrega». «En la cruz está la semilla de la vida».
En una oración en la que se ha rezado de manera muy especial con obras artísticas y la música, el arzobispo de Madrid ha afirmado que «el arte es un lenguaje del alma, y muchas veces la belleza nos ayuda a entrar en este misterio tan hondo que es el misterio de la cruz». Dios, ha continuado, «se deja mirar a través de las obras de arte». Y ha concluido: «Que el arte sean las gafas para ver el rostro de Cristo».