Título: El camino de la imperfección. La santidad de los pobres
Autor: André Daigneault
Editorial: PPC
En la tradición cuaresmal se valora mucho la “lectura espiritual”, y muchos podemos decir que ha habido libros “espirituales” que han sido determinantes de nuestra experiencia de fe. Leyendo con gran gozo y estupor “El camino de imperfección” he recordado la lectura aún siendo muy joven de “La sabiduría de un pobre”, no sólo por las innumerables coincidencias en lo que ambos libros nos cuentan, sino porque he vuelto a tener con este libro la misma sensación que tuve antaño con aquel otro libro: la de que se abría ante mis ojos un cambio de mentalidad, una vuelta completa al calcetín, como habría dicho yo entonces con el libro sobre el pobrecillo de Asís. Es decir, una “metanoia”, una conversión. ¿Y no es eso lo que deberíamos esperar de una buena lectura en la cuaresma, o en la perenne renovación de la vida cristiana a la que estamos llamados?
El sacerdote canadiense Ándre Daigneault sabe de lo que habla en este libro, pues junto a las variadísimas referencias que nos ofrece de autores espirituales que va comentando para profundizar en sus propuesta, late en el fondo su experiencia personal del Hogar de Caridad “Villa Cháteauneuf” de Sutton, y el haber escuchado a muchos “desechados” de la sociedad, los pobres, es decir, los marginados, para quienes no sólo es posible es el camino a la santidad, sino que en la parábola de su vida, cuando tocan fondo, están más cerca que nadie del Santo entre los santos que se hace pobre en su abandono en la cruz. Porque es ahí cuando, “poniéndose a lado de los criminales, muriendo fuera de la ciudad, como un excluido, haciéndose el esclavo de los esclavos y colgado en la cruz, Jesús se une al más bajo, al más pobre, al más excluido, al más débil, al más abandonado de sus hermanos”. De tal suerte que, como él autor nos explica, “los heridos por la vida, los débiles, los alcohólicos, los drogadictos, los dependientes de todo tipo, los pobres que aceptan sufrir su miseria y luchar a pesar de todo, se aben a la misericordia y entrarán, como el buen ladrón, en el Reino de Dios antes que los puros que ponen su confianza en sí mismos, contando con sus virtudes naturales. Los primeros serán los últimos, y los últimos los primeros (Mt. 19,30)”.
A lo largo del libro el autor nos va poniendo, salpicando su reflexión de experiencias y consideraciones que nos atañen como miembros de la iglesia de hoy, diversas palabras que raramente hubiésemos relacionado con la palabra santidad, como son la pobreza, la imperfección, la debilidad, el abismo, el vacío, la noche o el cero como punto de partida. Nos les puedo negar que me ha conmocionado y removido por dentro la lectura de un capítulo muy especial: “Sacerdotes pobres de corazón para la santidad de los pobres”.
La gran tesis de este libro consiste en que la santidad no se alcanza en un camino de subida y de perfección, sino en un camino de abajamiento: “Bajar para subir, aquí reside toda la paradoja evangélica del verdadero camino espiritual cristiano. San Benito, en el capítulo siete de su regla, dice que se sube a través de rebajamiento y del descenso a la pobreza de nuestro ser”.