VIGÉSIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: FUEGO EN EL MUNDO

Jeremías 38,4-6.8-10; Hebreos 12,1-4; Lucas 12, 49-53

HABLA LA PALABRA: Matar al mensajero

La Palabra de Dios es siempre palabra que “corta y rasga”, que juzga al poder, que va contracorriente. La de este domingo no cabe duda:

  • El dicho “matar al mensajero” bien puede encontrar su principal antecedente cultural en la historia profética de Israel que nos narra la Sagrada Escritura. El “muera ese Jeremías” con el que ha arrancado la primera lectura nos recuerda que siempre que alguien cumple su vocación de profeta (y todos los cristianos fuimos constituidos profetas en nuestro bautismo) corre el riesgo de ser perseguido. Recordemos que profeta no es el que adivina el futuro, sino el que denuncia la injusticia y la impiedad que Dios no quiere.
  • Y en esta misión, no dice San Pablo, mirando al profeta entre los profetas, al Hijo de Dios vivo, todavía no hemos llegado a la sangre en la lucha contra el pecado.
  • Por otra parte, los pobres, en el sentido más existencial de la palabra, los que según el mundo son desgraciados, siempre encuentran en Dios y en su justicia su primera y su última esperanza: “tu eres mi auxilio y mi liberación” dice el salmo 39, al experimentar que el Señor se inclinó y escuchó su grito.
  • Y el Evangelio nos desconcierta sobre manera: ¿No había venido Jesús a traer la paz y la unidad? Pues la respuesta es clara: “No, sino división”. Porque ha venido a prender “fuego en el mundo”.

HABLA EL CORAZÓN: No hay paz sin justicia

¿Qué significa esto? ¿Significa que no es cierto que Cristo sea el Príncipe de la Paz, que el destino salvífico del mundo no sea su Reino de justicia, de amor de y paz?

  • Evidentemente no. El gran anhelo de Cristo esta expresado en su oración en el huerto de los olivos: “Padre, que todos sean uno como tu y yo somos uno”. La unidad, en la paz y el amor, es la vida del hombre, el destino de la humanidad, porque es la vida del cielo, la gloria de Dios, la vida de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es unidad.
  • Significa, en cambio, que su Reino, para ser reino de paz y de amor, tiene antes que ser “Reino de justicia”. Como decía san Pablo VI, “el camino para la paz es siempre la justicia”. Y para que se haga justicia es necesario denunciar la injusticia, desenmascarar la injusticia, corregir la injusticia, y eso conlleva casi siempre enfrentamientos y divisiones, incluso entre los más cercanos, sin excluir, como nos dice Jesús, la misma familia.
  • Por eso: La paz que Dios quiere no es nunca el “irenismo” que consiste en huir de los problemas y del conflicto protegiéndose en una burbuja de serenidad interior que no se deja alterar por nada ni por nadie. Eso es puro egoísmo (por cierto, filosofía oriental que se puso de moda en occidente tras la supuesta revolución cultural de mayo del 68).
  • Y la unidad que Dios quiere tampoco es la unidad del asentimiento, del silencio, del doblegarse, o de la uniformidad. Sino la unidad que se levanta bajo los cuatro pilares de la libertad, la pluralidad, el diálogo y el amor mutuo.

HABLA LA VIDA: Profetas de nuestro tiempo

Grandes profetas de nuestro tiempo, que anunciando el Reino de Dios y denunciando todas las injusticias e idolatrías en su contra, son los cristianos (pastores y laicos) que han prendido en el fuego del amor la antorcha que juzga y denuncia: Destacan cientos de miles de misioneros que pierden por ello su vida. Podrían parecer contradictorios, pero no lo son:

El testimonio de un misionera agustina recoleta como la Hermana Cleusa (en la foto) que fue asesinada al intentar que se dieran la mano dos tribus de siglos enemigas en el amazonas brasileño….

Y el testimonio de los jesuitas del Salvador asesinados por el odio de los más ricos del país, porque a su universidad, a la que habían llevado a sus hijos por su prestigio académico, encontraron algunos su vocación religiosa, y casi todos su vocación como cristianos a hacer justicia a los oprimidos de su pueblo, que desde luego no tenía mucho que ver con el plan que sus padres habían pensado para sus herederos.

¿La misionera dio la vida por buscar la unidad, y los misioneros por buscar la división? No, todos dieron la vida por buscar el Reino de Dios: Reino de justicia, de amor y de paz.