Hechos 1,12-14; Judit 13,18bcde; Lucas 11,27-28
HABLA LA PALABRA: Venerada, amada e imitada en la Iglesia naciente.
En los textos bíblicos con los que la liturgia de la Iglesia celebra la gran fiesta mariana del Pilar, fiesta de la Hispanidad celebrada por todos la Iglesia de habla hispana, vemos explícita o implícitamente a María en tres rasgos suyos:
• Como madre amada de la Iglesia naciente, acompañando, alentando, y agrupando en la comunión a los apóstoles de su hijo, en los Hechos de los Apóstoles. 
• Bendecida especialmente por Dios, y por tanto venerada e implorada por su pueblo, con el responsorio del libro de Judit: “Qué el Dios altísimo te bendiga, hija mía, más que a todas las mujeres de la tierra”.
• En el Evangelio de Lucas como “Revestida de la Palabra”, que es el atributo de María que parece gustar más a Jesús: “Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”. 
HABLA EL CORAZÓN: Venerarla, amarla, e imitarla: la verdadera devoción mariana.
El Concilio Vaticano II inauguró una nueva etapa en la experiencia de la Comunidad Eclesial con respecto a María: “la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (LG, 67). Es decir, a venerarla, quererla, e imitarla.
HABLA LA VIDA: Venerada, amada e imitada por San Juan Pablo II.
San Juan Pablo II tenía un amor ilimitado por la Santísima Virgen, como testifica él mismo: “Estaba ya convencido de que María nos lleva a Cristo, pero en aquel período empecé a entender que también Cristo nos lleva a su Madre. Hubo un momento en el cual me cuestioné de alguna manera mi culto a María, considerando que éste, si se hace excesivo, acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo. Me ayudó entonces el libro de San Luis María Grignion de Montfort titulado Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. En él encontré la respuesta a mis dudas. Efectivamente, María nos acerca a Cristo, con tal de que se viva su misterio en Cristo… el autor es un teólogo notable. Su pensamiento mariológico está basado en el Misterio Trinitario y en la verdad de la Encarnación del Verbo de Dios… de ese modo, gracias a San Luis, empecé a descubrir todas las riquezas de la devoción mariana”.
Esta vida mariana hizo que desde el inicio de su pontificado rezara el Rosario cada primer sábado del mes junto con los fieles en el Vaticano. Además, con su creatividad inagotable, enriqueció el Rosario con los misterios de luz. Ya casi al final de su vida, celebró el Año del Rosario, en el cual se obtuvieron muchos frutos de devoción y de renovación espiritual. Se recuerda también cómo en cada uno de sus viajes y peregrinaciones programaba una visita a los santuarios marianos más importantes. Quiso que en el palacio apostólico se mostrara una imagen de la Virgen, sobre la plaza de San Pedro. Nunca dejó pasar una ocasión sin hablar de María, por lo que le dedicó la encíclica Redemptoris Mater.
Como es sabido de todos, el lema que escogió antes de su ordenación episcopal fue Totus tuus. El futuro Papa tomó estas palabras de la oración de San Luis María Grignion de Montfort, quien a su vez lo tomó de San Buenaventura. Pues bien, el Papa no solo rezaba cada día aquella oración, sino que escribía un pasaje de ella sobre cada página de los textos autógrafos de sus homilías, de sus discursos, de sus encíclicas, en la parte superior derecha de la hoja. En la primera página ponía el inicio de la oración:
Totus tuus ego sum,
“Yo soy todo tuyo, María”;
en la segunda, Et omnia mea tua sunt,
“Y todas mis cosas son tuyas”;
en la tercera, Accipio Te in mea omnia,
“Te acojo en todas mis cosas”;
en la cuarta, Praebe mihi cor tuum,
“Dame tu corazón”.
Y así proseguía en cada página, repitiendo, si era necesario, cada invocación hasta el fin del texto. En los archivos de la Secretaría de Estado se encuentran miles de estas páginas, donde Juan Pablo II manifestó de modo tan íntimo y conmovedor su amor a la Santísima Virgen. Este amor ilimitado a María nacía del amor que sentía por Cristo.
Manuel Mª Bru Alonso, delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid