¿Es malo hablar entre los cristianos de los debates de las Congregaciones Generales y del Conclave sobre la elección del Papa?

Pues claro que no lo es malo. No es malo si se hace desde la caridad, desde el respeto, desde la fe en la acción del Espíritu Santo, pero también desde la corresponsabilidad y la participación de todos para el desarrollo de una sana opinión pública eclesial. Hace unos días Mirian Esteban publico un artículo (lo copio abajo) en el que planteaba esta cuestión.

En el 90%  parece acertada su argumentación, en la clave de que no es buena ni la rumorología ni sobre todo la polarización en la Iglesia, esa manía maniquea de dividir cualquier grupo humano (en este caso la Iglesia en general y el Colegio de los Cardenales electores en particular) en dos bandos, los buenos (para unos que son los malos para los otros) y los malos (que son los buenos para los otros), así como de caer en categorías ideológicas como conservadores y progresistas, y menos aún de izquierdas o de derechas. Los 133 cardenales electores son a la vez conservadores y progresistas, porque la Iglesia viven de la tradición y al mismo tiempo esta llamada continuamente a la conversión, al «aggiornamiento». Otra cosa es que como son diferentes (¡Bendita la pluralidad en la Iglesia que permite el milagro de la unidad y no la decepción de la uniformidad!), pues seguramente estos días estarán contrastando diversos criterios sobre las cosas que urge más conservar o que urge más cambiar.

Pero adolece de cierto espiritualismo ese 10% del artículo atribuíbles a expresiones como que la Iglesia es «una realidad sobrenatural que vive en la historia, sí, pero no depende de ella», o que lo que lo que los cardenales deberían saber que «lo que van a hacer no es humano. Resultan, con todo respeto, expresiones excesivamente espiritualistas que podrían esconder un trasfondo jansenista (desprecio a la condición humana de los cristianos ante el valor de la gracia divina a partir de una creencia en la divinidad de Cristo a costa de una reducción con respecto a su humanidad). La Iglesia es fruto del misterio de la encarnación, por el que Cristo se hace hombre. Precisamente porque es «cuerpo de Cristo» es en todo lo que hace profundamente humana. Acierta y se equivoca como humana. El Espíritu la asiste, pero no la libera de la misión de, como decía San Ignacio de Loyola, «hacerlo todo como si dependiera sólo de nosotros (y por tanto de nuestra inteligencia y discernimiento) pero sabiendo que al final todo depende de Dios». También peca de cierto espiritualismo la idea de que el Papa no tiene que ser un gestor. Que no sea la cualidad principal que debe adornarle no quiere decir que entre sus cualidades humanas está no sea también importante. En las Congregaciones Generales previas al Cónclave de 2013, el cardenal O´Connor respondiendo a la pregunta sobre el «perfil» del Papa que debían elegir, dijo que sería el «del que más se parezca a Jesús, pero si además trae un máster de gestión de empresa debajo del brazo no vendría mal», para saber como resolver la cuestión de las cuentas de la Santa Sede.

La confianza en la providencia de Dios y en la asistencia del Espíritu no anula en absoluto la responsabilidad humana de elegir lo más certeramente posible. Y aquí entra también una cuestión fundamental, que es que los católicos de a pie que no estamos en las Congregaciones Generales y no vamos a estar en el Cónclave (el resto de los obispos, los sacerdotes, los religiosos y religiosas, y todos los laicos) podemos e incluso es bueno que debatamos y comentemos lo mismo que ellos están comentando y debatiendo en las Congregaciones Generales, a saber, que necesita la Iglesia hoy, que perfil de sucesor de Pedro es el más adecuado para hoy, e incluso quienes pensamos que mejor pueden representar ese perfil. Esto, con amor y respeto, y con la certeza de que sea quien sea el elegido, será acogido como quien tiene que ser, nuestro Pastor universal, no es rebajar el sentido espiritual del Cónclave, sino saberse y sentirse Iglesia, participar en ella desde dentro, con confianza, contribuir al sano debate de la opinión pública también dentro de la Iglesia que tanto defendió Pío XII. Es, cuando se hace bien si caer en las caricaturas ni en las criticas, un signo de amor a la Iglesia. Porque sólo nos interesamos y nos preocupamos de lo que amamos. Y cuando amamos a los demás, nos preocupamos por ellos activamente, no sólo rezando por ellos.

Artículo de Mirian Esteban:

El pueblo de Dios ante la elección de un nuevo Papa