DÉCIMO NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: EN QUE CONFIAR
Sabiduría 18,6-9; Hebreos 11,1-2.8-19; Lucas 12, 32-48
HABLA LA PALABRA: Austeridad y vigilancia
Algunas actitudes inherentes a la fe presiden la Palabra de Dios de este Domingo:
- La “solidariad de los santos” en la fortuna y en el infortunio, de la que nos habla el libro de la Sabiduría, porque viven de la fe que es espera y confianza en Dios.
- La fe de Abraham y de todos y cada uno de los profetas del Antiguo Testamente, como nos indica la Carta a los Hebreos, porque confiaron en la promesa de Dios.
- La vigilante espera de la que Jesús nos habla en el Evangelio de Lucas, que exige no sólo no estraviarse del camino correcto, como el mal empleado de la parábola, sino ser genoroso (limosna) y no confiar en las riquezas.
HABLA EL CORAZÓN: No confiar en las riquezas
- Hay quienes ponen toda su confianza en la posesión de bienes materiales, en tenerlo todo y tenerlo siempre. Pero, quienes se mueven por el amor a Dios y al prójimo se sienten más felices poniendo su confianza en el Señor y compartiendo sus bienes con los demás. Buscar la seguridad en la posesión de bienes siempre deja a la persona insatisfecha, porque esto no sacia los deseos más profundos de su corazón.
- Jesús dirige palabras muy claras a quienes depositan su confianza en las riquezas: Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero (Mt 6, 24).
- Dos mandamientos del Decálogo nos ponen en guardia ante un desmesurado deseo de poseer cada vez más: El séptimo mandamiento (no robaras) declara el destino y distribución universal de los bienes; el derecho a la propiedad privada; el respeto a las personas, a sus bienes y a la integridad de la creación. Y el décimo mandamiento (no codiciarás los bienes ajenos) exige una actitud interior de alerta ante la avaricia, el deseo desordenado de los bienes del prójimo y la envidia.
- Con el anuncio del reino de Dios, Jesús lleva estos mandamientos a su plenitud. Advierte que solo pueden ser vividos por el hombre nuevo que nace de Dios y descubre el valor real de las cosas, que se fundamenta en el amor a Dios y al prójimo. San Pablo declara: Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados, pero no tengo amor, de nada me serviría (1 Cor 13, 3).
HABLA LA VIDA: Desprendida de todo
Toda Sevilla la conoce como la “madre de los pobres”. Allí nació en 1864. Con 13 años entra a trabajar en una zapatería. A los 16 años conoce a un sacerdote, José Torres, que la ayuda a madurar su fe y orientar su vocación. Intenta sin éxito, por motivos de salud, ingresar en las Carmelitas Descalzas y en las Hijas de la Caridad. Con 27 años pone por escrito, por indicación del Padre Torres, una experiencia mística: una contemplación de la Santa Cruz que la lleva a hacer de la cruz el sentido de su vida. En 1875 funda la “Compañía de Hermanas de la Cruz”, con el fin de ayudar y atender a los pobres y a los enfermos. Muere en 1932 viendo como crecía tanto el numero de vocaciones a seguir su camino, como el de pobres atendidos. San Juan Pablo II la beatificó en 1982 y la canonizó en 2003.
Sor Ángela de la Cruz fue pobre: su máxima era vivir la pobreza evangélica, porque sólo desde la pobreza podrá comprender y ayudar a los pobres. Llega a “chupar” la supuración de las llegas de una enferma a punto de morir, y que sana al poco tiempo. Este desprendimiento la lleva a concebir una Compañía en la que sus monjas están al servicio de los más pobres desprendidas de todo, sin más ropa que la puesta, con un régimen de comidas austero, durmiendo en tarinas de madera, siendo mendigas.
Sor Ángela es considerada en toda Sevilla como “la madre”: madre para los pobres, a quienes da todo lo que tiene, sobre todo su amor. Madre para sus Hijas, a quienes quiere y cuida, exhorta a vivir muy unidas. Madre que creará internados para las hijas huérfanas de los enfermos que asiste, y escuelas para niñas humildes, incluso escuelas nocturnas para mujeres obreras. Confía plenamente de la Divina Providencia. Y ama la cruz con la locura de la misma cruz.