TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ciclo C: EL ENCUENTRO CON DIOS

Sabiduría 11,22-12,2; Tesalonicenses 1,11-2,2; Lucas 19,1-10

HABLA LA PALABRA: Dios busca al hombre

Antes que un instrumento a nuestro alcance para buscar a Dios, la Palabra de Dios es el instrumento porque el que Dios nos busca a nosotros: hoy la Liturgia de la Palabra nos muestra esta búsqueda:

  • Tanto el libro de la Sabiduría como el salmo 144 nos dicen cosas muy hermosas sobre Dios, sobre su compasión y su amor a los hombres.
  • ¡Que Jesucristo nuestro Señor sea nuestra gloria!, nos dice San Pablo. Y porque lo es, el Apóstol nos invita a no “perdamos la cabeza ni nos alarmemos por supuestas revelaciones”, como “si afirmásemos que el día del Señor está encima”. Cuidado porque esta tentación no la tuvieron sólo los primeros cristianos, o los milenaristas, sino que la tenemos también hoy: ante las alarmantes consecuciones del mal, y para salvarnos de un atroz pesimismo, algunos se empeñan en pronosticar el inminente final de los tiempos.
  • No importa saber cuando es el último día, cuando sabemos que sólo hay un día a tener en cuenta: hoy. Porque siempre hoy el Dios de Jesús sale, de uno modo o de otro, a nuestro encuentro. Por el Evangelio de San Lucas, conocemos el encuentro de Jesús con Zaqueo. Zaqueo temía no poder ver a Jesús, porque era bajo de estatura. Pero sobre todo temía no ser correspondido por él, porque era jefe de publicanos –oportunistas de la ocupación romana- y por ello también rico. Basta cualquier esfuerzo nuestro por propiciar el encuentro con Dios (como el de Zaqueo subiéndose a la higuera para ser visto por Jesús), para que Dios se nos adelante, y nos diga: “hoy quiero alojarme en tu casa”.

HABLA EL CORAZÓN: Los sentimientos de Dios

¿Cuáles son los más profundos sentimientos de Dios, sus más profundas motivaciones?

  • Dios ama todos los hombres, es más, ama todas las cosas que ha creado -¡sino, no las habría creado!-, y las cuida, como el rocío acaricia la tierra cada mañana. Así Dios conserva todas las cosas, hace que todas subsistan, a todas las cosas acompaña “su soplo incorruptible”. Es más, nos dice el Salmo 144: “El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas (…) El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones”.
  • Dios es profundamente compasivo: se compadece de todos los hombres, y está siempre dispuesto a perdonar sus pecados. Es más, “cierra sus ojos al pecado del hombre”, y si nos los hace recordar, es por nuestro bien, para corregirnos “poco a poco”, para que poco a poco nos convirtamos a Él y creamos en Él. El Salmo habla también de su paciencia para con nosotros: “lento a la cólera y rico en piedad… sostiene a los que se van a caer, endereza a los que ya se doblan”.
  • Dios es “amigo de la vida” dice el libro de la Sabiduría: que hermosa expresión. Porque todos somos suyos, nos dice el libro inspirado, porque, como dice San Ireneo, “la gloria de Dios es la vida del hombre”.

HABLA LA VIDA: El hombre existe: ¡Yo lo he encontrado!

El humorista francés Raymond Devos había leído el famoso libro de Andrea Frossard: “¡Dios existe, yo lo he encontrado!” en el que cuenta su conversión al entrar en una iglesia de París. Y se le ocurrió irónicamente cambiar las tornas de la experiencia y ponerse en el lugar de Dios: “¡A mi esto me extraña! ¡Qué Dios exista es una cuestión que no se plantea! Pero que alguien lo haya encontrado antes de mí, me sorprende, porque tuve el gusto de encontrar a Dios, justo en el momento en el que dudaba de Él. Ocurrió en un pueblecito perdido, en el que ya no había nadie. Al pasar por una antigua Iglesia, movido por un extraño instinto, entré… Y allí fui deslumbrado por una luz inmensa e insostenible. ¡Era Dios… Dios en persona, Dios que rezaba! Entonces me dije: “¿Qué es lo que reza? ¿No se está rezando a sí mismo? ¿No es él? ¿No es Dios?”  ¡Era Dios que rezaba al hombre! Y decía: “¡Oh, hombre, si existes, muéstrame una señal tuya!”. Y le dije: “¡Dios mío, aquí estoy!”. Entonces me respondió: “¡Milagro, una aparición humana!” Y le dije: “¡Dios mío, ¿cómo puedes dudar de la existencia del hombre, si tú mismo lo has creado?”. Él me contestó: “Sí, pero es que hace tanto tiempo que no he visto a nadie en mi Iglesia, que me preguntaba si esto no sería una visión del espíritu”. Entonces yo le respondí: “¡Tu estás aquí, tranquilo Dios mío!”. Él me dijo: “Sí, ahora voy a poder decir bien alto: “¡El hombre existe, yo lo he encontrado!”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.