DOMINGO DE PASCUA (Ciclo A): LA PASCUA, DE LA MUERTE A LA VIDA

Hechos 10.34a.37-43; Colosenses 3,1-4; Juan 20,1-9

HABLA LA PALABRA: El testimonio

En el domingo de Resurrección el Resucitado nos regala el testimonio más elocuente de la Palabra de Dios:

  • El testimonio de los apóstoles, que en el libro de los Hechos nos hablan de Jesús, que pasó haciendo el bien, que lo mataron colgándolo en un madero, pero que Dios Padre “lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver”.
  • El testimonio del apóstol Pablo en su carta a los Colosenses, en el que, en virtud del anuncio de la Resurrección, nos propone “buscar los bienes de allá arriba, donde está Cristo”.
  • El testimonio de María Magdalena, de Pedro, y de Juan, que al ver la tumba vacía “vieron y creyeron” antes de encontrar al Resucitado.

HABLA EL CORAZÓN: Tu pascua, mi pascua

Explicaba así en una ocasión el Papa Francisco el misterio existencial de la Pasuca:

  • Dios nos pide que miremos la vida como Él la mira, que siempre ve en cada uno de nosotros un núcleo de belleza imborrable. En el pecado, él ve hijos que hay que elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación, corazones para consolar. No tengas miedo, por tanto: el Señor ama tu vida, incluso cuando tienes miedo de mirarla y vivirla.
  • En Pascua te muestra cuánto te ama: hasta el punto de atravesarla toda, de experimentar la angustia, el abandono, la muerte y los infiernos para salir victorioso y decirte: “No estás solo, confía en mí”. Jesús es un especialista en transformar nuestras muertes en vida, nuestros lutos en danzas (cf. Sal 30,12); con Él también nosotros podemos cumplir la Pascua, es decir el paso: el paso de la cerrazón a la comunión, de la desolación al consuelo, del miedo a la confianza.
  • No nos quedemos mirando el suelo con miedo, miremos a Jesús resucitado: su mirada nos infunde esperanza, porque nos dice que siempre somos amados y que, a pesar de todos los desastres que podemos hacer, su amor no cambia. Esta es la certeza no negociable de la vida: su amor no cambia. Preguntémonos: en la vida, ¿hacia dónde miro?¿Contemplo ambientes sepulcrales o busco al que Vive?
  • La Pascua nos enseña que el creyente se detiene por poco tiempo en el cementerio, porque está llamado a caminar al encuentro del que Vive. Preguntémonos: en mi vida, ¿hacia dónde camino? A veces nos dirigimos siempre y únicamente hacia nuestros problemas, que nunca faltan, y acudimos al Señor solo para que nos ayude. Pero entonces no es Jesús el que nos orienta sino nuestras necesidades. Y es siempre un buscar entre los muertos al que vive.
  • Cuántas veces también, luego de habernos encontrado con el Señor, volvemos entre los muertos, vagando dentro de nosotros mismos para desenterrar arrepentimientos, remordimientos, heridas e insatisfacciones, sin dejar que el Resucitado nos transforme. Queridos hermanos y hermanas, démosle al que Vive el lugar central en la vida. Pidamos la gracia de no dejarnos llevar por la corriente, por el mar de los problemas; de no ir a golpearnos con las piedras del pecado y los escollos de la desconfianza y el miedo. Busquémoslo a Él, dejémonos buscar por Él, busquémoslo a Él en todo y por encima de todo. Y con Él resurgiremos. 

HABLA LA VIDA: Noche de sábado 

En prácticamente todas las catedrales se realizan bautismos de adultos en la Vigilia Pascual. Se trata fundamentalmente de jóvenes “lejanos” de la fe (no “alejados”, porque a diferencia de sus padres nunca oyeron hablar de Cristo y nunca estuvieron en la Iglesia), que un cierto momento conocen a Cristo y se convierten a él. Recuerdo el testimonio de Miguel: un amigo de la universidad lo invitó un día a una Javierada (peregrinación al Castillo de San Francisco Javier). “A mi no me van esos rollos”, le dijo. “Además yo ni siquiera estoy bautizado”. Pero su amigo lo convenció de que lo pasaría muy bien con su grupo de amigos. Allí se sorprendió del “buen rollo” que había, y de que nadie le intentase convencer para hacerse cristiano. Al llegar a Javier entraron en una capilla y preguntó porque se arrodillaban, y cuando se lo explicaron él hizo lo mismo por no desentonar. Y se sintió algo especial, como si un calambre recorriese todo su cuerpo. Sin darse cuenta, pasando los días tras esa experiencia, y saliendo con el grupo de amigos de su compañero de universidad con los que había congeniado, un buen día se dio cuenta de que quería ser cristiano.

Comenzó su “iniciación cristiana” con el catecumenado, y llegó el momento de bautizarse. Pero sus padres se enfadaron con él. “¿No me dijisteis que no me bautizaste para que de mayor eligiera por mi mismo? Pues eso he hecho”. En su caso le costó mucho que lo aceptasen, pero tres amigos de su misma edad del catecumenado tuvieron que ocultárselo a sus padres, que creyeron que aquel sábado santo se habían ido de juerga, como cualquier otro sábado.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.