DOMINGO DE LOS POBRES

Exponemos a continuación tres contenidos para la celebración del Domingo de los Pobres 2020:

  • 1/ ¿Que es la celebración del Domingo de los Pobres?
  • 2/ Programa de la Jornada Mundial de los Pobres en la Diócesis de Madrid
  • 3/ Extracto de la plegaria eucarística del domingo de los pobres
  • 4/ Materiales para la Jornada Mundial de los Pobres 2020
  • 5/ Mensaje del Santo del Domingo de los Pobres 2020
  • 6/ Mensaje del Cardenal Arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, del Domingo de los Pobres 2020

1/ ¿Que es la Celebración del Domingo de los Pobres?

  • Por expreso deseo del papa Francisco, la Iglesia celebra desde el año 2015 la Jornada Mundial de los Pobres en el último domingo ordinario del Año Litúrgico, el domingo anterior a la Celebración de Cristo Rey del Universo.
  • El Santo Padre nos recuerda de esta forma que no amemos de palabra sino con obras. Hemos de ofrecer así la cercanía sincera, la oración y la ayuda generosa y efectiva a tantas personas que, cerca y lejos de nosotros, sufren las muy variadas formas de pobreza que se dan hoy en nuestro mundo.
  • De esta forma estaremos cumpliendo la Palabra de Dios que se proclama en este domingo, haciendo el elogio de quien sabe abrir sus manos al necesitado y tender sus brazos al pobre.
  • En la Eucaristía siempre encontraremos en Jesucristo el modelo de amor y entrega, y la fuerza para vivir en la caridad cristiana con los pobres y necesitados.

2/ Programa de la Jornada Mundial de los Pobres en la Diócesis de Madrid

3/ Extracto de la plegaría eucarística del domingo de los pobres

Porque él (Jesús), en su vida terrena, pasó haciendo el bien

y curando a los oprimidos por el mal.

También hoy, como buen samaritano,

se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu,

y cura sus heridas con el aceite del consuelo

y el vino de la esperanza.

Por este don de tu gracia,

incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor,

vislumbramos la luz pascual

en tu Hijo, muerto y resucitado.

4/ MATERIALES para la IV Jornada Mundial de los Pobres: Subsidio litúrgico /// Guión para la homilía /// Pautas para la animación.

 

5/ MENSAJE DEL SANTO PADRE DEL DOMINGO DE LOS POBRES 2020:

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32)

MENSAJE EN PDF: MENSAJE DEL PAPA JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES 2020

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).

1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico, también conocido como Sirácida, uno de los libros del Antiguo Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores y capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida. Lo hizo en un momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor, luto y miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras. Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus antepasados, su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y el Señor le ayudó.

Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone sus consejos sobre muchas situaciones concretas de la vida, y la pobreza es una de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios: «Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2-7).

2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a la luz de una relación íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y providente con todos sus hijos. Sin embargo, la constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto; al contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas.

Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este Mensaje (cf. 7,29-36). La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.

3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto, la Palabra de Dios va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición para una vida plenamente humana. La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar.

Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana.

4. El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo podemos ayudarla en su pobreza espiritual? La comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona. No podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad.

Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece, con la gracia de Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir. También se siente en la obligación de presentar las exigencias de los que no tienen lo necesario para vivir. Recordar a todos el gran valor del bien común es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales.

5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.

6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.

7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.

Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para «volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo […]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad […]. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato si’, 229). En definitiva, las graves crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.

8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. […] Llevad las cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2). El Apóstol enseña que la libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo es para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino que condiciona de la autenticidad de la fe que profesamos.

El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones concretas para apoyar a los más débiles y también utiliza algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma en consideración la debilidad de cuantos están tristes: «No evites a los que lloran» (7,34). El período de la pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por la pérdida de sus seres queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes de visitar al enfermo» (7,35). Hemos experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y al mismo tiempo hemos tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja tranquilos y continúa estimulándonos al bien.

9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La indiferencia y el cinismo son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos que hemos descrito! De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan.

En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Exhort. ap. Evangelii gaudium54). No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la muerte se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.

10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.

En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad.

Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

Francisco

6/ CARTA PASTORAL DEL CARDENAL CARLOS OSORO PARA EL DOMINGO PARA LOS POBRES

Llamados a encontrarlos, mirarlos y abrazarlos

MENSAJE EN PDF: Llamados a encontrarlos

Infomadrid, 11-11-2020.- La Iglesia celebra este domingo, 15 de noviembre, la IV Jornada Mundial de los Pobres, que fue instaurada por el Papa Francisco «para recordarnos con toda claridad […] que Dios nos amó primero y que nos amó dándolo todo, incluso su propia vida». Así lo recoge el cardenal Carlos Osoro en su carta semanal, en la que anima a profundizar en esto, «sobre todo ahora que la pandemia que asola a la humanidad golpea especialmente a los pobres y está trayendo más pobreza».

Un amor el de Dios que es gratuito, y que precisamente por ello «nos lleva y nos impulsa a regalarlo». Que «nos hace salir de nosotros mismos» para «abrazar –señala el purpurado en otro punto de la carta– a quienes más necesitan y a compartir con ellos lo que somos y tenemos».

Así, el purpurado insta a hacer saber «con la vida y el testimonio que Dios cuida a los pobres»: «si somos imagen de Dios, actuemos como tales»; recuerda que «la opción por los pobres no es una ideología» sino que, como decía el Papa Benedicto XVI, «está implícita en la fe cristológica»; y pide hacer a los pobres «protagonistas de su desarrollo» y darles esperanza, especialmente en estos momentos en los que tantos sufren las consecuencias de la crisis económica y social «que apenas acaba de comenzar».

Texto completo de la carta

Este 15 de noviembre celebramos la IV Jornada Mundial de los Pobres con el lema Tiende tu mano al pobre (cf. Sir 7, 32). El amor no admite excusas. Si somos discípulos de Cristo y deseamos amar como Jesús nos enseña y nos amó a nosotros, tenemos que hacer nuestro su ejemplo con todas las consecuencias. «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3, 18). Para nosotros estas palabras se convierten en un imperativo.

Al implantar la Jornada Mundial de los Pobres, el Papa Francisco quiere recordarnos con toda claridad que hay dos pilares que no podemos olvidar: que Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4, 10. 19) y que nos amó dándolo todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3, 16). Profundicemos en ello, sobre todo ahora que la pandemia que asola a la humanidad golpea especialmente a los pobres y está trayendo más pobreza. Necesitamos realizar una conversión en nuestra vida: pasa por encontrarnos con los pobres que están a nuestro lado, por mirarlos de frente y también por abrazarlos con obras. Solamente lo podremos hacer si experimentamos el amor que Dios nos tiene.

Recuerdo una meditación sobre este amor en unos ejercicios espirituales: Dios te ama, déjate amar por Él. Entre las cuestiones que se nos hacían estaba esta: «Descubre en tu vida datos  concretos en los que puedas ver la evidencia de ese amor de Dios». Cuando uno experimenta el amor de Dios, queda inflamado por ese amor y surge el compromiso de dar y comunicar ese mismo amor a todos los que uno encuentra en el camino de la vida y muy especialmente a los abandonados. La percepción del amor gratuito de Dios nos lleva y nos impulsa a regalarlo. A pesar de las limitaciones y los pecados que tengamos, cuando acogemos la gracia y la misericordia de Dios, nos sentimos impulsados a amar a Dios y al prójimo. El amor de Dios nos hace salir de nosotros mismos.

Hay unas palabras que siempre me han llamado la atención y que podemos volver a escuchar y a meditar en esta Jornada Mundial de los Pobres: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (Sant 2, 14-17). Quizá en muchas ocasiones no hemos escuchado esta llamada con todas las consecuencias que tiene y hemos vivido una relación con Dios aparente, pero, si dejamos que estas palabras calen en nuestro corazón, nos crean tal dinamismo interior que nos llevan a abrazar a quienes más necesitan y a compartir con ellos lo que somos y tenemos.

Al hablar de la caridad política, Francisco nos recuerda que «solo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por tanto verdaderamente integrados en la sociedad» (Fratelli tutti, 187). A este respecto, qué importante es no olvidar el padrenuestro, esa oración que salió de los labios de Jesús: somos hijos de Dios y, por ello, hermanos de todos los hombres. No podemos dejar a un hermano fuera. Hemos de ser manos, cabeza y corazón que traen esperanza porque derraman el aceite del consuelo en todas sus llagas sufrientes. Siguiendo las huellas de Jesús, con su amor y su gracia, sabemos que se genera un cambio.

Siempre y de manera muy clara en este tiempo de pandemia, ojalá la Iglesia sepa entregar ayuda, apoyo y socorro a tantos pobres de nuestra sociedad:

1. Hagamos saber con la vida y el testimonio que Dios cuida a los pobres. Recordemos la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31). En el rico vemos la utilización injusta de las riquezas pensando solamente en satisfacerse a sí mismo, sin tener en cuenta de ningún modo al mendigo. El pobre representa a la persona de la que solamente Dios cuida. A diferencia del rico tiene nombre: Lázaro, que significa Dios le ayuda. Qué maravilla: quien no vale nada a los ojos de los hombres, es valioso ante los ojos de Dios. El texto manifiesta cómo la iniquidad terrena es vencida por la justicia divina. Es una llamada: si somos imagen de Dios, actuemos como tales.

2. No tengamos miedo: la opción por los pobres no es una ideología. Subrayaba el Papa Benedicto XVI que la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho hombre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. Cor 8, 9). Quien quiere ser compañero de Jesús tiene que compartir su amor a los pobres; nuestra opción por los pobres no es ideológica, sino que nace del mismo Evangelio.

3. Hagamos a los pobres protagonistas de su desarrollo, alentemos su esperanza. Para construir la fraternidad y la paz, conviene dar nuevamente esperanza a los pobres. ¿Cuántas personas y familias están afectadas en estos momentos por la crisis económica y social que apenas acaba de comenzar? Las palabras que tantas veces hemos escuchado de Jesús, «porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36), tienen una vigencia para nosotros permanente, pero hay momentos en los que estas realidades de la existencia humana aumentan y es más necesario salir a la búsqueda de quienes las padecen. San Juan Pablo II advertía de la necesidad de «abandonar una mentalidad que considera a los pobres –personas y pueblos– como un fardo o como molestos e importunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido» e insistía en que «los pobres exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más próspero para todos» (Centesimus annus, 28).

Con gran afecto, os bendice,

+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid