TERCER DOMINGO DE ADVIENTO Ciclo A: ¿A QUIEN ESPERAMOS?

Isaías 35,1-6a.10; Santiago 5,7-10; Mateo 11,2-11

HABLA LA PALABRA: Más allá de la apariencia

El Adviento es tiempo de elección: hay que elegir de una vez por todas que vida esperamos y que esperanza vivimos. Hay que elegir si no esperamos nada o si esperamos a alguien. Porque poner la esperanza en algo es una quimera, ponerla en alguien, es ya un paso, hacia él único por el que merece la pena esperar.

  • Isaías nos invita a mirar más allá de la apariencia. Parecemos débiles, pero somos fuertes, porque esperamos a quien despagará los ojos al ciego, abrirá los oídos al sordo, hará saltar como un ciervo al cojo, y hará cantar a la lengua del mudo.
  • Santiago en su carta nos pide paciencia. La niebla del drama de la vida a veces no nos deja ver más allá de un palmo de nuestros ojos. Pero los cristianos sabemos que aguardamos al Señor: él vino de verdad y el viene de nuevo cada día, y en cada adviento nos preparamos para revivir con Iglesia su primera venida y esperar su próxima venida con esperanza que nos trae la alegría, nunca la queja y la tristeza que nos envolverían sino abrigáramos la esperanza.
  • En el Evangelio aparece en las palabras de los mensajeros de Juan Bautista a Jesús la pregunta del millón, esa que se hacen todos los hombres de todo lugar y de todo tiempo cuando buscan la verdad y no están seguros de haberla encontrado: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.

HABLA EL CORAZÓN: Buscad y encontraréis

Lo reconozcamos o no, sólo el cínico no anhela algo más grande en la vida. E incluso él lo anhela, aunque se empeñe en engañarse a si mismo. “Buscad y encontraréis” (Mt 7,7). No anhelamos y buscamos algo, siempre anhelamos y buscamos a alguien. Cuando encontramos a la persona o las personas en quien confiarnos completamente, acariciamos la felicidad. Pero aún así buscamos y anhelamos a alguien más grande que asegure incluso la autenticidad del amor o de la amistad encontrado en los demás. Entonces aparecen a lo largo de nuestra vida tres tipos de personas que nos prometen ese plus que parecería responder a nuestro anhelo de plenitud:

  • Encontramos triunfadores. Creemos que lo tiene todo. Frente a los perdedores resaltan los ganadores: ganadores de méritos, de ganancias materiales, o de fama y prestigio. Queremos ser como ellos. Pero ellos mismos nos dicen, aun cuando sea lo último que quisieran decirnos, que todo es “vanidad de vanidades”.
  • Encontramos embaucadores. Están vacíos, pero nos engañan diciéndonos que han encontrado la caja de pandora, fruto de su imaginación. Son magos sin escenario ni chistera. Sólo tienen buena labia y prometen muchas cosas. Pero en realidad no dan nada, mientras piden todo. Necesitan seguidores a quienes robarles no sólo el bolsillo sino también el alma.
  • Encontramos demagogos. Los hay por doquier. Políticos que quieren ser caudillos. Incapaces de dirigir su propia vida se empeñan en liderar la de los demás. Saben poner nombre al disgusto de las multitudes y les enseñan un enemigo a quien culpar de todos sus males. Así se presentan con engaños populistas como los salvadores de viejas naciones o inventores de nuevas.
  • En el Adviento todos deberíamos preguntarnos si buscamos o no a Alguien que responda a todos nuestros anhelos, pero antes debemos desenmascarar a los triunfadores, a los embaucadores y a los demagogos mesiánicos. Sólo hay un Mesías, que comparte nuestra condición humana, pero que es Dios. Sólo él puede respondernos a la pregunta del Bautista con la respuesta de Isaías: “los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

HABLA LA VIDA: Nunca me cansaría de hablar de Él

El 29 de noviembre de 1970 San Pablo VI estaba en Manila. Delante de una gran multitud muchos de los presentes nunca habían oído hablar de Jesucristo. Estaban allí con la dichosa pregunta: “Eres tu el esperado?”. Pero Pablo VI no les hablo de él, sino del Mesáis verdadero: “Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios invisible, él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; él nació, murió y resucitó por nosotros. Él es el centro de la historia y del universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza (…) Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, y la verdad, y la vida; él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra hambre y nuestra sed; él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.