¿Hay también en nuestro tiempo mujeres como la viuda de Sarepta obediente al profeta Elías que hemos escuchado del Primer libro de los Reyes, o la Viuda del Evangelio que da todo lo que tiene a los demás? Empecemos por la viuda de Sarepta.
En la crisis de los 80, que no fue tan grave como la actual, pero que también llevo a muchos españoles al paro, Teresa, madre de cuatro hijos, esposa de un transportista que se había quedado sin trabajo, fue aquí cerca, a los jesuitas de la calle Serrano, a pedir ayuda.
Le recibió el Padre Lorenzo Almellones (en la foto, que ya no está entre nosotros), que dirigía la Congregación Mariana de los Kostkas. Y nos pidió a los jóvenes congregantes que incorporáramos a la familia de Teresa, que vivía en el barrio San Blas, al grupo de familias que atendíamos desde la acción social de la Congregación.
Teresa Rosingana siempre nos decía que en cuanto remontase, se uniría a nosotros para ayudar a otros.
A los pocos años el marido de Teresa encontró trabajo, y ella, agradecida por la ayuda recibida, cumplió su promesa. Es más, la acción social de la Congregación se le quedó pequeña, y puso en marcha una iniciativa de ayuda a familias necesitadas que, entre otras cosas, con los años, hizo un comedor social en Sal Blas donde hasta no hace mucho tiempo comían entre 60 y 80 personas al día.
Un día (a finales de los 90) Teresa se vio muy agobiada. Llevaba varias semanas sin que llegasen los suministros de alimentación de diversas instituciones, y no tenía nada con que dar a comer a sus numerosos comensales pobres. El Padre Almellones había fallecido pocos meses antes, y el comedor estaba presidido por una foto suya. Teresa se plantó muy temprano delante de la foto, y le dijo: “Tu me metiste en esto, tu me tienes que sacar de este apuro. Yo ya no se que hacer, pero hoy tengo que dar de comer a mucha gente. A ver como te las apañas”.
A los cinco minutos, empezó a sonar el teléfono, una llamada tras otra, y a llegar camiones y furgonetas. En dos horas llegaron alimentos para las necesidades del comedor social de varios meses.
Algunos dirán que lo que le ocurrió a Teresa no es un milagro, porque no se quebrantó ninguna ley de la naturaleza, y dio esa casualidad. Yo no creo en las casualidades, pero si en Dios providente.
El milagro de la viuda de Sarepta con el profeta Elías o de Teresa con el Padre Lorenzo es el del día a día de nuestros centros de acogida, de nuestras cáritas parroquiales, de los comedores de las Hijas de la Caridad, de los jóvenes que reparten caldo y bocatas, de la Comunidad de San Egidio que se hace amiga de todos los vagabundos…
¿Y la pobre viuda del Evangelio?
Hace pocos años en Boadilla del Monte otra viuda, María, se había quedado también literalmente sin nada: sin familia, sin pensión, sin ahorros, y al borde de un desahucio. Entro en la Iglesia a rezar, se quedo a misa, porque lo había perdido todo menos la confianza en Dios.
Mientras se hacía la colecta se le paso por la cabeza una locura: echar en el cepillo el único dinero que le quedaba: un arrugado billete, que llevaba en el bolsillo. Así lo daba todo, así podía esperarlo todo.
Al salir de la misa, en la puerta, la reconoció un vecino al que hacía mucho tiempo que no veía. La preguntó como estaba y ella le contó su situación. Al día siguiente, gracias a este vecino, María ya estaba haciendo los trámite para empezar a trabajar. Ahora gracias a este vecino ha podido remontarse y no corre ya ningún peligro. Bueno, no gracias a su vecino, sino por mediación de su vecino. Fue Dios providente quien, como dice el Salmo 145 que hemos recitado, “mantiene su fidelidad perpetuamente”, y “sustenta al huérfano y a la viuda”.
En Evangelio no nos dice nada de la suerte de aquella viuda. Pero habiéndose fijado Jesús en su generosidad, él la habría salvado de todo infortunio pues, como le dice el centurión a Jesús, y luego diremos antes de la comunión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Mt. 8,8).
Ojalá que hoy, ante Jesús Eucaristía, a ejemplo de Teresa y de María, podamos pedirle la gracia de la generosidad sin límites y la confianza sin límites de las mujeres de la Escritura.
HOMILÍA DEL DOMINGO XXXII DEL TO. CICLO B