En la historia de la salvación Dios siempre ha contado con hombres excepcionales a los que ha llamado para guiar a su pueblo hacia la plenitud:
· En la Antigua Alianza, profetas y reyes comparten esa promesa que hoy hemos leído en el Profeta Isaías: “colgaré de tu hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que el cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme”.
· En la Nueva Alianza, Cristo Jesús parece tener presente estas palabras del profeta cuando se dirige a Pedro y le dice: “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no lo derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
· Pero estas llamadas, como la de todas las vocaciones –todos estamos llamados a algo por Dios en esta vida- están al servicio del Reino de Dios. Y sólo se realiza en el encuentro con el Señor, que como hemos dicho en el salmo 137, “es sublime” y “se fija en el humilde”. Él, como nos dice San Pablo en la Carta a los Romanos, es “el origen, guía y meta de universo”.
· Por eso la pregunta más importante de la existencia, para que cada ser humano pueda encontrar su misión en la vida, no es la primera pregunta retórica de Jesús en el Evangelio (“¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?), sino la pregunta que nos hace a cada uno de nosotros mirándonos a los ojos: “¿Y vosotros, quien decís que soy yo?”.
De joven me encantaba una canción de Brotes de Olivo que se llama “Jesús, ¿Quién eres tu?”. Me ayudaba a revivir ese estadio de búsqueda y de curiosidad que todos hemos vivido ante la figura incomparable de Jesús. Se trata de una pregunta que nos hemos hecho todos:
· Que se han hecho incluso los que han perdido su fe en él.
· Que se hacen los que apenas saben de él porque jamás han recibido el anuncio del kerigma evangélico.
· Que se hacen tantos aunque no lo reconozcan por el que dirán, porque hoy reconocer esto esta mal visto.
· Y que también nos hemos hecho los que habíamos heredado una fe incólume, pero que en el momento de asumirla personalmente, hemos tenido que, gracias a Dios, sentir la misma pregunta que recibieron de Jesús sus discípulos camino a Jerusalén.
Ante la pregunta sobre Jesús, en el fondo, sólo caben dos respuestas:
· Una es la de quien se escuda en una ignorancia parcialmente falsa y:
· niega que le atraiga la incomparable, luminosa, e indiscutible propuesta de vida para el hombre genuina de Jesús;
· niega que le inquiete la única persona relevante de la historia que se dice Hijo de Dios, que cambió la historia de la humanidad, y que sigue guiando a incontables héroes de supremo valor e integridad;
· niega haberse sentido particularmente conmovido por el desenlace de su vida y de su pasión, hasta la muerte en la cruz; o niega por último no haberse preguntado si no será verdad que resucitó.
· Y otra es la de quien, aún a tientas reconoce a quien le hace esta pregunta. Y más pronto o más tarde, se rinde ante él, lo sigue, y emprende el único camino de esperanza que existe para el hombre.
¿Quiénes se han dejado interpelar por Jesús, seducir por su humanidad sin igual y por su divinidad encarnada? Tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia ¿Y hoy? Mirad las noticias de estos días:
· Hoy responden a Jesús, como Pedro “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”, los miles de jóvenes asiáticos que han recibido al Papa la semana pasada, y que o se han bautizado o se están preparando para bautizarse. No se han conformado con una espiritualidad sin Dios como es el budismo, o han remado contracorriente ante el ateísmo materialista en el que se han educado, o no pocos de ellos se juegan la vida por abrazar la fe.
· Hoy responden a Jesús, como Pedro “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”, los más de diez mil nuevos mártires cristianos árabes de la persecución religiosa islamista en Irak, en Siria, o en Nigeria…
· Hoy responden a Jesús, como Pedro “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”, el misionero que no tiene miedo a contagiarse el ébola, o el periodista que es decapitado porque, como buen cristiano, estaba en el lugar más peligroso del mundo, para poder contarnos la verdad.
· Ahora, como se dice vulgarmente, la pelota esta en nuestro tejado: “¡Y tu, quién dices que soy yo?”, nos sigue preguntando Cristo Jesús.
HOMILÍA DEL DOMINGO XXI DEL TO (CICLO A) 27 DE AGOSTO 2017