Cuando vemos cumplidas las promesas de Dios, entendemos aquello que decía el profeta Isaías: que del mismo modo que la lluvia y la nieve empapan la tierra, así es la palabra de Dios que también cae del cielo, no vuelve allá sino después de haberse convertido en vida.
- Aún así, el mismo profeta Isaías, nos muestra hoy el gran anhelo del pueblo de Israel, ese mismo anhelo que por otra parte todos los hombres de todos los tiempos, también los de hoy, tienen: el deseo de que Dios rasgue el cielo y baje, para salir a nuestro encuentro, traernos su amor y su justicia, y culminar su obra con cada uno de nosotros, que somos como arcilla en manos del alfarero.
- Este gran anhelo –nostalgia de Dios lo llama el escritor judío George Steiner- que anida en todo corazón humano, sale a borbotones del corazón humilde del hombre que clama, como reza el salmo 79: “vuélvete, mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa”.
- Todos compartimos esta nostalgia de Dios:
- algunos lo buscan sin saberlo, otros lo buscan pero no lo encuentran,
- y nosotros, aunque lo hayamos encontrado, debemos mendigarlo todos los días, porque no podemos ni abarcarlo, ni retenerlo, ni encerrarlo en nuestra mediocridad.
- Por eso San Pablo comparte con los primeros cristianos de Corintio la triple expectativa del “si pero todavía no” del Adviento:
- Por un lado tenemos a Cristo, el Hijo de Dios vivo que vino a nosotros una vez para siempre, por pura gracia, sin mérito nuestro.
- Pero otro lado, necesitamos pedirle que venga todos los días, porque se hace el encontradizo en nuestras vidas y no siempre estamos preparados para reconocerlo.
- Pero además, deseamos y esperamos que también un día venga, al final de los tiempos, para reunirnos a todos en el abrazo de la unidad, la reconciliación y la paz de su Reino.
- Decía San Pascasio Radberto: “Es bueno que Cristo venga a mi. Entonces es como si la segunda venida ya se hubiese realizado”.
- Y es Jesús mismo, tal y como nos cuenta el Evangelio de San Marcos, el que nos confirma esta segunda doble venida: la de cada día, y la del final de los tiempos. En ambos casos no sabemos cuál es el momento (por la mañana, a medio día, al atardecer, a media noche…).
- El momento en el que se nos hace presente cada día, sobre todo en el hermano en el que se hace el encontradizo con nosotros,
- O el momento final, que a la postre a nuestros cálculos da igual, pues para cada uno de nosotros el final de la historia se adelanta en el final de nuestra vida.
- En ambos casos, para la micro-historia que escribimos cada día, y para la macro-historia que escribimos a lo largo de nuestra vida, el Señor nos dice: “Mirad, vigilad, velad” es decir: estar atentos, dejad que os encuentre, no os durmáis dejando que la vida pases sin afrontarla.
¿Cómo vivir este “mirad, vigilad, velad”? Hay una expresión que lo resume todo: “vivamos el momento presente”.
- No como algunos proponen (el antiguo Carpe Die), despreocupados de todo para satisfacer nuestros deseos hoy, porque la vida son cuatro días, y es como un limón que hay que exprimirlo al máximo.
- No tratando de arrebatar a Dios el tiempo, que es suyo, queriendo volver al pasado (con el resentimiento, o el remordimiento), o adelantar el futuro (buscando la suerte, o soñando en un día que nunca llega).
- Sino viviendo el presente que Dios nos regala: si el pasado y el futuro son sólo de Dios, también lo es el presente, pero esté lo comparte con nosotros. Por eso, como decía Chiara Lubich: “el pasado está en la misericordia de Dios, y el futuro en su providencia. Pero Él nos regala el presente: el único instante que tenemos para amar”.
- Solemos decir que no queremos que la muerte nos sorprenda sin poder despedirnos de las personas que más queremos, cuando aún más deberíamos querer que la muerte no nos sorprenda sin estar ya en la presencia de Aquel que más nos quiere, a quien poder encontrar no como a un extraño, sino como al Compañero de viaje que siempre ha estado a nuestro lado.
HOMILÍA DEL DOMINGO I DE ADVIENTO (CICLO B)