Génesis 2,18-24; Hebreos 2,9-11; Marcos 10,2-16

HABLA LA PALABRA: Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre

Frente a una cierta comprensión ególatra del matrimonio, que no sólo esta en las antípodas del matrimonio entendido desde el amor cristiano, sino también de cualquier comprensión verdaderamente humana y natural del matrimonio, es lógico que la Palabra de Dios resulte escandalosa:

  • Escandaliza el libro del Génesis:
    • Primero, por decirnos que el hombre es criatura de Dios, y por tanto nunca dueño y señor de si mismo.
    • Y segundo por que, cuando se unen un hombre y una mujer lo hacen para ser uno en sus cuerpos y en sus almas, y no para hacer un negocio que dependa del equilibrio en la oferta y la demanda de las mutas expectativas entre los contratantes.
  • Escandaliza la imagen de familia que ofrece el salmo 127: padres e hijos alrededor de una mesa, pidiendo la bendición de Dios.
  • Escandaliza la Carta a los Hebreos, que nos muestra a Cristo, modelo de la humanidad nueva, como aquel que se sacrifica por amor al Padre y a todos los hombres, sus hermanos.
  • Y escandaliza sobre todo Cristo mismo en el Evangelio, al decir que “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.

HABLA EL CORAZÓN: La imagen que la cultura dominante tiene del matrimonio

Ya sabemos cuál es la imagen que la cultura dominante tiene del matrimonio cristiano: la de una relación asfixiante y opresora, cuando no oscurantista y machista.

  • En los libros de texto escolares más utilizados tanto de Ciencias Sociales como de Educación para la Ciudadanía, al matrimonio cristiano se la llama “tradicional”, y se ilustra el texto con fotografías de familias tristes en blanco y negro, de los años 50 del siglo pasado.
  • En la página siguiente se exponen las bondades de las familias modernas, que van acompañadas de fotografías en color de todo tipo de parejas sonrientes que parecen sacadas de un anuncio de productos dentífricos. Y como está dirigidos a los niños, se eluden las teorías sobre la gran atadura que supone tener hijos.
  • Y en las conversaciones habituales sobre el matrimonio, el pensamiento único impone tres dogmas que si los ponemos en duda, o incluso si argumentamos sobre el tema sin mencionarlos de algún modo, pasamos a ser herejes sociales, a pagar la pena del ostracismo y a ser objeto de maledicencia:
  • Que el matrimonio es una opción meramente sentimental que debe durar únicamente lo que dure el sentimiento.
  • Que el sentimiento depende de la satisfacción personal inmediata que el otro proporciona, y repele el sacrificio.
  • Y que, en consecuencia, también vale para el matrimonio el sacrosanto principio de que arrepentirse es enfermizo y pedir perdón es humillante.

HABLA LA VIDA: Confío en el amor que Dios les profesa

Dado este contexto, os confieso que cuando, al celebrar una boda, digo estas palabras (“lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”), tras el consentimiento solmene por el que los novios pasan a ser esposos, me tiemblas las piernas.

  • La estadística me dice que siete de cada diez matrimonios fracasan en Madrid. Pero no pierdo la esperanza en cada uno de ellos. Confío en el amor que se profesan, y sobre todo en el amor que Dios les profesa.
  • Y pienso que, en caso de ruptura, en no pocos no habrá habido realmente matrimonio, porque no estaban preparados para ello, por la educación recibida y la presión social a la que están sometidos.
  • Y pienso que como Iglesia habrá que estar con ellos en las duras como en las maduras. Y si los hemos acompañado en sus gozos y esperanzas, habremos de hacerlo en sus angustias y tristezas.
  • Y entiendo que el Papa Francisco no sólo piense en las familias que son un testimonio de su fidelidad y de apertura a la vida, sino también en todas aquellas situaciones que nos hemos acostumbrado en la Iglesia a situar como “situaciones marginales” (carencias educativas, desempleo, dependencias, enfermedades, abandono, violencia, pobreza).
  • Y me doy cuenta de que no hay contradicción en defender la indisolubilidad del matrimonio, y la misericordia para con los que fracasan, porque la misma misericordia que Cristo propone a los esposos para que la vivan entre ellos, es la misericordia de Dios para con todos, la de una alianza de amor con los hombres aún mucho más indisoluble.

Manuel Mª Bru Alonso, delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid