VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: UN AMOR ESCANDALOSO
Éxodo 32,7-11.13-14; Timoteo 1,12-17; Lucas 15, 1-32
HABLA LA PALABRA: La pedagogía de Dios
- De la Palabra de Dios no sólo podemos aprender un mensaje, sino que también podemos aprender de su lenguaje. El emérito Papa Benedicto, siguiendo la formulación de las nuevas filosofías del lenguaje, distingue entre información y preformación: por la información Dios nos da a conocer su voluntad, pero por la preformación despierta nuestra razón, mueve nuestro corazón, impulsa nuestra voluntad, suscita en nosotros el deseo de escucharle y secundarle, así como el convencimiento de que lo que nos propone es lo mejor para nosotros.
- En las lecturas de hoy encontramos buenos ejemplos de lo que en teología se llama “la pedagogía de Dios”:
- Como un padre que a la hora de corregir a su hijo le hace ver que merecería el castigo, aunque no tenga intención de castigarle, así, en la lectura del Éxodo, vemos como el Eterno Padre le hace ver a Moisés que el pueblo elegido, tras sustituirle por un becerro de oro, merecería que lo dejase a su suerte. Para que Moisés mismo razone, con su pueblo, los motivos por los que por su amor jamás los dejará a su suerte. Es la pedagogía de la moción.
- Lo mismo ocurre con san Pablo, que para enseñarnos que la misericordia y la compasión de Dios que clama el salmo 50 es verdadera, se pone de ejemplo a si mismo: nadie ha estado más lejos de Dios, y nadie esta más convencido que él de que Dios le ha perdonado. Es la pedagogía del testimonio.
- Por último está Jesús, que a través del lenguaje de las tres parábolas que hemos escuchado, nos acerca algo inabarcable e inmensurable, como es el amor y la misericordia de Dios, a nuestras más elementales entendederas: ¿acaso entre los que le oían no habría más de un pastor que más de una vez, llevado por el celo de su rebaño, no haya cometido la locura, la imprudencia, de dejar sólo el rebaño reunido para ir en busca de la oveja que se le ha perdido? ¿O acaso no podría haber entre los que escuchaban alguna mujer que segura de que la moneda que ha perdido está en casa, no la levanta de abajo a arriba para encontrarla? ¿Y la parábola del hijo pródigo, no removería sus entrañas? ¡A Jesús, que bien se le entendía, qué bien se le entiende! Es la pedagogía de la vida.
HABLA EL CORAZÓN: La pedagogía del Evangelio
- ¿Y que decimos del contenido de esta enseñanza? ¿Qué es lo que Dios quiere no sólo que aprendamos, sino que “aprehendamos”, es decir, agarremos con fuerza para no soltarlo nunca?
- La pedagogía de la Palabra de Dios hace cada uno entiende lo que puede entender y lo que debe entender, de formas y maneras muy distintas para cada receptor y para cada momento. Pero aún así, siempre podemos encontrar algunas claves comunes de comprensión:
- Dios nos enseña que su misericordia es infinita. Que él no se cansa de esperar, que él no se cansa de disculpar, que él no se cansa de perdonar.
- También nos enseña que no sólo él, sino que todos los que han aprendido de él, a mirar al hombre y al mundo como él los mira, “se alegran más por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Esto vale para los ángeles y los santos que están en el cielo, y también para los que aún entre nosotros, caminan en santidad.
HABLA LA VIDA: El mandamiento “cero”
Éramos muy jóvenes. Cientos de jóvenes reunidos para celebrar juntos la Pascua juvenil en una gran casa religiosa de Zaragoza. Nos presentan a un gran conferenciante, José Antonio Salles, un teólogo afamado. Nos preguntamos si estaremos a la altura para entenderle. ¡Y ya lo creo que lo entendimos! Empezó tomándonos el pelo. Empezó diciéndonos que en el libro del Éxodo había una fallo. Moisés no podía haber bajado el Monte Sinaí con 10 mandamiento en sus tablas, porque falta un mandamiento. Seguramente perdió en el camino una tabla con ese mandamiento, o se le debió de olvidar al dedo de Dios grabarlo a fuego sobre aquellas tablas, o tal vez no se le olvido por que lo dio por su puesto. Es el “Mandamiento cero”, y dice así: “Dejase amar por Dios”, hasta que su amor inunde todo nuestro corazón, toda nuestra mente, todas nuestras fuerzas. Porque sólo después, podremos amar a Dios y amar al prójimo con todo nuestro corazón, toda nuestra mente, y todas nuestras fuerzas. A mi lado un joven que se había puesto muy nervioso cuando el teólogo dijo que faltaba un mandamiento se relaja. Cierra los ojos. Y me susurra: “Tiene razón. Nos faltaba el mandamiento cero”.