Daniel 7,13-14; Apocalipsis 1,5-8; Juan 18,33b-37  

HABLA LA PALABRA: Con que, ¿Tú eres Rey? 

Cristo es Rey, Rey de cielos y tierra, no es rey de este mundo, pero si para este mundo. Las lecturas que acabamos de proclamar lo describen: 

  • La lectura del profeta Daniel, el salmo 92, y el libro del Apocalipsis ven la realeza de Dios en el Hijo del Hombre:  
  • que vendrá vestido de majestad, entre las nubes del cielo,  
  • como Señor de pueblos y naciones de toda lengua y cultura,  
  • como Alfa y Omega, como principio y fin. 
  • El Evangelio, en cambio, no nos describe su venida en gloria, 
  • Sino que nos muestra al Hijo del hombre vilipendiado, acusado injustamente, humillado, sometido al interrogatorio del poder de este mundo, que como siempre, se burla de él. “Con que, ¿Tú eres Rey?”.  
  • Nos muestra al Hijo del hombre que contesta: “Tu lo dices: soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.  

HABLA EL CORAZÓN: Pero, “¿Qué es la verdad? 

La verdad. Pero, “¿Qué es la verdad?”, le pregunta a renglón seguido Pilato. Esta es precisamente la gran pregunta que el hombre de hoy le hace a Jesús, le vuelve a hacer a Jesús.  

  • No vivimos inmersos en una crisis de fe, como a veces decimos. No. El hombre de hoy, como el de todos los tiempos, necesita creer como necesita respirar. Cree, siempre cree. Y si no cree en Dios: 
  • Es que creé en si mismo, sólo en si mismo, condenado a la soledad de la desconfianza y la soberbia, midiendo todo lo que hay consigo mismo. Apegándose a su riqueza y a su imagen. Se cree el centro del universo. Huye el misterio. 
  • O creé en las fuerzas ocultas del mal, o del azar y la suerte, o de las cartas y las supersticiones, o de los magos de lo oculto, para encerrar el misterio en un cuarto trasero, para hacer de la vida y de la muerte un juego macabro. 
  • O creé porque busca creer, busca a Dios aunque no lo encuentra (a veces porque no lo encuentra en el anti-testimonio de los creyentes), y en esta búsqueda no se distancia mucho del creyente, que en cuanto tal, siempre vacila en su debilidad, y siempre debe seguir buscando, porque no posee la verdad, sino que es, misteriosamente, poseído por la verdad. 
  • La crisis de nuestro tiempo es una crisis de verdad, y por ello, de bondad y de amor. Es el relativismo. Si no hay verdad y falsedad, si todo puede ser verdadero o falso a la vez, entonces tampoco hay bien y mal, y tampoco amor y desamor. 
  • No vivimos una crisis de increencia, sino de cinismo. “No hay verdad”, dice el cínico; en todo caso, tu verdad, mi verdad, siempre con minúscula.  
  • Se nos quiere hacer creer que toda pretensión de verdad es una quimera peligrosa, origen y fermento de todos los fanatismos. Que sólo en un clima de opinión relativista es posible la democracia y el progreso. Y se equivocan. 
  • Y como no existe la verdad y la mentira, tampoco existe el bien y el mal. Sólo existen los sentimientos y las sensaciones subjetivas: el temor o la tranquilidad, el sosiego o el dolor. Nos horrorizamos, y hasta nos indignamos. Pero no nos defendemos con la fuerza imparable de la verdad, de la bondad, y del amor, porque el en último día, no seremos examinados en la verdad, pero si en el amor. 

HABLA LA VIDA: Dios-Amor es la única verdad 

  • Cuando la Sierva de Dios Chiara Lubich era aún una niña, un día en la escuela la maestra les dio argumentos para no creer en Dios. Chiara no sabía como desmontarlos, pero se puso en pie y dijo: “lo que dice no es verdad”. Sus compañeras después la advirtieron que podría suspenderla, pero no fue así.  
  • De mayor ella misma se hizo maestra porque se había enamorado de la verdad, y quiso ir a la Universidad. Pero estalló la II Guerra Mundial y no pudo cumplir su deseo. Pero con un grupo de amigas se dio por completo a los demás, sobre todo a los vulnerables a los bombardeos: los pobres, los ancianos, y los enfermos. 
  • Y entonces, se dio cuenta de que la Verdad era Dios, y se dijo que Dios es justo lo único que ninguna bomba podrá jamás destruir. Y eligió a Dios-Amor como la gran verdad de la vida. 

Manuel Mª Bru Alonso, delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid