Tierra, agua, aire, fuego
Título: Contemplar para orar con la naturaleza.
Autor: Miguel de Santiago.
Editorial: PPC.
Denunciaba recientemente el Cardenal Osoro que “sobrexplotamos y contaminamos los océanos, destruimos bosques y selvas, auténticos pulmones verdes del planeta como estamos observando estos días, y somos cómplices de la desaparición de especies únicas que además podrían ser fundamentales para el futuro de la humanidad. Nuestros hábitos de consumo alientan un sistema que antepone los beneficios monetarios a la propia vida, lo que genera la cultura del descarte”.
El compromiso por el cuidado de la creación al que estamos llamados en primer lugar los cristianos no nace de una mera consideración ética, más o menos fundamentada, sino de la fe en el Creador, que lleva a una experiencia contemplativa, que a su vez se convierte en respeto y cuidado contemplativo. Para el Papa Francisco en su encíclica Laudoto Sí esto “implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres” (nº 220). Una contemplación que lleva a la paz interior, que a su vez “se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración” (nº 225).
Y esto no es una elucubración espiritual extraña al resto de los mortales, sino que anida en la experiencia universal de nostalgia del Creador ante la admiración por lo creado. Preguntaba y respondía Rachel Carson, considerada la inspiradora del ecologismo moderno, en los años 50: “¿Cuál es el valor de conservar y fortalecer este sentido de sobrecogimiento y de asombro, este reconocer algo más allá de las fronteras de la existencia humana? ¿es explorar la naturaleza sólo una manera agradable de pasar las horas doradas de la niñez o hay algo más profundo? Yo estoy segura de que hay algo más profundo, algo que perdura y tiene significado”.
Sacerdote, escritor, critico literario, y poeta, Miguel de Santiago acaba de publicar un hermoso libro (por dentro y por fuera) de poemas contemplativos. Son poemas bellísimos, que invitan a la oración, acompañados de textos bíblicos y del magisterio de la Iglesia que enriquecen la experiencia oracional que el autor comparte con el lector.
Contempla la tierra, el agua, el aire y el fuego, los elementos básicos de la naturaleza que ha sido evocados por la literatura universal desde hace siglos. Como explica el autor, estos elementos “han sido incorporados a la simbología religiosa y sustentan las claves teológicas de una ecología integral que sitúa al hombre en el centro de la creación. El ser humano, proveniente del humus de la tierra, como se apunta en el Génesis, necesita del agua purificadora del bautismo, que vivifica y restaura, y posteriormente recibe el aire, al aliento, el soplo del Espíritu, que le da sabiduría, inteligencia y fortaleza y, finalmente, es abrasado por el fuego regenerador que desciende de lo alto para implantar el ardor misionero”.
Dice el Papa que “la naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia?” Sin duda estos poemas, estas fotografías, estos textos para la meditación, que nos ofrece este libro son valiosísimos para la propuesta del Papa: “contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, y cuya presencia no debe ser fabricada sino descubierta“ (nº 225). El mismo autor explica que “en estas páginas se produce una relación intensa entro lo creado por Dios y el hombre, también criatura suya; un éxtasis de amor, aun en medio del dolor que produce la peregrinación por este mundo; una entrega al Misterio que encierra la belleza para entrar efectivamente en comunión con él y proclamar los secretos de este amor y ayudar y, tal vez, suscitar la experiencia en otras muchas personas”.