El vicario episcopal de Madrid Juan Carlos Merino está viviendo estos días las consecuencias del coronavirus. Desde su cama del hospital ha enviado un emotivo mensaje en el que da a conocer su situación y cómo esto le hace saberse «constantemente necesitado de otros y del Otro. ¡Qué gracia es poder vivir con gozo ser necesitado!»
ALFA Y OMEGA (30 de marzo 2020). Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo. «Ayer pasé un momento delicado por la respiración. Gracias al empeño de la enfermera, Yolanda, una auténtica jabata, salimos adelante. Le dije: “¡Lo has conseguido!”, y ella me contestó: “¡Y encima me pagan!”». Este es el buen ánimo que ha mostrado el sacerdote Juan Carlos Merino, vicario episcopal de la Vicaría VII de Madrid, en un mensaje en el que ha dado a conocer su mejoría tras resultar afectado por el coronavirus hace unos días.
Desde su cama del hospital, y todavía conectado a un respirador, Juan Carlos explica en su mensaje que en estos momentos «tengo que estar sin moverme ni hacer ningún tipo de esfuerzos», pero «son momentos para vivir desde el altar de mi cama las grandes verdades que me sostienen».
Entre estas certezas, Merino afirma saberse «débil, muy débil», ya que «por mí mismo no puedo darme la vida, ni la salud, ni mejorar mi estado de ánimo», lo que le hace saberse «necesitado, constantemente necesito de otros, por mí mismo no soy capaz». Pero, al mismo tiempo, «¡qué gracia es poder vivir con gozo ser necesitado! Soy necesitado de otros, del Otro».
Asimismo, en la debilidad está experimentando «un amor que me hace fuerte: el amor que se hizo débil, el amor que comparte todo lo que estoy pasando, que me entiende, que entregó la vida por mí, el amor de Cristo el Siervo», un amor «consolador, pleno y salvador: el amor de mi Señor, que me llamó para prolongar ese amor como siervo suyo».
A día de hoy, el vicario afirma ante su entorno sentirse «fortalecido por su amor y sostenido por vuestra oración. Me siento sostenido por la fe de la Iglesia. Me conmueve y emociona ver a tantos y tantos que rezáis por mí. Detrás de tantos detalles, delicadezas, cariño y gestos de bondad que estáis teniendo y que no puedo contestar a todos, veo la fe que me ayudáis a mantener. Vuestra fe es consuelo para mí: lámpara que me ilumina para seguir entregando mi vida para que sigáis creyendo».
«¡Qué regalo estar en la Iglesia! ¡Qué maravilla ser Iglesia!», concluye Juan Carlos Merino. «Estar en comunión de verdad unos con otros, agarraditos a la mano de Nuestra Madre del Consuelo, que nos lleva».