ALETEIA. Esteban Pittaro (12 de octubre de 2019).- Muchos adultos de hoy no parecen querer vivir su dimensión religiosa pero ¿qué ocurre con los niños? ¿Están abiertos a la trascendencia aun cuando sus padres en la cotidianeidad parecen negarlo?
Lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica, pero coincide la literatura de distinto origen y disciplinas: el hombre es un ser religioso, tiene la capacidad de creer y buscar relacionarse con un ser trascendente al que no ve y que tiene que ver con su origen, de buscar re-ligarse con Él.Pero, también lo dice la Iglesia, y la cultura contemporánea de muchas maneras, los adultos de hoy no parecen abrumadoramente volcados a vivir su dimensión religiosa, al menos de manera frecuente y en contextos urbanos. No obstante, ¿qué ocurre con los niños? ¿Están abiertos a la trascendencia aun cuando sus padres en la cotidianeidad parecen negarlo?
El Centro Ian Ramsey para el estudio de la Ciencia y la Religión de la Universidad de Oxford comparte en su sitio una serie de videos divulgativos en el marco de una serie titulada “Explorations”. Uno de ellos presenta al profesor de Justin Barret, decano del Fuller Theological Seminar de Estados Unidos, uno de los fundadores de la disciplina “Ciencias cognitivas de la religión”, respondiendo si los niños son naturalmente religiosos.
Barret, autor del libro “Born believers”, explica que “se han realizado muchos estudios para observar las creencias religiosas de los niños, a través de distintos contextos culturales: Latinoamerica, Norteaméroica, Europa, Asia”. Y en ellos, asegura, “estamos viendo un patrón emergente: en el nivel más amplio lo que es realmente destacable es que los chicos parecen tener una apertura y receptividad a las creencias religiosas”. “Lo fascinante”, agrega, “es que incluso los niños que están siendo criados por padres no religiosos frecuentemente tienden a mostrar una suerte de tendencia a pensar pensamientos religiosos, a veces ante la vergüenza o desilusión de sus padres”.
“¿Por qué ocurre esto?, ¿qué factores llevan a que los niños tengan un afán en pensar en Dios, de distintas maneras, a rezar, a involucrarse en rituales?”, se pregunta Barret, y sintetiza que lo que se empieza a ver ““es que parece que para cuando los niños tienen 3 o 4 años y ven a su alrededor la naturaleza y ven montañas, árboles, ríos, animales, y se preguntan: ‘¿Están aquí por alguna razón?’ Y luego empiezan a preguntarse quién los hizo, por qué y para qué. Y cuando tienen 4 años, al menos, ya saben que los humanos no lo pudieron hacer. Los humanos no pueden construir una jirafa. Construyen vehículos, mesas, pero no construyen animales, plantas, montañas y ríos. Entonces los chicos tienen esta suerte de espacio conceptual de quién lo hizo”.
“Y luego parece que los niños tienen la tendencia a asumir que estos otros seres posibles, Dios, tienen superconocimiento, perciben todo, posiblemente también sean inmortales, y vivan para siempre. De hecho lleva a los chicos más tiempo y más trabajo aprender lo que mamá sabe y lo que no sabe, lo que puede ver y lo que no puede ver, y que mamá eventualmente va a morir, que lo que les lleva entender que Dios puede seguir viviendo y lo puede ver, y lo sabe todo”, completa.
Barret es uno de los dos profesores que en la Universidad de Oxford lideró hace algunos años un proyecto colaborativo que involucró a 57 académicos de 20 países del mundo, y entre otros hallazgos, concluyó que los procesos de pensamiento humano están enraizados en conceptos religiosos. Y que quienes viven en ciudades de países altamente desarrollados era más improbable tengan creencias religiosas que aquellos que viven en contextos más rurales.