DOMINGO IV DE CUARESMA: SER LUZ
Samuel 16, lb.6-7.10-13a; Efesios 5,8-14; Juan 9,1-41
HABLA LA PALABRA: Jesús, ¿quien eres tu?
Una de las primeras canciones de Brotes de Olivo decía así: “Jesús, ¿quien eres tu?” tan pobre al nacer, que mueres en cruz. Tu das paz al ladrón, inquietas al fiel, prodigas perdón…. Y luego continuaba: Cristo es sal en la vida, luz en las tinieblas, fe al dudar, espiga al crecer, amar al vivir, paz al luchar, contento al vencer, mi voz al seguir…” Jesús: ¿quién eres tú? Muchos se lo preguntaron… Sus respuestas eran inesperadas, desconcertantes… pero todos las entendían. Porque no sólo hablaban de él, sino que hablaban de quienes preguntaban. Así, como vimos el domingo pasado, Jesús se presenta como el agua que sacia toda sed. Y hoy, se nos presenta como luz:
- Como luz que ilumina donde ninguna luz puede iluminar. Hemos leído del libro de Samuel: “La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”
- Como luz, que una vez recibida, hace de quien la recibe portador de esa luz. Hemos leído de la carta de Pablo a los Efesios: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz”.
- Como luz que es un don, que la recibe quien reconoce que le falta, que la desprecia quien se cree que la tiene. Jesús mismo en el relato de la curación del ciego de nacimiento, del Evangelio de Juan, lo dice así: “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos”.
HABLA EL CORAZÓN: Unidos a Él
Pero para entender mejor como los discípulos, testigos de este milagro de la curación del ciego de nacimiento, y testigos de todos los demás milagros, gestos, miradas, y palabras de Jesús, iban conociéndole, debemos mirar en conjunto aquellos años de seguimiento, de escuela de Jesús, cuando les fue mostrando, con el sentido de las parábolas que pronunciaba, las actitudes que ellos podían aprender de él:
- En relación con Dios y, en concreto, con él mismo: confiar en Jesús hasta el punto de renunciar a cualquier otra seguridad. “El que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,39).
- Entre los mismos discípulos: no tratar de ser los primeros sino estar al servicio del resto: “quien quiera hacerse grande entre vosotros sea vuestro servidor” (Mt 20,26).
- Hacia los demás: amarlos de todo corazón y sentirse enviados por Jesús para transmitirles la buena noticia del Reino. “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21).
De este modo, los discípulos descubrieron que Jesús es el agua viva, el pan vivo bajado del cielo, la luz del mundo, la puerta del redil, el buen pastor, el Hijo de Dios, la resurrección y la vida, el camino, la verdad y la vida, la vid verdadera. En definitiva, lo que Jesús proponía a sus discípulos no era solo que lo siguiesen como a alguien a quien simplemente se admira, sino que viviesen tan unidos a Jesús como lo están los sarmientos a la vid, pues así vive Jesús con respecto a su Padre. Por eso, Jesús les decía a sus apóstoles y discípulos: “El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
HABLA LA VIDA: El cuento de Guno: aún ciegos poder ser luz
En la catequesis se suele contar a los chavales este cuento: “Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces, le dice: ¿Qué haces, Guno, tú, ciego, con una lámpara en la mano? ¡Si tú no ves! Entonces, el ciego le responde: Yo no llevo la lámpara para ver mi camino, pues yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí. No solo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella”.
No dudemos por tanto nunca de que solo Jesús, que acompaña toda soledad, que hace suyo todo dolor, que llena todo vacío, es también capaz de iluminar toda la tiniebla interior y exterior. Para ser luz no hay que dejar de reconocer que estamos ciegos y que necesitamos todos los días pedir la luz a quien no sólo la tiene, sino que “es la luz”. Y que, como el ciego del cuento, aunque aún no tengamos plenamente la luz, si encendemos nuestra lámpara de nuestra fe en Jesús, seremos luz, daremos luz, llevaremos a Jesús, luz del mundo, a todos los hombres y en todos recorridos de nuestra vida.