El sacerdote y periodista ha publicado este año una biografía a modo de crónica sobre la vida de Karol Wojtyla
Fran Otero. Alfa yOmega. 9 de agosto 2021.- El sacerdote Manuel María Bru propone una nueva biografía de san Juan Pablo II. Lo hace de la mano de la editorial San Pablo y a modo de crónica, como buen periodista que es. Se trata de San Juan Pablo II. Incansable defensor de la dignidad humana. Un libro que narra la vida de Karol Wojtyla de forma cronológica, año por año y de enero a diciembre. Un texto que, además, incorpora un prólogo del cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE).
Hay muchas biografías sobre san Juan Pablo II. ¿Qué aporta esta en concreto?
Tengo una percepción muy clara sobre san Juan Pablo II, sobre el legado que ha dejado y su pensamiento. Se resume en que hay mucho reduccionismo. He intentado, de algún modo, contestarlo. Sobre todo, ese reduccionismo que afirma que era progresista en lo social, pero retrógrado en lo moral. Es un absurdo. Juan Pablo II fue progresista en todo, porque ayudó al desarrollo y a la actualización, en el diálogo con la cultura moderna, de la moral. Cuento en el libro que él y su equipo de reflexión de Cracovia fueron críticos con la Humanae vitae de Pablo VI. Decían que utilizaba un lenguaje moralista y no suficientemente antropológico. Esta fue una reivindicación suya de siempre.
¿Algún otro reduccionismo?
Se suele decir que el Papa acabó con el comunismo y que estaba aliado con Margaret Thatcher y Ronald Reagan para llevarlo a cabo. Es cierto que la elección de Karol Wojtyla como Papa fue el principio del fin del telón de acero, pero Juan Pablo II fue tan crítico con el comunismo como con el capitalismo extremo. En sus últimos viajes a Polonia suscitó reacciones en contra entre los polacos por advertir de los peligros del capitalismo para la fe.
¿Qué paralelismos tienen la elección de Juan Pablo II y la de Francisco?
Juan Pablo II era muy desconocido en gran parte de la Iglesia. En España, hay dos nombres muy significativos que lo han dicho públicamente: Paloma Gómez Borrero y el cardenal Antonio María Rouco Varela. Ambos, cuando salió el nombre de Karol Wojtyla, pensaron que era un africano. Es verdad que fue una sorpresa, pero en el ámbito del cónclave no lo fue tanto. Lo que está claro es que su huella en el Concilio Vaticano II fue muy fuerte. No solo traía la presencia de la Iglesia perseguida del este, sino una novedad de pensamiento, una manera de ver las cosas que era muy original y que conectó con teólogos como De Lubac o Ratzinger.
¿En qué aspectos del Concilio Vaticano II influyó?
Sobre todo en las dos constituciones sobre la Iglesia: Gaudium et spes y Lumen gentium. Hay que decir, además, que él, por venir de una Iglesia perseguida, no había sufrido la secularización de otras partes de Europa, donde hubo malas interpretaciones y algunos desmanes. La Iglesia del este era, en el sentido formal, muy tradicional. De una Iglesia que no ha sido tocada por la crisis, él aportaba una reforma mucho más sensata y profunda. Terminó el Concilio entusiasmado y, de hecho, se empeñó en que toda su diócesis conociese los textos. Además, con un pontificado tan largo, tuvo la oportunidad de hacer todas las asambleas sinodales en continuidad con el Concilio. Juan Pablo II aportó una cuestión fundamental: la teología de las cosas temporales, esto es, el análisis de las realidades humanas a la luz de la fe.
¿Está justificado contraponer a Juan Pablo II con Francisco?
No tiene ningún sentido. Se parecen muchísimo. Son dos Papas que vienen de ámbitos eclesiales que no son el romano y el italiano. Vienen de lugares marginales desde una visión centralista de la Iglesia. Si el Papa Francisco ha movido el centro de gravedad de la Iglesia en el mundo, Juan Pablo II hizo lo en Europa. Los dos coinciden en el estilo personal. Por ejemplo, Benedicto XVI es mucho más parecido a Pablo VI en su manera de presentarse: elegante, discreto, con un discurso muy elaborado… Juan Pablo II y Francisco coinciden en su espontaneidad. Son personas que superan los formalismos y prefieren arriesgar a la hora de comunicar.
Coincidieron en oponerse, en momentos diferentes, a presidentes de Estados Unidos. Pienso en Francisco y Trump o Juan Pablo II y Bush durante la guerra de Irak.
Es una de las páginas de la historia de Juan Pablo II más duras, sobre todo, por cómo fue acogida e interpretada su postura, entre otros sitios, en España. Aquí fue una bofetada, porque habían un amplio sector del catolicismo español que estaba muy identificado con las posturas de Bush y con el apoyo de Aznar. Cuando ven la condena de la guerra de Juan Pablo II, se hacen cruces. Incluso hubo algunos sectores de la Iglesia que guardaron silencio, como si quisiesen tapar la denuncia o pasar página. Eso es muy parecido a lo que le pasa al Papa Francisco. Le pasó lo mismo a Pablo VI con Populorum progressio o a Juan XXIII en España con Pacem in terris, donde se prohibió su publicación.
¿Cómo fue la relación de Juan Pablo II con España?
Fue más allá de las condiciones objetivas que suponen la importancia de la Iglesia en España y de su peso en la Iglesia universal. Hay una relación especial porque es una relación subjetiva personal. Era un enamorado de la cultura española, de la tradición española. Se defendía muy bien en español porque había hecho la tesis doctoral sobre san Juan de la Cruz. Eso lo había marcado desde siempre. Su devoción mariana también estaba muy unida a la experiencia mariana española. Todo eso hizo que nos ofreciera una atención especial.