Título: Diario de José de Nazaret.
Autor: Andrés Martínez Esteban.
Editorial: Ciudad Nueva.
Cuando el profesor de historia de la Iglesia Andrés Martínez Esteban me contó que había escrito una novela sobre la vida de San José, intuí que sería muy interesante. Hay sacerdotes a los que la providencia divina ha dotado no sólo de cualidades humanas para ejercer su ministerio, sino también de dones apropiados para menesteres que, aunque unidos al ministerio, son independientes, como las cualidades intelectuales para el estudio y la docencia, o el arte de saber escribir. Y yo sabía que Andrés Martínez era uno de ellos. En cuanto empecé a leer el libro supe que no había errado en mi intuición.
Adolfo Torrecilla ha contado en su blog personal que “este diario, muy bien escrito y con una perspectiva muy verosímil, presenta a José como un personaje normal y corriente que desea una vida normal y corriente. Pero todo ello se ve de golpe cuestionado con la noticia del embarazo de María, que José no sabe cómo encajar porque no le cuadra. Resultan muy creíbles las dudas que tiene José y que el autor presenta de manera humana y sobrenatural, pues José, al igual que María, poseen muchas virtudes humanas y también sobrenaturales. Tras recibir en sueños la respuesta a sus inquietudes, José asume su papel de una manera absolutamente ejemplar, con sus dudas y preocupaciones, y con el temor de no estar a la altura de las circunstancias”.
Explica el autor en la introducción que “en sus Ejercicios, San Ignacio de Loyola nos propone acompañar la oración con la imaginación y los sentidos. De este modo, se ayuda a alcanzar la contemplación de las distintas escenas evangélicas. Quien ora de esta manera, entra a formar parte de la vida de Jesús, acompañándolo, como si fuera un discípulo más. Este es el método que he querido emplear para escribir este relato sobre san José. Conocemos muy poco, prácticamente nada, sobre su vida. Los relatos evangélicos son tan parcos que la contemplación ignaciana ayuda mucho a rellenar esos vacíos”. Y esto le ha llevado por tanto a imaginarse a José como discípulo de Jesús. Y es que José, al igual que María, “guardaría muchas cosas en el corazón que le harían meditar sobre los designios de Dios”. Con el bagaje del teólogo el autor consigue así situar de modo narrativo y divulgativo a san José con la historia de la salvación, la historia del pueblo elegido y los patriarcas del Antiguo Testamento.
Otra de las grandes aportaciones de esta novela es que, sin darnos cuenta, el relato vivo nos lleva a adentrarnos en la espiritualidad de San José, ya que “al igual que María, también José tuvo que hacer su propia peregrinación en la fe. Quizás tendamos a pensar que para ellos fue fácil comprender el misterio del Hijo, pero ¿estamos seguros?”. Prefiere el autor “considerar que tanto José como María tuvieron que crecer en la fe hasta identificarse plenamente con el Hijo”. Y así, por ejemplo, en acto 12, aparece esta confesión de San José: “Una vez más sé que tengo que renunciar a mis propias seguridades. Como nuestro padre Abraham, tengo que creer contra toda esperanza. Sé que tengo que fiarme de su promesa. La palabra de Dios es verdadera. El Señor conoce mis debilidades y se ha fiado en mí. Me ha llamado. ¿Por qué? No lo sé. Mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre. ¡Espere Israel en el Señor ahora y por siempre!”.
El Epílogo es impresionante. Se trata de una carta que María escribe a Simón Pedro, a la muerte de José, donde le cuenta que su querido esposo “aceptó vivir la vida que Dios le ponía delante y que no era la que él había soñado. Así aprendió que lo ideal es siempre lo real y que la voluntad de Dios pasa por lo concreto de cada día, por lo que tenemos delante y no por lo que nos imaginamos y soñamos”. Todo un legado.
Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.
Recesión publicada en el Semanario Alfa y Omega del jueves 17 de junio de 2021: SAN JOSE UNA VIDA DE NOVELA