Siempre se ha dicho que los mejores exegetas (interpretes de la Sagrada Escritura) son los santos, pues ellos han escrito con su vida la mejor interpretación de la Palabra de Dios que, como dijo el profeta a Isaías, es como el agua de lluvia: no vuelve a los cielos sino es después de haber empapado la tierra. En la vida de San Isidro Labrador, nuestro patrono, vemos realizadas y explicadas las sentencias más importantes de las lecturas de la liturgia de su fiesta:
- “Lo poseían todo en común y no llamaban suyo propio nada de lo que tenían” (del libro de los Hechos)
- “El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra (…) Llamamos dichosos a los que tuvieron constancia” (de la Carta del Apóstol Santiago)
- “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante” (Evangelio de San Juan)
Ofrecemos en el día de San Isidro, a los agentes de pastoral y a los catequistas, estos dos recursos: La vida de San Isidro en 22 frases, y la homilía de hoy de nuestro arzobispo, el Cardenal Carlos Osoro:
LA VIDA DE SAN ISIDRO EN 22 FRASES:
- Una aldea, Mayoritum, era el Madrid de hoy. A finales del siglo XI, le ve nacer en el reinado de Alfonso VI de Castilla.
- Recibe el Bautismo probablemente en la Parroquia de S. Andrés. Le llaman Isidro, síncope de Isidoro, en recuerdo del insigne arzobispo de Sevilla.
- Padres muy pobres. En su corazón infantil cultivan el amor a Dios. Le enseñan a no ser egoista y a ayudar a niños más necesitados.
- La precaria situación económica familiar le obliga a dedicarse desde muy pequeño a las rudas faenas del campo.
- Gregorio XV afirma al canonizarlo, que «nunca salió a su trabajo sin oír muy de madrugada la Santa Misa y encomendarse a Dios y a su Madre Santísima».
- Huérfano a los pocos años, se ve abandonado. Trabaja como labriego de varios señores. Vera es uno de ellos. Sus compañeros le acusan ante Vera de que descuida el trabajo por estar embebido en la oración.
- La maledicencia que le acechará a lo largo de su vida se empieza a desatar. No se altera, y con elegancia evangélica perdona y olvida.
- La conquista árabe llega a Madrid. El miedo obliga a abandonar la villa. Isidro emprende ruta hacia el Norte. Se detiene en Torrelaguna, donde tiene algunos lejanos parientes. Un rico labrador le encarga de cultivar sus fincas.
- De nuevo sus compañeros de labor no tardan en hacerle falsas acusaciones de ser un beato descuidado de sus obligaciones.
- El amo ignora la fidelidad laboriosa de Isidro.
- El santo con paciente humildad soporta la calumnia y la prueba, pero defiende su dignidad con entereza. Encarna las virtudes propias del castellano viejo: Laboriosidad, honradez, discreción.
- Era costumbre en Castilla que el señor entregase como salario a sus criados unas parcelas de tierra, el pegujal. Trabaja su pegujal y logra cuantioso grano.
- La avaricia del amo coloca al santo en trance difícil. Calma las iras del dueño. Le dice: «Tomad, señor, todo el grano. Yo me quedaré con la paja». El poco trigo que entre la paja había quedado, se multiplica milagrosamente con pasmo de todos.
- En Torrelaguna conoce a María, con la que contrae matrimonio. Ella es cristiana recia, amante del trabajo y asidua en la oración. Será Santa María de la Cabeza, y durante muchos años se santifican juntos.
- Los esposos desean consagrarse más a Dios, y deciden vivir separados. María se retira a una ermita y el santo permanece solo. Volverían a unirse en los últimos años de su vida y tienen un único hijo.
- Vuelven a Madrid. Juan de Vargas, encandilado por sus cualidades, le pone al frente de sus riquísimas posesiones que se abren hacia la anchurosa meseta.
- El santo no cultiva su prado, y trabaja los campos de Juan. Al anochecer, se descubre siempre respetuoso ante su señor y le dice: «Señor amo, ¿a dónde hay que ir mañana?» Vargas le señala la tarea de la jornada. Sembrar, arar, barbechar, limpiar y podar vides o levantar la cosecha.
- Trabaja en los campos de Atocha, Carabanchel, Getafe, Móstoles, las orillas del Jarama, o las riberas del Manzanares.
- Rebosa felicidad mirando a Dios en la naturaleza, y adorándole presente en su alma. Dicen que nunca se fatigaba. Falso. Pero en la fatiga ama la misma fatiga, pues el amor le hace encontrar descanso en el trabajo.
- En los últimos años de su vida, cuando Isidro está aquejado por grave enfermedad -tiene unos noventa años-, María vuelve de la ermita para cuidarle. Próximo a expirar, «hizo humildísima confesión de sus faltas, recibió el Viático y exhortó a los suyos al amor a Dios y al prójimo”
- Felipe III se libra de una enfermedad por su intercesión, y solicita su beatificación. Paulo V la decreta en 24 de junio de 1619. Tres años más tarde Gregorio XV lo canoniza en 13 de mayo de 1622.
- Calderón de la Barca, el maestro Espinel, Lope de Vega y Guillén de Castro, entre otros, le cantan en versos inmortales. No hizo nada extraordinario, pero sembraba en la tierra una cosecha de eternidad.
HOMILÍA DEL CARDENAL OSORO (SAN ISIDRO 2017):
Queridos hermanos:
Un año más nos reunimos para celebrar la fiesta de nuestro santo patrón, san Isidro. Un santo que está presente en todas las latitudes de la tierra, en comunidades pequeñas rurales y en grandes ciudades. (Hace muy pocos, días dos obispos de América Latina, de dos países diferentes, me pedían ayuda para sus parroquias de san Isidro, uno de ellos tiene 17 parroquias dedicadas al santo).
San Isidro es un santo que nos lleva a entender mejor el salmo 1 que juntos hemos recitado. Queridos hermanos, ¿no os dais cuenta cómo la Palabra del Señor nos muestra lo que está como deseo nuestro en lo más profundo de nuestro corazón? Es normal, pues el ser humano es un diseño divino. Nosotros deseamos ser dichosos. Y por eso no seguimos cualquier consejo, propuesta, o teoría. No vamos por cualquier senda. Nuestro gozo quiere ser el que nos propone el salmista y el que asumió en su vida san Isidro: vivir y gustar esa Palabra del Señor, y meditarla día y noche. Es Palabra que nos da vida, nos alienta, nos une a todos, y nos hace buscar siempre lo que une. Es Palabra que se hizo carne en Jesucristo, a quien san Isidro contempló, amó y anunció con su vida. Nosotros, como san Isidro, tenemos la seguridad de que, igual que el árbol debe ser plantado en la tierra y necesita agua para dar fruto y no secarse, así le ocurre al ser humano. Necesitamos volver a emprender siempre caminos que llevan a un buen fin. ¿Cuál? El camino del amor al prójimo. Creando comunión en las diferencias.
Hermanos, el Señor protege a quienes ven en los demás una imagen de Dios mismo que nunca se puede romper o estropear. San Isidro vivió de modo concreto esta realidad. Hoy, de nuevo, nos lo entrega a los madrileños. Esta es una fiesta de todos, para todos y con todos. El Amor de Dios que acogió san Isidro, y que Dios regala en gratuidad a todos los hombres, es nuestra arma.
Os indico tres modos de vivir y construir con este Amor mismo de Dios:
1. San Isidro es maestro en custodiar: ¿Qué significa custodiar tal y como lo entendía San Isidro? Custodiar es hacer crecer a todos los que se acercan a nosotros. Para ello, hay que dar nombre a cada uno que se acerca, como lo hacía san Isidro. Daba el nombre verdadero que tiene todo ser humano. ¿Sabéis vuestro nombre, hermanos? ¿Qué sería Madrid y qué sería este mundo si todos fuésemos custodios al estilo de san Isidro? Él hizo crecer siempre todas las dimensiones que Dios puso en el ser humano, respetó todas. Creció su familia, haciendo posible que se hiciese realidad la Palabra que hemos escuchado: «en el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común […] daban testimonio de la resurrección de Jesús con mucho valor […] ninguno pasaba necesidad». Os puede parecer imposible hacer esto, pero es posible con la gracia y sabiduría de Dios. San Isidro entendió perfectamente lo que un día Jesús dijo cuando le preguntaron: «¿Quién es Dios?». Y Él respondió: «Dios es amor». ¿Qué quiero deciros? ¿Qué tiene que ver esto con nosotros? Mucho. Mirad, el ser humano sabe que es imagen y semejanza de Dios. Si esto es así y si Dios es amor, nuestro nombre verdadero es amor. Nuestro nombre verdadero es Amor, pues somos imágenes de Dios. ¿Somos y vivimos con este nombre Amor? ¿Amamos de verdad, pensamos y sentimos con este nombre que tenemos? ¿Experimentamos que este nombre es el alma de toda convivencia y de toda buena relación entre las personas? Con este nombre somos capaces de perdonar y de perdonarnos.
Cuando vivimos así, estamos dispuestos a poner todo lo que somos y tenemos la servicio de los demás. Vivir con este nombre abarca y afecta a la persona humana, a la familia, a las relaciones sociales, a la construcción de esta sociedad. Es verdad que esto no se consigue inmediatamente, dejemos trabajar al Señor en nosotros como san Isidro. Nos lo ha dicho el apóstol Santiago: «Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor». San Isidro creyó en estas palabras: «El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca». Custodiar es hacer crecer, saber perdonar, dejarnos perdonar y saber pedir perdón, y es orar los unos por los otros. Vivir con este nombre Amor, supone dejarnos curar.
Solo con este nombre se puede hacer la cultura del encuentro, que es la que, en nombre del Señor, desea, promueve y hace la Iglesia. Os convoco a todos los madrileños, a los que creéis y a quienes buscáis siempre lo mejor, a poneros manos a la obra y hacer esta cultura en este momento de la historia. Es una cultura que responde a aspiraciones radicalmente humanas. En esta época de cambio, hemos de generar espacios y relaciones para acertar en las transformaciones que hay que hacer. No son cuestiones de técnicas, sino cuestiones de fondo ético, de saber cuál es el nombre de cada ser humano, sus necesidades fundamentales y no recortarlas nunca. Hacer la cultura del encuentro es un desafío social; yo diría que el más importante. Es el que hizo Dios, viniendo a nuestro encuentro en la Encarnación, y el que imitándolo hizo posible san Isidro en este campo de san Isidro en el que estamos. Aquí una familia sencilla abrió caminos de esperanza, de comunión, conversión y solidaridad. ¿Tendremos la osadía y valentía de ser custodios, de hacer crecer y no de recortar las relaciones entre los hombres? Desde este campo de San Isidro os convoco a todos los madrileños a entregarnos a esta misión: hagamos la cultura del encuentro.
2. San Isidro anima a la Iglesia a dejarse sorprender: ¡Qué bien nos viene escuchar lo que el Evangelio nos decía! «Yo soy la verdadera vid […] Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante». Aquí está la cuestión en dar fruto, pero para ello hay que dejarse sorprender. La Iglesia en Pentecostés, momento que marca su nacimiento y manifestación pública, es una Iglesia que sorprende y turba. En el mismo inicio de la Iglesia, Dios sorprendió. Se verificó un hecho extraordinario e inesperado que suscitó admiración. La gente quedó turbada. Seamos una Iglesia que suscita estupor. Aproximemos una palabra y una vida nuevas, el lenguaje y la vida del Resucitado: Cristo ha vencido a la muerte.
Estamos para dar vida y aliento, para dar el abrazo de Dios a todos los hombres, para buscar la paz por todos los medios, la reconciliación, el vivir en verdad. Suscitemos esperanza, sanemos los corazones. Hermanos, la Iglesia está viva cuando sorprende acercando a las vidas de los hombres a Dios, y dando la posibilidad de que todos los hombres y mujeres de este mundo se acerquen a Dios. Este es el lenguaje de Dios. Vayamos a las periferias, es decir a los caminos y a las existencias humanas, sociales y personales, a darles su verdadero nombre. A san Isidro, Jesús le sorprendió, le dijo: «Yo soy la vid y tú eres mi sarmiento». Sorpresa. A nosotros nos dice lo mismo. Pero sorpresa sanadora y dadora de misión. Preguntémonos, ¿me dejo sorprender por Dios o me cierro en mis seguridades materiales, económicas, ideológicas, intelectuales? Creamos al Señor que nos dice: «El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante». Hermanos, dejaos sorprender en este campo, donde san Isidro se sorprendió y donde tantas sorpresas alcanzaron quienes aquí venían. ¡Sorprendeos!
3. San Isidro nos recuerda que la caridad de Cristo es lo más importante: Señor, quiero que nos recuerdes lo que con tanta intensidad vivió san Isidro con su familia. Tener la caridad de Cristo supone buscar y pedir siempre más caridad. Así entendemos lo que nos dice el Señor: «Y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto», «el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante». Siempre podemos hacer más y más. Dejemos que nos pode el Señor. La caridad de Cristo, acogida con corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios. ¿Cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios, es sin medida, pues da hasta la vida misma. Y así llegamos a ser capaces de amar también nosotros. No es fácil. Pero debemos amar a quien no nos ama. Hay que oponerse al mal con el bien. Perdonar, compartir, acoger, crear puentes, derribar muros. Como Jesús, tenemos que llegar a ser pan partido para nuestros hermanos. Hemos de vivir la alegría de convertirnos en don, hacernos don. Jesús se hace para nosotros don, se nos da, hagamos lo de Él.
Custodiar, dejarse sorprender y vivir la caridad de Cristo: un reto que nos propone hoy san Isidro Labrador. Que todos los madrileños tengamos un poco de san Isidro. Preguntaos: en esta gran ciudad, ¿qué aporto yo de san Isidro, nuestro patrono? Cambiemos la ciudad. Jesucristo se va a hacer presente en la Eucaristía. Acogedlo como san Isidro. Así no tendremos la tentación de quitar a nadie de nuestro lado; al contrario, somos como Jesús y con Jesús. Tenemos su mismo nombre: Amor. Dejémonos podar por Él para dar más fruto. Amén.