DOMINGO II DE CUARESMA (A): SABOREAR LA PRESENCIA DE DIOS
Génesis 12,1-4a; Timoteo 1,8b-10; Mateo 17,1-9
HABLA LA PALABRA: Un tesoro al alcance de todos
Nos afanamos por muchas cosas buenas en la vida que nos procuran una cierta seguridad, una cierta tranquilidad, una cierta felicidad.
- A veces, porque siempre anhelamos más de lo que tenemos, buscamos oportunidades más favorables para alcanzar nuestras metas.
- E incluso a veces imploramos a la suerte, a ver si ella nos da lo que no alcanzamos con nuestro esfuerzo.
- Y nos olvidamos de una dimensión de nuestra vida que, gratuita y al alcance de todos, no sólo es respuesta a nuestras más fuertes inquietudes y a nuestras más perentorias necesidades humanas, sino que es fuente segura de paz.
- Esa respuesta, ese tesoro al alcance de todos, es la presencia de Dios.
Las lecturas que acabamos de oír nos hablan de este tesoro:
- Lo hemos visto en Abraham, el primer hombre sobre la tierra del que nos llega la incomparable experiencia de saberse bendecido por la presencia de Dios, que lo recibió en su casa y aprendió a escucharlo y a hablar con Él en libertad.
- Lo hemos confesado al reconocernos en la confesión de Pablo en su carta a Timoteo: “Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia”.
- Y lo hemos contemplado reviviendo la escena de la Transfiguración. Decía Benedicto XVI que “al transportarnos al misterio de la Transfiguración nos pone ante la disyuntiva de dejarnos llevar o bien por el ruido de la vida diaria, o bien por la presencia de Dios”. Y nos explicaba que en esta escena “su provocación no tiene límites: nos pregunta por el sentido último de nuestra existencia, y nos asegura que Dios nos ha creado para la resurrección, y esto redimensiona todo: la persona, la sociedad, la cultura, la política, la economía. Sin esta fe, todo esto cae en un sepulcro sin futuro, sin esperanza”.
HABLA EL CORAZÓN: Las siete formas de oración
La escena de la Transfiguración nos abre ante el misterio de una de las prácticas que la Iglesia nos invita especialmente en cuaresma, la de las siete formas de oración:
- La oración de bendición: Es la respuesta agradecida del hombre a los dones de Dios. Nosotros bendecimos al Todopoderoso, quien primeramente nos bendice y colma con sus dones.
- La oración de adoración: Es la oración de aquel que se reconoce criatura y así lo expresa delante de su Creador.
- La oración de petición: Por medio de ella, pedimos perdón a Dios o le pedimos humilde y confiadamente por todas nuestras necesidades espirituales y materiales.
- La oración de intercesión: Consiste en pedir un favor para otra persona. Esta oración nos une a la oración de Jesús, que intercede ante el Padre por todos los hombres, en particular por los pecadores (cfr. Heb 7, 25) e incluso por los enemigos (cfr. Lc 23, 28. 34; Hch 7, 60).
- La oración de acción de gracias: Todo acontecimiento se convierte para el cristiano en motivo de acción de gracias (cfr. 1 Tes 5, 18). La Iglesia da gracias a Dios, sobre todo cuando celebra la Eucaristía, en la cual Cristo hace partícipe a la Iglesia de su acción de gracias al Padre.
- La oración de alabanza: Es la forma de oración que, de manera más directa, reconoce que Dios es Dios y le da gloria no tanto por lo que realiza a favor nuestro, sino por ser quién es.
- Y la oración litúrgica: que, sobre todo en la Eucaristía, contiene y expresa todas las formas de oración.
HABLA LA VIDA: Con lo bien que se está aquí
A mi me enseñó más que nadie a entender y, como dice San Ignacio de Loyola, a “sentir y gustar internamente”, la escena de la Transfiguración una niña de 12 años. Acompañaba a su abuela todas las semanas a unos “Talleres de Oración” del Padre Larrañaga que hacíamos en la Parroquia de San Blas, mi primer destino pastoral. Al acabar una de las sesiones, después de un largo tiempo de oración en silencio, la niña se dirigió a su abuela y la dijo: “¿pero ya hemos acabado tan pronto?, con lo bien que se está aquí”. Aquella niña, inocente y dócil a las cosas de Dios, como todos los niños, estaba diciendo lo mismo que Pedro a Jesús: “Señor, que bien se está aquí, hagamos tres tiendas, una para ti, otra par Moisés, otra para Elías”. Tal vez esa niña sintió dentro de si, con los ojos cerrados, una mente limpia, un corazón sin durezas, la misma voz interior: “estas con Jesús, mi hijo amado: escúchalo”. Y ya sabéis: “El que no se haga como un niño no entrará en el Reino de los Cielos”.
Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.