CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: SER PROFETAS
Jeremías 1,4-5.17-19; 1 Corintios 12,31-13,13; Lucas 4,21-30
HABLA LA PALABRA: Más que profeta
La Palabra de Dios de este domingo nos muestra la identidad de Jesús:
- Al igual que el profeta Jeremías, Jesús es el elegido, el consagrado, el profeta de los gentiles (es decir, no sólo de Israel, sino de todos los pueblos de la tierra), aquel que aunque luchen contra él (los reyes, los príncipes, los sacerdotes, y el pueblo), no podrán con él, porque es “plaza fuerte”, “columna de hierro”, y “muralla de bronce”, y a nadie debe temer.
- Pero Jesús es mucho más que un gran profeta incomprendido por los hombres y protegido por Dios: En el Evangelio de San Lucas le hemos oído a Jesús reconocer que es aquel en quien se cumplen todas las promesas mesiánicas del Antiguo Testamento: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
- Es mucho más que un profeta porque Jesús ha venido a cumplir la promesa del amor inmenso, infinito, inabarcable, inmensurable, de Dios para el hombre: aquel amor capaz de liberarlo de toda esclavitud, de curarlo de toda dolencia, de recompensar toda injusticia recibida, y de perdonarle todos sus pecados.
- Jesús ha venido a traer a los hombres el amor de Dios. Ese amor que canta san Pablo en su primera carta a los Corintios y que ha quedado consagrado como el “himno a la caridad” de los cristianos. Aquel amor que es servicial, que es comprensivo, que no es engreído, ni maleducado, ni irritable, ni rencoroso, sino que disculpa, confía, espera, y aguanta sin límites.
HABLA EL CORAZÓN: La profecía del amor
Pero, ¿Qué sabemos de este amor?
- Si es verdad que tenemos que amar a todos los hombres, es también verdad que este amor debe comenzar por aquellos que habitualmente viven con nosotros para extenderse después a toda la humanidad: Son nuestros prójimos (o próximos), nuestros familiares, nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos….
- En un mundo como el nuestro, en el cual rige la ley del más fuerte, del más astuto, y donde a veces todo parece paralizado por el materialismo y el egoísmo, nuestra respuesta es el amor al prójimo. Es esta la medicina que lo puede sanar.
- Cuando vivamos el mandamiento del amor, de hecho, no solo nuestra vida será tonificada, sino que todo a nuestro alrededor lo percibirá; es como una ola de calor divino, que se irradia y propaga, entrando en las relaciones entre personas y entre grupos van transformando poco a poco la sociedad. Estamos llamados a inundar de amor desinteresado los ambientes en los que nos movemos.
- Como nos propone el Papa Francisco, nuestras familias y nuestras comunidades están llamadas a ser “islas de misericordia” y de entrega en medio de un mundo en el que rige la sospecha y la desconfianza.
HABLA LA VIDA: Profetas de hoy
Un periodista amigo mío quiso hacer un reportaje sobre una casa de acogida que tenían unas religiosas a niñas que habían pasado por el drama de la prostitución infantil. Cuando fueron a entrevistarlas, habiendo concertado previamente la entrevista, se encontraron con que la superiora les recibió con cierta prevención, porque previamente otros periodistas habían estado y sólo buscaban las fotos de las niñas y el morbo de sus historias. En cambio, mi amigo, orientó su entrevista de un modo muy distinto: ¿Y cómo hacen ustedes para sostenerse en una atención tan difícil? ¿Y qué podemos hacer desde la sociedad civil para impedir esta lacra, y para apoyarlas a ustedes? Etc…
La religiosa entonces comprendió que estaba en casa, que hablaban su lenguaje, el del amor cristiano, y le abrió de par en par la casa, y le confió en profundidad la experiencia evangélica que vivían. El resultado, como todo lo que esta transido por el amor cristiano, es sin duda lo mejor: el mejor reportaje publicado sobre esta experiencia que movió a muchos a ayudar a estas religiosas en su labor, y por tanto, a todas esas niñas rescatadas de la más ruin esclavitud.
Pidámosle al Señor que despierte en nosotros la vocación de ser profetas, que recibimos en el bautismo. No para subirnos en un pedestal en mirad de la plaza y vocear oráculos de Dios que anuncien y denuncien, como hacían los profetas del Antiguo Testamento, sino para abajarnos al hermano que sufre, para amar a todos sin prejuicios, para dar testimonio de la infinita misericordia de Dios para con todos los hombres.