¿Por qué no debemos hablar de “catequesis de primera comunión”, “catequesis de post-comunión”, o “catequesis de confirmación”?
RESPUESTA INMEDIATA:
Mientras utilicemos estos términos daremos la impresión (a los niños, a los padres, a la comunidad cristiana, y a toda la sociedad) de que la catequesis es un curso formativo preparativo para recibir algunos sacramentos. Y no es así. La catequesis que va jalonada con los sacramentos de la iniciación cristiana es una catequesis de iniciación cristiana, es decir, un proceso por el cual tanto el catecúmeno (que no ha recibido ninguno de los tres sacramentos de la iniciación cristiana, porque no ha sido bautizado) como los catequizandos (bautizados que no ha recibido los otros dos sacramentos de la iniciación cristiana: eucaristía y confirmación), por el que «se hacen cristianos», con la gracia de Dios, el acompañamiento catequético y mistagógico de la Iglesia a través de los catequistas, y el concurso de su libertad por la que va haciendo suyo el misterio de la fe en la vida y desde la vida en un proceso paulatino de conversión.
Sí, catequesis de iniciación cristiana, no «catequesis sacramental» o «pre-sacramental», para lo que hay que tener bien claro que es la Iniciación Cristiana: “La iniciación cristiana es la inserción de un candidato en el misterio de Cristo, muerto y resucitado, y en la Iglesia por medio de la fe y de los sacramentos”[1]. Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica: “Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra de Dios, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de la fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística”[2].
Por eso suelo decir a los catequistas que cuando uno diga alguno de estos términos (“catequesis de primera comunión”, “catequesis de post-comunión”, o “catequesis de confirmación”), el que esté a su derecha podría darle un coscorrón en la cabeza, y si quien utiliza estas expresiones es un sacerdote, dos coscorrones…
[1] CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA. La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, n1 19.
[2] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. EDICE 1997. nº 1229.
RESPUESTA MÁS EXHAUSTIVA:
Tomada del libro: “¿Ha fracasado la nueva evangelización? El desafío misionero de la acogida a cercanos, alejados y lejanos de la fe cristiana”, de la editorial San Pablo (2023) de Manuel María Bru Alonso, delegado episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid (páginas 514-520):
En la Iglesia del siglo XXI se supone que tenemos asumido todos, pastores y fieles, que la catequesis que necesitamos es una catequesis de iniciación cristiana. Pero no es así. Mientras no cambiemos el lenguaje, y con él, por ejemplo, los carteles parroquiales que indican los horarios de la “catequesis de primera comunión”, o de la “catequesis de confirmación”, estamos manteniendo la idea de una catequesis de la doctrina cristiana y sacramental, es decir, estamos anclados en San Pío X, en la catequesis parroquial de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Qué el proceso de la iniciación cristiana esté “jalonada” por los sacramentos de la iniciación cristiana, no quiere decir que la recepción de estos sacramentos la parcialicen, la dividan en procesos independientes, y sobre todo, establezcan una ruptura en la iniciación, con una primera parte en la infancia, y tras un largo periodo de varios años de interrupción, se pretenda retomar para “preparar” la recepción del sacramento de la reconciliación. La catequesis no prepara para los sacramentos, sino que inicia en la vida de fe, en la vida cristiana, en la vida de la Iglesia. Y ésta, la Iglesia, va introduciendo a los catecúmenos o catequizándoos paulatinamente, acompañando y jalonando ese proceso de iniciación, con su incorporación a la participación en dichos sacramentos. Tanto el itinerario catequético como el itinerario sacramental siguen el itinerario del misterio pascual de Cristo, y en él se unen. El cristiano se va haciendo cristiano en tanto en cuanto todo su proceso “está orientado hacia el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo”[1].
Como explica magistralmente Miguel Ángel López Varela, “el verdadero itinerario configurador con el Cristo pascual es el proceso iniciático que se desarrolla en el catecumenado, del que a su vez se derivan los diversos itinerarios de iniciación cristiana y las propuestas catecumenales según la situación de los sujetos. Este proceso de configuración pascual se va dando en cada uno de los sacramentos de iniciación cristiana, pues cada uno de ellos expresa y realiza una progresiva profundización en el misterio pascual de Cristo. Con el bautismo se comienza este camino de configuración sacramental y vital, que viene después perfeccionado por la confirmación. Pero, es con la eucaristía, que se culmina, ya que en ella se celebra y realiza la presentificación del acontecimiento pascual”[2].
Sin este cambio de mentalidad no proponemos de verdad procesos de iniciación, sino sólo parches inconexos, parciales, inadecuados, meramente doctrinales, que a la postre resbalan ante el “impermeable cultural” de muchos niños, adolescentes y jóvenes, así como de sus padres, que con todo vienen a nosotros, nos los envían, no tenemos ni siquiera que ir a buscarlos (sin que eso quiera decir que no tenemos que ir a buscar a los que no vienen). Y entre la acogida y la propuesta nos jugamos el que la catequesis parroquial sea misionera o no lo sea. Se trata de ofrecer verdaderos itinerarios lo suficientemente espaciosos y acompasados no sólo para poder acompañar el crecimiento personal humano de los niños, adolescentes y jóvenes con su iniciación cristiana, sino para dejar espacio a la acción de Dios directa en ellos, a lo largo del proceso, en el que el Espíritu Santo podrá repartir esos “kairos” o momentos de gracia que toquen el corazón de los catecúmenos y catequizándoos.
A la postre, la misión del catequista-mistagogo en realidad consiste en saber percibir, para reforzarlos, esos kairos, como cuando un adolescente exclama un “¡qué fuerte!” al entender del catequista que el misterio trinitario de Dios tiene mucho que ver con el anhelo del hombre y el plan de Dios de un mundo unido en la pluralidad de razas y de pueblos al final de los tiempos, en la recapitulación de todas las cosas en Cristo. Aunque los demás chicos del grupo le miren con extrañeza porque la misma explicación del catequista no ha acompañado en su caso una intervención del Espíritu, un “kairos kerigmático”. O cuando un niño de la noche a la mañana viene a catequesis con una disposición y atención antes impensable, habiendo sido para su catequista una piedra en el zapato que siempre estaba distraído y distraía al resto del grupo, y preguntado por ese cambio, reconoce sin pestañear que “el último día, cuando fuimos al despacho parroquial de Cáritas y nos hablaron del paro, me di cuenta de que quiero de verdad ser cristiano. Mis padres están todo el día quejándose porque no encuentran trabajo, y aquí veo que a los cristianos esto os preocupa”.
Como dice uno de los principales expertos en catequética en España, el salesiano Álvaro Ginel, a final lo que salva la catequesis es la actitud de los catequistas, que entienden que los procesos no los marcan sus planes, con etapas programadas y pasos predeterminados, sino sólo Dios, que no tiene ni Excel ni reloj, pero ama y espera las respuestas de los catecúmenos y catequizándoos, en ese camino de diálogo y de libertad con Él. Que saben que no llevan a cabo su misión sólo con el pensar de la cabeza y con el hablar de la boca, sino sobre todo con la oración de rodillas, y con el corazón con el que aman a sus interlocutores. Y, en definitiva, que escuchan más que hablan, que están convencidos y persuadidos de que Dios les está ya esperando, porque está en la catequesis antes que ellos, y que lo a la postre les propongan lo hayan rezado y vivido, que salga del corazón[3].
Parecería obvio, pero tristemente no es así, decir que en definitiva la Catequesis que necesita la Nueva Evangelización es la catequesis de Jesús, esa primera y paradigmática catequesis de iniciación cristiana que el mismo Jesús hizo durante tres años con los apóstoles y con los primeros discípulos, catequesis continua, en camino, y tan distinta a muchas de nuestras catequesis. ¿O no es así?
En ninguno de los cuatro evangelios aparece una escena que se pueda parecer, ni remotamente, a la escenificación de una catequesis clásica que aún hoy podemos encontrar en algunas parroquias. No hay ningún relato que nos cuente que Jesús sentará a sus discípulos, les hiciese sacar pluma y pergamino, y les dijese: “tomad apuntes, que os voy a explicar lo que ningún mortal sabe cómo lo sé yo, que vengo del Padre. Hoy toca el primer punto del que va a ser vuestro credo: Creo en Dios, todo poderoso, creador del cielo y de la tierra. Me preguntáis lo que no entandáis. Pero con diligencia, que el credo tiene doce artículos y luego viene la explicación de los mandamientos y del Padre Nuestro que os enseñé a rezar el otro día, y apenas tenemos tres años de catequesis”[4].
Puede parecer un poco sarcástico. Pero es así. Alguno podrá alegar que en el Sermón de la Montaña Jesús explica los mandamientos, aunque en realidad explica lo que no dicen los mandamientos, es decir, lo que está en el espíritu de la ley, no en la letra de la ley. También alguno podrá decir que Jesús en varias ocasiones les explica a sus discípulos el misterio escondido de las verdades eternas, pero tendrá que reconocer que siempre que lo hace es para explicar un gesto que ha realizado, o una parábola que ha contado, es decir, siempre sobre signos (realizaciones reales, no discursos, sobre la salvación), o ejemplos simbólicos relacionados con la vida cotidiana.
Tal vez la catequesis más “formativa” de Jesús es la que les da a los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-35), pero aun así no parece que fuese un discurso teórico, sino un diálogo provocativo, en el que Jesús empieza escuchando el sentimiento de tristeza y el “entendimiento” de la realidad vista desde los ojos de los discípulos, para luego explicarles “lo que se refería a él en todas las escrituras”. Una catequesis de acompañamiento de resonancias bíblicas que les abrió la mente, sí; pero sobre todo el corazón: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras? (Lucas 24,32). Porque el fin de la catequesis de Jesús no era el saber sobre él, sino el poder encontrarse con él, un día y otro día, en un camino de iniciación que va de sorpresa en sorpresa, y también, tras su Resurrección, re-encontrarse siempre con él, al reconocerle, un día y otro día, en la fracción del pan.
Jesús no impartía “doctrina cristiana” así como llamábamos y entendíamos la catequesis antaño. Él es el camino, la verdad y la vida. Y quienes le seguía, quienes hicieron un proceso de tres años de iniciación cristiana con él directamente, lo iban descubriendo día a día, de sorpresa en sorpresa, de asombro en asombro, cuestionando todo lo que eran, todo lo que sabían, todo lo que vivían al lado de Jesús. Esta fue la catequesis que recibieron al seguir a Jesús, con Jesús, que los sedujo, los llamó, los incitó, los condujo, y los inicio como sus discípulos-misioneros. Y ellos, los primeros cristianos, fueron sus testigos hasta el final, y así como descubrieron que él había dado la vida por ellos, ellos a su vez dieron su vida por él.
Así, y sólo así, podemos pensar en una catequesis en “salida misionera”, porque, “en esta renovada conciencia de su vocación, la Iglesia también replantea la catequesis como una de sus tareas en salida misionera. Por esta razón, estará dispuesta a salir en busca de los reclamos de verdad que ya están presentes en las diferentes actividades humanas, con la certeza de que Dios actúa misteriosamente en el corazón del hombre, incluso antes de que sea explícitamente alcanzado por el Evangelio. En este sentido, sabrá como acercarse a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, uniéndose a ellos en su camino, allí donde están. La catequesis, además, prepara para la misión, acompañando a los cristianos en la maduración de las actitudes de fe y haciéndolos conscientes de que son discípulos misioneros, llamados a participar activamente en el anuncio del Evangelio y a hacer presente el Reino de Dios en el mundo: La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como comunión misionera”[5].
[1] PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN. Directorio para la Catequesis, nº 62.
[2] MIGUEL ÁNGEL LÓPEZ VARELA. “El itinerario catequético al servicio de la configuración con Cristo”. En Teología y Catequesis nº 156 (2023), p.55.
[3] Cf. Diálogo entre Juan José López Fabuel, delegado episcopal de catequesis de la Archidiócesis de Toledo, y Álvaro Ginel en el II Congreso de Catequesis de la Archidiócesis de Toledo “El catecumenado de adultos ilumina la iniciación cristiana de niños” (25 de noviembre de 2023).
[4] MANUEL MARÍA BRU ALONSO. Con Jesús, discípulos en misión /2. Cinco criterios metodológicos para renovar la iniciación cristiana a la luz del nuevo Directorio para la Catequesis. Ciudad Nueva. Madrid 201, p.169.
[5] PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN. Directorio para la Catequesis, nº 50.