XXI JORNADAS DE TEOLOGÍA (Santiago de Compostela)

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NUEVOS CAMINOS PARA LA FE EN EL SIGLO XXI

PRIMERA PARTE (Miércoles 14 y jueves 15 se septiembre de 2022):

NUEVOS CAMINOS PARA LA FE EN EL SIGLO XXI (1ª parte): XXI JORNDAS DE TEOLOGÍA (Santiago de Compostela)

 

SEGUNDA PARTE (Viernes 16 se septiembre de 2022):

Monseñor Francisco Simón Conesa Ferrer

Obispo de Solsona

La unidad de la fe, bautismo y pertenencia a la Iglesia

Muchas personas se identifican como cristianos, pero no se reconocen miembros de la Iglesia. Vivimos una dramática separación entre fe, sacramentos, y pertenencia a la Iglesia.

Mis tesis es que una mala teología de la fe ha propiciado que la fe se separara de la Iglesia y de los sacramentos.

Hay que recuperar todas las dimensiones de la fe, y hay que recuperar la unidad de la fe.

Las fuentes para la reflexión son el RICA, fruto maduro del Vaticano II que cumple 50 años, la encíclica Lumen Fidei y el documento de la Comisión teológica Internacional titulado Fe y sacramentos.

Lumen Fidei dice que la fe nace de un encuentro que se realiza en la historia.

La fe no es un encuentro cualquiera, sino el encuentro con el Tu absoluto, sólo posible si Dios se inclina, se me acerca, gesto inmenso de su misericordia. No podemos alcanzar a Dios si él no se rebaja a nosotros.

Es Dios quien invita, quien seduce, quien atraé y quien dispone el corazón del hombre con su gracia para poder acogerlo.

La fe no es otra cosa que Dios con su gracia tomando nuestra libertad, nuestro afecto.

El primer paso del hombre hacia Dios es conducir a las personas al encuentro con él, nos dice el RICA.

Hay tres elementos fundamentales de acto de fe: confiar, acoger y vivir.

El primero es el más importante: fiarnos de él, abandonarnos a su acción salvadora.

Tomas de Aquino dice que lo principal de la fe es la persona a la que damos el consentimiento, y lo segundo lo que creemos. La fe es confianza, abandono y sumisión al amor de Dios.

El segundo elemento es Acoger, que es aceptar la revelación que culmina en Jesucristo. Es acoger la Palabra de Dios, como verdad porque confiamos en Dios. Es creer a la persona y creer a la verdad. Creemos en esa verdad porque confiamos en la persona que nos comunica esa fe.

La vida de fe no es consecuencia sino parte de la fe. En el Nuevo Testamento queda claro.

Creer no es sostener unos enunciados teóricos.

Es emprender un peregrinaje, un camino, dice Lumen Fidei. La fe es performativa. Implica una acción, compromete.

Una teología dirigida sobre todo a hacer frente a la dimensión subjetiva de la fe protestante tiene el peligro de configurarse como una fe excesivamente intelectual, lo mismo después cuando se acentúo tanto la dimensión racional de la fe. Hace falta en cambio una visión integral de la fe.

Iniciar a la fe es iniciar a una vida.

El carácter sacramental de la fe

Existe una vinculación entre la fe y los sacramentos

Dios se ha revelado sacramentalmente. La misma revelación es un sacramento, formado por Palabra y Obra.

Cristo es el gran sacramento.

La respuesta a una revelación sacramental es el elemento sacramental el que ha permear toda la vida de la fe, que se genera, vive y se expresa sacramentalmente.

Los sacramentos son “sacramentos de la fe”.

El Concilio Vaticano II tiene un texto en Sacrosantum Concilium 58 dice que los sacramentos suponen la fe, pero también la alimentan, la robustecen, la manifiestan, comunican la gracia y la fortalecen.

Se rompe esta realidad cuando se banalizan los sacramentos y cuando se abandona la vida sacramental.

Desde la ilustración se redujo la fe a la estructura de la fe.

En el caso del bautismo, la unidad entre fe y bautismo es estrechísima. Son dos fases de un único camino.

Así aparece en Mc 16,26, en la teología paulina, que propone expresiones paralelas entre fe y bautismo: lo que hace la fe lo hace el bautismo y viceversa. Para Kasper ni hay bautismo sin fe ni fe sin bautismo.

La tradición patrística también lo dice. Para Tertuliano el bautismo es el sello de la fe, y la fe es el símbolo del bautismo. Son dos medios de salvación indisociables, dice San Basilio.

El RICA en los prenotandos lo dice también: fe y bautismo no son dos realidades yuxtapuestas sino dos aspectos de una misma realidad.

La fe prepara y conduce al bautismo. El bautismo requiere una fe inicial. La doctrina del “ex opere operato” pudo dar a entender lo contrario. Se quiso subrayar que el don de Cristo es irrevocable, pero no se puede obviar la fe en el sacramento. No cabe entender la gracia sin la concurrencia de la libertad. No se puede por tanto llevar al exceso ese principio.

La salvación no depende de quien la recibe, pero la acción de Dios requiere se acogida. Hace falta una fe inicial, no perfecta, en Cristo. En el rito del escrutinio consiste en verificar la fe.

En algunos ritos bautismales se preguntaba una parte del credo previo a cada una de las tres inmersiones.

El bautismo es a la vez origen de la fe: el bautismo ilumina: quienes lo reciben son iluminados por el Espíritu Santo. Los padres insisten esta expresión. Trento dice que la fe es infundida en el bautismo. En el RICA se dice que los neófitos son inundados en la fe al bautizarse.

“¿Qué pides a la Iglesia? La fe” se dice también en el ritual bautismal de adultos.

Esta es la perspectiva que justifica el bautismo de niños: que la gracia del bautismo procura el don de la fe.

La fe es eclesial

La iglesia es el medio permanente en el que la fe puede darse. Una fe no recibida en la Iglesia no es fe cristiana.

En el Catecismo está muy bien desarrollado este punto. El Concilio no lo abordó, al quedarse en la explicación de la fe como acto personal. El Catecismo habla de “creo” y del “creemos”.

El encuentro con Dios es imposible sin la comunión con los que se han encontrado con él. Decir yo creo es unirse a la comunidad de los creyentes. Nadie puede creer sólo como nadie puede vivir sólo.

Si yo me apartará de la Iglesia no podría creer en Jesucristo. Nadie se da a si mismo la fe y nadie se da a si mismo el bautismo.

Y para comunicar la fe necesito de la comunidad que como una cadena en la que yo soy sólo un eslabón, comunica la fe.

La fe no es la aceptación de lo que uno ha entendido, sino de lo que cree la Iglesia.

La entrega del Símbolo es muy significativa: las palabras son pocas, pero contienen grandes misterios.

Entregar el símbolo no es sólo entregar un contenido, no sólo el fides qua, sino el fides quae.

Cuando en el rito de elección la comunidad juzga: la Iglesia es la que llama a la fe y a recibir el bautismo.

Crecimiento en la adhesión a Cristo

Crece la intensidad de la entrega a Dios, crece la acogida de la revelación, en la que la escucha de la Palabra es fundamental, y crece el compromiso y la operatividad.

Existe una suavidad en la asunción de la fe, como fruto del Espíritu. Es importante la mistagogía, que tenemos muy abandonada. Preparamos a los catecúmenos y les dejamos. No hay una continuidad para acompañarlos en el camino de la fe y de los sacramentos.

El Papa Francisco nos pide recuperar esta dimensión, también el Directorio para la Catequesis.

La fe se convierte además en fe vivida, y la vida de fe fortalece la fe. También se fortalece el testimonio y el testimonio fortalece la fe.

La fe crecer con los sacramentos, sobre todo con la confirmación y la eucaristía.

La fe y los sacramentos van juntos: no hay una pastoral evangelizadora que no sea pastoral sacramental. El despertar de la fe pasa por el despertar de la vida sacramental.

También es importante ver como al fe crece cuando se hace más eclesial. La etapa mistagógica tiene como objetivo incorporar a la experiencia de la comunidad (RICA, 7). Claro: son necesarias comunidades vivas y acogedoras.

En la comunidad se aprende el lenguaje de la fe, y con él, la inteligencia de la fe.

Es necesario un itinerario catecumenal. Es fundamental una fe activa, una fe madura.

Concluyendo: sólo teniendo una visión integral de la fe, que entienda su sacramentalidad y su eclesialidad, podemos proponer la fe y la vida cristiana (Cf.: Lumen fidei nº 40).

En el diálogo monseñor Conesa:

Comentó que la fe es viva, es dinámica, por lo que el bautismo es para siempre, pero puede quedar relegado al abandono existencialmente.

Al final del Camino hay que favorecer que el peregrino encuentro signos concretos para profesar la fe y rezar el Padrenuestro.

Monseñor Agrelo preguntó sobre el orden de los sacramentos de iniciación cristiana, y reivindicó en la ponencia la importancia de la presencia de Jesús en la comunidad y en los pobres, que el único sacrificio que hay que pedir a los fieles es el de Jesús: vivir la Palabra de Dios, y el sacerdocio común de los fieles.

Monseñor Conesa dijo que respecto al orden de los sacramentos en la iniciación cristiana (confirmación y eucaristía), lo importante es que n o pierda importancia la eucaristía.

Habló también del lenguaje. Alguien dijo que si tuviera que explicarle a su hijo la transustanciación nunca le diría esa palabra, sino que le daría ejemplo arrodillándome ante la Eucaristía.

También dijo que es cierto que no hemos valorado suficientemente el sacerdocio común de los fieles.

Reconoce que por centrarse en el objetivo de la ponencia no ha abordado la dimensión de lucha de la fe.

Comentó que de nada sirve decirles a los fieles que son Iglesia y luego no darles participación real, que supone un cambio de mentalidad con respecto a la vocación de los laicos.

También habló, respondiendo a otra pregunta, del abuso de la conciencia, a lo que cual tendemos continuamente.

 

Alfonso Novo Cid Fuentes

Profesor en el ITC

El sentido del exorcismo en la práctica catecumenal

A principios del siglo III, en una obra atribuida a San Hipólito se mencionan los exorcismos incluso diarios a los que sometían los que se preparaban a la iniciación cristiana.

El exorcismo forma parte de una tradición cultural y religiosa precristiana. Jesús es presentado como un exorcista. Aparece incluso como prueba de fuego de su identidad, aunque el mismo evangelio muestra la ambigüedad de la autoría del exorcismo: puede ser de Dios o puede ser del mismo jefe de los deminios.

¿A qué viene esta lucha con los demonios? Ya sabemos lo que se dice: que el más hábil de los trucos del demonio consiste en hacer creer que no existe. Yo creo lo contrario: su más hábil estrategia es que sepamos que existe, porque lo que él quiere es la difusión del mal, y si a todos los males le quitamos la responsabilidades personales, para relegarlos a una fuerza maligna, el mal crece.

Si los demonios son los únicos autores del mal de acto humano y a la vez autores del padecimiento del mal inevitable, les reconocemos un poder que al final se convierten en ministros de Dios que ejecutan sus sentencias. En este mundo es mucho más fácil buscar culpables que buscar soluciones. Buscar un único responsable del mal nos evita la fatiga por buscar las causas del mal. No nos ayuda a resolver los males.

El mal es una experiencia múltiple, irreducible a un único principio. Vemos males en lo que en otros supone un bien. El mal es relativo en el sentido de que existe no en sí mismo, sino en algo y en alguien, y siempre con un fin. Entendemos comúnmente en el pensar cristiano que la creación de Dios tiene unos fines. El mal nos aparta del verdadero fin de las cosas.

La creencia en que los demonios están por todas partes e influyen en todo, es especialmente presente en el pensamiento apocalíptico de los extremistas, que como nos enseñó Humberto Eco, es propio de los no integrados.

En el nacimiento del cristianismo se creía que el mundo estaba sometido a los poderes de Satanás. El que el mundo esté formado por fuerzas malignas hace que se confunda lo profano con lo impuro.

Los ritos para exorcizar a los bautizados se desarrollan en un mundo especialmente proclive al imaginario de los poderes del mal. La idea era clara: Los dioses de los paganos son en realidad demonios que han convencido a los hombres de que son dioses.

Los que procedían del paganismo no tenían nada a que aferrarse. Tenían que perder todas sus prácticas religiosas. Y el cristianismo tenía que ofrecer apoyo a estos paganos y ser acogidos con formas de sacralización. El cristianismo asumió la diferencia entre sagrado y profano, con métodos y técnicas de sacralización.

Amando Matteo

Subsecretario adjunto de la Congregación de la Doctrina de la fe.

Convertir a Peter Pan. Iniciar a los adultos en la sociedad de la eterna juventud.

Vivimos en una sociedad sin adultos. Estos o han llegado a ser ancianos, o son niños grandes, adolescentes grandes, jóvenes grandes. El joven es el paradigma del ser ideal.

Es el síndrome de Peter Pan que padece el mundo occidental. Y esto afecta a la fe y a la transmisión de la fe.

Peter Pan es el niño que no quiere crecer. Hoy la sociedad no deja que el niño pueda crecer. El mercado ve a todos como jóvenes. Es el mito de la eterna juventud.

Hay una vacuna contra el síndrome de Peter Pan, que es hacer descubrir a los adultos la alegría de poder dar alegría propia de su edad.

¿Dónde están los hombres y las mujeres adultos, que han dejado los cuidados de la juventud y alcanzado la madurez? Se tratan continuamente para ser como sus hijos, a quienes tratan de mimetizarse.

Esta es la denuncia del libro “Sin adultos” de Mariano Narodowski. El adulto del que hablamos es que realiza el pleno cumplimiento de la madurez humana, capaz de olvidarse de sí mismo para preocuparse de los demás. Es el que más puede ser generoso. Es llegar a realizar la condición humana. Se convierte así en testigo privilegiado de la verdad humano para las generaciones siguientes a la suya.

Los adultos ya no son los de antes. Han sido los promotores de una realidad extraordinaria.

Los nacidos entre el 66 y el 94, los boomers, en España podemos situarlos en una década antes. Quieren mantenerse jóvenes a toda costa. Conservan en sí mismo el significante “jóvenes”, porque jóvenes como lo han sido ellos nadie podrá serlo. Esto no tiene nada que ver con el espíritu de juventud o la juventud de espíritu, sino de seguridad en el propio encanto y en hacer experiencias nuevas y tener éxito. Su horizonte de referencia es el de ser lo menos adulto posible, aprovechar sus ventajas evitando sus inconvenientes.

La juventud adquiere valor de modelo para toda la existencia. Es una auténtica liquidación de la edad adulta. Nadie debe ser maduro porque la vida familiar y la paternidad quedan relegados al ámbito privado.

El Papa Francisco en Christus Vivit hace referencia (nº 81-82) a la ignorancia de la historia como propuesta para hacer lo que quieren de vosotros, propia de las ideologías que necesiten jóvenes que desconozcan y rechacen la historia. Y además promueven una adoración de la juventud, haciendo del cuerpo joven en un modelo que todos deben mantener.

El sistema económico imperante explota además este engaño. Los mantiene a los adultos en la vejez como consumidores jóvenes. El cuidado de la descendencia pierde.

¿Cómo hemos llegado a esto que el Papa llama adoración a la juventud? El Papa Francisco nos pone en la situación de un cambio de época. Vivimos transformaciones no sólo cuantitativas sino cualitativas, saltos de nivel con respecto a la presencia de nuestra especie en el mundo.

Gracias a los avances de la técnica, el advenimiento de nuevos ideales, el bienestar, la condición de los adultos ha dejado de ser fatigosa.

La firme voluntad de ser siempre jóvenes esta favorecida por estas situaciones nuevas.

La transformación es tal, que cuenta con el apoyo de la prolongación de la edad de los seres humanos.  Vivir más años ofrece más posibilidades a la “eterna juventud”, sobre todo para los más acomodados.

La vida no encuentra su representación pertinente en un embudo, que le lleva al ser humano a un estrechamiento en sus posibilidades hasta la muerte. La facilidad para la inmediatez en la información y en la comunicación es igual para los adultos que para los jóvenes, pero además los adultos tienen más tiempo.

Somos la primera generación en Occidente que estamos encantados con el mundo, que ya no es un valle de lágrimas.

Peter Pan es peligroso. No es una moda pasajera. Saltan por los aires los roles de adultos y jóvenes en las familias y en la educación.

Queda dañada la propuesta de la fe, en el contexto de la “exorcización” lingüística de la ancianidad y de la muerte. La juventud se convierte en un dios.

Nos toca anunciar que hay vida más allá de la juventud. Hace falta un nuevo elogio de lo adulto. Hemos nacido para ser adultos.

Tres urgencias pastorales:

1.- Que la comunidad cristiana fije bien la identidad de los adultos, dada la interrupción de la transmisión de la fe con los nativos digitales. El cristianismo del futuro o será para los adultos o no será para nadie.

2.- Convertir a Peter Pan para llevar a todos a Jesús. Para ello, entre otras cosas, recuperando la oración de los adultos: el adulto del pasado se caracterizada por ser persona de oración.

3.- La urgencia educativa, con el pacto educativo.

En el diálogo:

Preguntado por los jóvenes, dijo que es a ellos a los que hay que enseñar que no deben mantener la imagen de su juventud como modelo para el resto de su vida. No deben prolongar artificialmente su juventud, sino descubrir que la misión de la juventud es alcanzar la generosidad y la madurez de la adultez.

Monseñor Agrelo comentó que no es verdad que los adultos no sufran. Hay mucha gente que sufre, en todas partes.

El ponente responde que vivimos en una sociedad en la que la que no hay espacio al reconocimiento a la pobreza y al dolor. Es una sociedad aporofóbica, tiene fobia a los pobres. Eso hace que, aunque exista la pobreza, se esconde, se disimula, no se reconoce.

También explicó que en este cambio de época para los adultos, es como si a un niño le regalasen un Ferrari.

Monseñor Julián Barrio Barrio.

Arzobispo de Santiago de época.

Conclusión de las jornadas.

Este cambio de época lo estamos viviendo en el final de una era, que ha modificado profundamente la transmisión de la fe. Vivimos en una cultura individualista.

El camino para ser cristiano puede ser rápido o largo, pero tiene unas etapas, unos pasos indispensables, un itinerario catequético, que sólo se pueden dar en una comunidad cristiana que haya renovado su carácter misionero.

La catequesis de la iniciación cristiana supone también recuperar el catecumenado bautismal de adultos y a la vez orientar a los bautizados el seguimiento de Cristo.

Las familias y los sacerdotes coinciden en la importancia de este proceso de iniciación cristiana, lo que nos lleva a procurar una mejor formación de los catequistas y una promoción de la vocación del catequista, así como a la implicación de todos en la catequesis.

Nunca se han hecho tantos esfuerzos como ahora en la catequesis y en la pastoral con los niños y los jóvenes. La catequesis no debe limitarse a la enseñanza de los contenidos de la fe, sino debe ser una escuela integral que lleva a la oración, a la vida comunitaria, a la celebración litúrgica, al testimonio y a la caridad.

En medio de este final de era mi oración es que aquí resuene la esperanza.