NATIVIDAD DEL SEÑOR: LA LUZ QUE DISIPA LAS TINIEBLAS
Isaías 52,7-10; Hebreos 1,1-6; Juan 1,1-18
HABLA LA PALABRA: Bajo la visión de Dios
La Palabra de Dios en esta gran fiesta nos desvela, por fin, el misterio de Dios escondido desde toda la eternidad:
- El pueblo elegido vivía de la experiencia de ser el pueblo protegido y salvado por Dios. Pero desde la zarza ardiendo en el monte Sinaí, nunca pensó que fuese visible ver a Dios cara a cara. Sólo el profeta Isaías se atrevió a anunciar que llegaría a verlo, ante lo que los israelitas más puritanos no se rasgaron las vestiduras por entenderlo en sentido figurado: “Escucha, tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión”.
- En la carta a los Hebreos pasamos del ver al hablar, porque exceptuando el mencionado encuentro de Moisés en el Sinaí, nunca Dios había hablado directamente al hombre, sino “en distintas ocasiones y de muchas maneras” pero siempre “por los profetas”. Ahora, en cambio, Dios habla al hombre directamente, sin otra mediación que su propio Hijo, “al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo”.
- Será Juan, en el texto de mayor profundidad teológica que existe, el prologo de su Evangelio, quien nos lo explique con una belleza incomparable: “La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció”.
- Ver a Dios o escuchar a Dios es lo mismo, porque consiste en dejarse alumbrar por la luz de Cristo, que nos mira y nos habla, y al hacerlo despierta en nosotros todas nuestras entrañas, porque fuimos creados por el Padre a su imagen y semejanza. A pesar de ello, no siempre lo reconocemos. Vivimos, por así decirlo, entre la luz que todo lo ilumina, y las tinieblas en las que nos escondemos de ella.
HABLA EL CORAZÓN: Bajo la luz de Dios
Explicaba hace unos años el Papa Francisco:
- Que en este tiempo en el que “el espíritu de las tinieblas cubre el mundo”, se renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: “el pueblo en camino ve una gran luz”. Y advertía que para ver esta luz, es necesario ponerse en camino: “nuestra identidad como creyentes es la de peregrinos hacia la tierra prometida”. Un camino en el que “se alternan momentos de luz y de tiniebla, de fidelidad y de infidelidad, de obediencia y de rebelión (…), momentos luminosos y oscuros, luces y sombras”.
- De tal manera, nos explicaba el Papa, que “si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera. “Quien aborrece a su hermano -escribe el apóstol San Juan- está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos” (1 Jn2,11).
- Lo que nos une en este día a todos los cristianos, y a todos los que no cierren del todo su corazón a la esperanza cristiana es que Dios “ha venido a nuestra historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de sabiduría, no es un ideal al que tendemos y del que nos sabemos por fuerza distantes, es el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su tienda entre nosotros”.
- Los pastores fueron los primeros que recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús. Y “fueron los primeros porque eran de los últimos, de los marginados. Y fueron los primeros porque estaban en vela aquella noche, guardando su rebaño”.
- Y nos invitaba a quedarnos con ellos, musitando una bella oración, en silencio, que ha de nacer de lo más profundo de nuestro corazón: “Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu rango por nosotros. Tú eres inmenso, y te has hecho pequeño; eres rico, y te has hecho pobre; eres omnipotente, y te has hecho débil”. Tu: la “luz que disipa las tinieblas”. Tu, que eres “nuestra paz”. Amén.
HABLA LA VIDA: Bajo la tregua de Dios
En la nochebuena de 1914, en uno de los tantos campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, mientras adornaban con signos navideños una de sus trincheras los soldados alemanes, escucharon con suficiente claridad como los británicos, desde su propia trinchera, entonaban el villancico más internacional: Noche de Paz. Desoyendo tantos unos como otros las ordenes de sus superiores, decidieron que al menos allí, en esa noche, y en ese lugar recóndito donde sólo se esperaba el amanecer para dispararse unos a otros, los soldados alemanes y británicos decretaron “una tregua”, un momento de luz en medio de las tinieblas de la guerra, y aquel día de Navidad pasaron de unas trincheras a otras, y celebraron juntos que en ese día nacía de nuevo, entre ellos, el Príncipe de la Paz, “la luz que disipa las tinieblas”.
Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.