TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A): MOMIAS DE MUSEO

Malaquías 1, 14-2,2b.8-10; 1 Tesalonicenses 29, 7b-9.13; Mateo 23,1-12

HABLA LA PALABRA: Examen de conciencia

Las lecturas bíblicas de este domingo nos ayudan, aunque no estemos en cuaresma, a hacer un examen de conciencia, pero también a dar muchas gracias a Dios:

  • De la mano de Malaquías, podemos preguntarnos si también nosotros, especialmente los sacerdotes, como aquellos sacerdotes a los que se dirige el profeta, nos hemos apartado del camino.
  • De la mano del apóstol Pablo podemos dar infinitas gracias a Dios, al menos porque hemos “acogido la Palabra de Dios no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios”. Si sigue operante o no en nosotros, también se cuestión de examinarse cada uno.
  • Pero lo más importante es que de la mano del Evangelio de Mateo, hemos conocido como Jesús desmontaba la mentira de los fariseos y nos daba la “prueba del algodón” de nuestra fidelidad, lo que también sirve al propósito de nuestro examen de conciencia: ¿Hacemos nosotros lo que les decimos que hagan a los demás? ¿Hacemos el bien para que nos vean? ¿Nos dejamos llamar maestros? O, en cambio, ¿somos los servidores de todos, no nos consideramos los mejores, vivimos en la humildad, es decir, en la verdad?.

HABLA EL CORAZÓN: Las tentaciones de hoy como Iglesia

Ya que estamos de examen de conciencia, no nos vendría nada mal asomarnos a la finísima descripción que el Papa Francisco hace de las nuevas tentaciones que como cristianos, como hijos de la Iglesia, como Iglesia, tenemos hoy:

  • La acedia egoísta: Las personas necesitan imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante (…) Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como “el más preciado de los elixires del demonio”. Llamados a iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo apostólico.
  • El pesimismo estéril: Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Co 12,9). 
  • La mundanidad espiritual: Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres.
  • La guerra entre nosotros: Me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?

HABLA LA VIDA: El embudo al revés

Cuando una niña preguntó al Papa Francisco, en las primeras semanas de su pontificado, porque se había quedado a vivir en la residencia de Santa Marta en lugar de los apartamentos papales, Francisco la contesto diciendo que porque le pareció que estos eran como un embudo al revés: una puerta ancha para salir, pero otra muy estrecha para entrar. No quería vivir aislado, encerrado, sino en lo posible lo más en contacto con la vida real de la gente. En realidad, este deseo podemos compartirlo todos nosotros, porque todos estamos tentados a encerrarnos, como los fariseos, en el castillo de nuestras seguridades y comodidades.

Manuel María  Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de Madrid