Joel 2,12-18; 2 Corintios 5-20-6,2; Mateo 6,1-6.16-18.
HABLA LA PALABRA: Cuaresma es tiempo de misericordia
Con el Miércoles de Ceniza comenzamos la cuaresma, con la que la pedagogía de la Iglesia nos propone prepararnos, personal y comunitariamente, a la celebración y actualización renovada del Misterio Pascual: la pasión, la muerte, y la resurrección de Cristo. Las lecturas de este día nos dan las claves de esta preparación:
El libro de Joel nos muestra como en la Antigua Alianza se vivían también tiempos especiales marcadas por el arrepentimiento “de corazón” por la infidelidad a la alianza con Dios, y la confianza creciente en la misericordia de Dios.
Estas dos actitudes se vuelven oración sincera en el salmo 50, el miserere, en el que la prioridad está en la petición de la gracia de Dios para que nos conceda un “corazón puro”.
San Pablo en su segunda carta a los Corintios nos presenta la novedad de la Nueva Alianza en relación a la misericordia de Dios: el don de Cristo, del que, sin haber pecado, entregó su vida como expiación por nuestros pecados.
Y Jesús, en el relato del Evangelio de Mateo, nos propone dar un nuevo sentido, desde la humidad y la discreción, a tres viejas prácticas penitenciales: el ayuno, la oración, y la limosna, que expresan tres cosas complementarias: tener gestos de arrepentimiento (ayuno), pedir el don de la misericordia (oración) y ser nosotros mismos misericordiosos (limosna).
HABLA EL CORAZÓN: La riquísima pobreza de la limosna
En una ocasión el Papa Francisco explicó el verdadero sentido de la limosna, recordando esta afirmación paulina: “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”. Y explicaba:
Que el “para enriqueceros con su pobreza” no es un juego de palabras ni una expresión para causar sensación, sino “la síntesis de la lógica de Dios”. Porque “Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica”. Sino que “la pobreza de Cristo es la mayor riqueza”, y Cristo “nos invita a enriquecernos con esta rica pobreza y pobre riqueza suyas”. Es más, “la riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza”.
Por eso mismo, “la miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza”. Y distingue tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual: Si la miseria material es fruto de la injusticia social, la miseria moral es fruto del pecado personal, pero también del pecado social que ha promovido la miseria material. Y la miseria espiritual -la sustitución de la fe y de la esperanza por la autosuficiencia- es consecuencia a su vez de la miseria moral.
A la miseria material se la combate con la caridad y la justicia, a la moral y a la espiritual con la misericordia. Y a las tres no se las combate desde la pobrísima riqueza, sino desde la riquísima pobreza. La Cuaresma por eso “es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele (…) Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”, nos dice el Papa.
HABLA LA VIDA: Dio todo lo que tenía
Un día me dijo un sacerdote: “¿Sabes que esta semana he conocido a la viuda del Evangelio? Si, ¿la que hecho dos monedas como limosna y de la que Jesús dice que había echado más que nadie, porque los demás dieron lo que les sobraba y ella en cambio dio todo lo que tenía? Me lo contó una joven viuda, que no conseguía percibir la pensión del marido, y con la casa hipotecada. En el momento máximo de desesperación vino a misa un día, después de años sin pisar una iglesia. Sólo podía salvarla un milagro. Y sólo tenía 50 euros, no ya en el bolso, sino era todo el dinero que tenía. En la colecta tuvo un gesto del que ella misma se extraño, y echo los 50 euros a la cesta. Rezó con fervor. Sintió una gran paz. A los pocos días la llamaron. Recibiría la pensión de su marido, y una compensación económica. Vino a contármelo llorando, y yo la dije que Jesús ya había hablado de ella”.
Manuel María Bru Alonso, delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid