Meditación propuesta en los Ejercicios Espirituales para catequistas en el Centro Mariapolis en las Matas (18 de marzo de 2023): «Mirad qué amor nos tiene Dios» (impartida por Manuel María Bru Alonso, delegado episcopal de Catequesis.
Ofrecemos: el PDF con la presentación, los dos video-clips de las oraciones de la presentación, y el texto seguido de la meditación:
PDF DE LA PRESENTACIÓN:
ORACIÓN INICIAL: Video clip de la canción «Busco tu rostro»:
ORACIÓN FINAL: Video clip de la canción «Abba Padre»:
RETIRO ESPRITUAL
MIRAD QUE AMOR NOS TIENE DIOS
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues, ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es (1Jn 3,1-2).
PARTES DE LA MEDITACIÓN:
1.- Una mirada suscitada por un encuentro, el encuentro con Dios-Amor: tu Padre, tu luz, tu salvación.
- IMAGEN: Nostalgia de Dios
2.- Descubrir a Dios
- IMAGEN: ¡He buscado y he encontrado!
3.- Descubrir que Dios es amor
- IMAGEN: El mandamiento “cero”
4.- Descubrir la paternidad de Dios
- IMAGEN: Las manos de mi padre, los labios de mi madre
5.- Descubrir la luminosidad de Dios
- IMAGEN: “Me hablaron siempre de un Dios menor”.
6.- Descubrir como Dios te abraza, te levanta, y te mira con su misericordia:
- IMAGEN: La gente honrada no se embebe de la gracia
7.- La confesión en Dios-Amor, Uno y Trino.
- IMAGEN: La inmensidad dentro de mí
1.- Una mirada suscitada por un encuentro, el encuentro con Dios-Amor: tu Padre, tu luz, tu salvación.
- IMAGEN: Nostalgia de Dios:
- Muchos turistas entran en las iglesias para contemplar su arte, refugiarse del frío o del calor, o descansar un poco en los bancos. Un día uno entró en la Parroquia de San Jerónimo el Real y me dijo: “Tengo la sensación como de volver a casa, a una casa en la que nunca he estado. No se porque, pero aquí se esta bien”. Y yo le dije: “Es la nostalgia de Dios, porque aquí te sientes querido”.
- Hay una infancia remota, que no lleva a los meses de gestación en el seno de nuestras madres, y que se pierde en la infinitud del tiempo, desde que fuimos soñados por Dios…
- En el libro del escritor judío George Steiner titulado “Nostalgia de absoluto”, se nos explica como esta nostalgia es hoy más evidente que nunca, por la decadencia del hombre occidental tras el fracaso de las profecías de la sospecha del siglo XX (Marx, Freud y Levi-Strauss), tan fuertes que ni siquiera él logro recuperar la fe.
- En cambio, para San Agustín el reencuentro con Dios llegó tras un largo camino interior. Dios no estaba tan lejos como parecía: “¡Tarde te amé! Hermosura, tan antigua y tan nueva. ¡Tarde te amé! Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz”.
“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”. Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna” (cf. 3, 16). BENEDICTO XVI (Deus Caritas est, 1).
2.- Descubrir a Dios
- IMAGEN: ¡He buscado y he encontrado!
- El escritor André Frossard fue uno de los jóvenes dirigentes del Partido Comunista francés y un ateo convencido. Pero en 1935 (tenía 20 años), su vida cambió cuando entró en una iglesia a cuya puerta había quedado con un amigo, cansado de tanto esperarle.
- Relata así ese encuentro: «Habiendo entrado a las 5:10 en una capilla del barrio latino de París para buscar a un amigo, me encontré saliendo a las 5:15 en compañía de una amistad que no era de esta tierra». Su principal obra se titula: “Dios existe, yo me lo encontré”. La fe abrazada (objetiva y subjetiva) pasó a ser lo más importante para Frossard. La abrazó cada día con mayor fuerza hasta el final, y eso que cuando se convirtió sus padres lo llevaron a un psicólogo que les dijo que tenía la “enfermedad de la espiritualidad”, pero que se pasaría en pocos meses…
Estamos llamados a descubrir o a redescubrir a Dios. Porque a Dios nunca lo descubrimos del todo. Nunca lo abarcamos del todo. Nunca lo conocemos del todo. No poseemos la verdad de Dios. Pero si lo encontramos, su verdad si que puede poseernos a nosotros.
Tanto la conversión a la fe, como el paso de una fe heredada a una fe asumida tras el primer anuncio del kerigma cristiano, es sólo posible desde la experiencia personal, única, inexplicable, inmensurable, e incomparablemente impresionante de Dios.
Normalmente es una gracia que hay que pedir (yo lloré la primera noche de mis primeros ejercicios por no encontrarla).
En realidad, si hubiese algún verbo capaz de mostrar esta vivencia singular, sería el de acoger: acoger un don, un regalo, una gran noticia, una revelación, a una persona.
Si, se trata de un encuentro personal, aparentemente casual, como todo encuentro personal, porque es un encuentro gratuito, inmerecido, desprogramado. Jesús mostró el rostro del Padre a través de encuentros personales: con Nicodemo (Jn3,1-20), con la Samaritana (Jn4,7-26), con Mateo (Lc5,27), etc…
Uno de repente se descubre habiendo encontrado algo muy grande, completamente nuevo, capaz de desplazar todos los deseos de antes, todos los intereses de antes, todos los gustos de antes… es el comienzo de una aventura nueva, que lo transforma todo, lo remueve todo, lo renueva todo.
3.- Descubrir que Dios es Amor
- IMAGEN: El mandamiento “cero”
- Éramos muy jóvenes. Cientos de jóvenes reunidos para celebrar juntos la Pascua juvenil en una gran casa religiosa de Zaragoza. Nos presentan a un gran conferenciante, José Antonio Sayes, un teólogo afamado. Nos preguntamos si estaremos a la altura para entenderle. ¡Y ya lo creo que lo entendimos! Empezó tomándonos el pelo. Empezó diciéndonos que en el libro del Éxodo había un fallo:
- Moisés no podía haber bajado el Monte Sinaí con 10 mandamiento en sus tablas, porque faltaba un mandamiento. Seguramente perdió en el camino una tabla con ese mandamiento, o se le debió de olvidar al dedo de Dios grabarlo a fuego sobre aquellas tablas, o tal vez no se le olvido por que lo dio por su puesto.
- ¿Sabéis cual es ese mandamiento? Nos preguntaba el teólogo, mientras nosotros nos mirábamos unos a otros con extrañeza. Y nos dijo: Es el “Mandamiento cero”, y dice así: “Dejase amar por Dios”, hasta que su amor inunde todo nuestro corazón, toda nuestra mente, todas nuestras fuerzas. Porque sólo después, podremos amar a Dios y amar al prójimo con todo nuestro corazón, toda nuestra mente, y todas nuestras fuerzas.
- A mi lado un joven que se había puesto muy nervioso cuando el teólogo dijo que faltaba un mandamiento se relaja. Cierra los ojos. Y me susurra: “Tiene razón. Nos faltaba el mandamiento cero: Dejarse amar por Dios”.
¿Podría una frase tratar de explicar en que consiste este descubrimiento? Si, san Juan se atrevió a dar un titular a la «buena nueva», a la buena noticia del Evangelio, a la revelación cristiana: «Dios es amor» (1Jn 4,8). Estamos llamados a descubrir que Dios es amor.
No son meras palabras, ni se comprenden con oírlas, ni al pronunciarlas, porque siendo revelación, y el núcleo de la revelación, no son fruto de una reflexión, sino de una comunicación que se acoge sólo desde una experiencia, y para entenderlas hay que dejar que nos calen bien adentro.
Hay que descubrirse ante ellas, sin temor, sin prejuicios, como quien se pone bajo la lluvia, y alza la mirada al cielo, y abre los brazos, y se deja empapar, en lugar de escapar, o de abrir un paraguas… Déjate empapar de esta verdad.
Y, esto es muy importante, hay que postrarse ante el Misterio de esta revelación, como Moisés ante la zarza ardiendo. Cuando pronunciamos estas palabras, no sabemos aún casi nada del misterio insondable que esconden. Necesitamos toda la vida para mendigar el amor de Dios, para buscar día a día a Dios-Amor, y para encontrarlo en los múltiples kairos (momentos de Dios) que él, y sólo él, nos irá regalando a lo largo de la vida.
4.- Descubrir la paternidad de Dios
- IMAGEN: Las manos de mi padre, los labios de mi madre
Muchos si que llegaron a vislumbrar a través de su experiencia como hijos algo del misterio de Dios-Padre y de Dios-madre, todo amor y misericordia, como aquel sacerdote francés, Aimé Duval, que recordando su infancia decía:
“Las manos de mi padre, los labios de mi madre, me enseñaron de Dios mucho más que mi catecismo. En casa rezábamos cada día la oración de la noche en común. Es algo que recuerdo y recordaré mientras viva. Mi hermana Elena recitaba las oraciones. Demasiado largas para los niños, poco a poco iba aumentando en velocidad, embrollándose, abreviando, hasta que mi padre le decía vuelve a empezar. Entonces yo iba aprendiendo que hace falta hablar con Dios despacio, seria y delicadamente. Es curioso cómo me acuerdo de la postura de mi padre. El que por sus trabajos en el campo siempre estaba cansado después de cenar, se arrodillaba, la frente entre las manos sin mirar a sus hijos, sin impacientarse. Yo pensaba: mi padre que es valiente, que manda en casa, que es insensible ante la mala suerte y no se inmuta ante los ricos, y los malos, ahora se hace un niño pequeño ante Dios. ¡Cómo cambia para hablar con él! Debe ser muy grande Dios para que mi padre se arrodille ante El y muy bueno para que se ponga a hablarle sin mudarse de ropa. En cambio, a mi madre nunca la vi de rodillas. Demasiado cansada se sentaba con mi hermano pequeño en sus brazos y todos nosotros muy cerca de ella. Musitaba las oraciones de punta a cabo todo en voz baja. Lo más curioso es que no paraba de mirarnos uno tras otro, una mirada para cada uno, más larga… para los más pequeños. Yo pensaba, debe ser muy sencillo Dios cuando se le puede hablar teniendo un niño en brazos y en delantal”.
¡Abba, Padre! Para algunos les costará descubrir la paternidad de Dios desde la experiencia humana de relación con su padre terrenal, como aquel chaval se dio cuenta de las cosas no habían cambiado en casa cuando volvió su padre de la cárcel, porque su padre no había cambiado…
Estamos llamados a descubrir que Dios es Padre, un padre que se desvive por ti, que está pendiente de ti, que sólo busca tu bien, que te ama infinitamente, con quien puedes siempre dialogar, ininterrumpidamente, a quien confiar todo, absolutamente todo, seguro de que jamás apartará su mirada, jamás dejará de escucharte, jamás se enfadará contigo, aunque posiblemente llore y sufra mucho por ti,
Un padre que jamás, jamás, dejará de respetar tu libertad, jamás impondrá su poder y su sabiduría infinita ante tus equivocaciones (hasta el punto de arriesgar la posibilidad de perderte para siempre), que te volverá a perdonar siempre, a cuidar siempre, a enseñar siempre… bastará un gesto tuyo de querer volver a él.
De hecho, la vida entera es una escuela, y Dios se sirve de todo en su infinita pedagogía, para mostrarnos su misericordia. En la escuela de Dios-Amor aprenderás quién es él, y el te lo enseñara con la pedagogía de su amor. Conocerás a Dios-Amor de la mano del único maestro que es Dios-Amor y con la única pedagogía posible que es también Dios-Amor.
5- Descubrir la luminosidad de Dios
- IMAGEN: “Me hablaron siempre de un Dios menor”.
- Un sacerdote amigo mío cuenta que recién ordenado, en un viaje en avión, se sentó junto alguien con quien mantuvo una larga conversación. Al presentarse aquel hombre, y al saber que mi amigo era sacerdote, le hizo muchas preguntas. Después le confesó que él no tenía fe. Y tras un largo silencio le confesó también que le hubiera gustado tener fe, pero que nunca la encontró, porque siempre “le hablaron de un Dios menor”.
- Las imágenes de Dios que le habían dado los creyentes eran muy pobres. Si Dios existe tendría que ser otra cosa, tendría que ser mucho más grande, mucho más sorprendente, mucho más desconcertante, mucho más interesante.
- Mi amigo cuenta que aquello marcó para siempre su ministerio sacerdotal. Le hizo tener una especial sensibilidad…. Y de preguntarse: ¿En qué Dios creo, con qué imagen de Dios me conformo? ¿De qué Dios predico? Y a lo largo de su vida, cuenta, se ha dado cuenta muchas veces de que, aún sin errar en nada en la fe que confesamos, transmitimos un Dios menor…. ¿Acaso no hay nada más luminoso que Dios?
El misterio de Dios es percibido por el hombre como numinoso y luminoso (enigmático, irreductible, asombroso), tremendo (desconcertante y temible) y fascinante (incomparable, maravilloso, admirable). Misterio en el lenguaje religioso no es lo mismo que “misterioso” en el lenguaje corriente, que hace referencia a lo inexplicable por obscuro, y no a lo inabarcable por enigmático y a la par totalmente luminoso. Es la diferencia entre no ver por falta de luz o estar deslumbrado por exceso de luz.
Pero, gracias a esta luminosidad desbordante y deslumbrante, descubrimos como Dios lo explica todo: si Dios es amor, nada puede escapar de su mirada de amor: acontecimientos, personas, situaciones, de mi propia historia, de toda la historia… todo tiene sentido. Puedo ir desentrañándolo. Es como dejarme inundar por una luz que a la vez que ilumina mi rostro, mi interior, mi pasado, da luz también a todo lo que me rodea. Su amor lo envuelve todo, lo sostiene todo, lo relaciona todo, y la historia, la tuya, la mía, la de toda la humanidad, es historia de salvación. El te descubre la unidad interior y exterior:
Antes los acontecimientos de la vida podían parecer inconexos, la vida era como una carrera de obstáculos, las cosas se presentaban y punto. O las aceptabas, o las disfrutabas, o las evitabas, o te rebelabas contra ellas…, pero ahora todo tiene sentido, cada cosa que pasa la ves con ojos nuevos: no es que ya no haya problemas, ni siquiera que no haya cosas que desconcierten e incomoden, ni cosas que animen o que alegren, pero es completamente distinto: empiezas a descubrir que en ti anida una nueva situación: es una paz interior, una unidad interior:
Si Dios me quiere, todo tiene su sitio, todo lo puedo ver con él, ponerlo en sus manos, preguntarle por su sentido, y así vislumbrar, aún siendo imperceptible, un hilo de oro que lo explica todo. Detrás del de lo que pasa, hay una imagen distinta. Entonces ves que tu vida no es un tapiz desdibujado, sino una obra de arte que Dios hace contigo, y que, tras esta parte del tapiz, se esconde el tapiz verdadero.
Antes podías pasar de la alegría más eufórica a las más caótica de las desilusiones. Porque dependías de las circunstancias, de las cosas, de las preocupaciones, de las situaciones, de los acontecimientos. Lo malo venía por si sólo, y a veces porque no podía ser de otro modo: si me lo estaba buscando…, lo bueno venía igual que se iba, y cuando trataba de prefabricarlo terminaba por desgastarse (la felicidad no se compra, ni se programa).
Ahora dentro de ti surge una alegría interior, más estable, más vigorosa, más fuerte. Encajas mejor los golpes, y no te dejas llevar por sobresaltos, no necesitas «emborracharte» de nada. Estas más contento, disfrutas más de las pequeñas cosas, sobre todo del trato con las personas, todo es nuevo y gratificante, porque detrás de cada palabra, de cada mirada, de cada rostro, esta Tu Dios, que te ama, que te espera, que te busca, que quiere de ti… Es toda una aventura nueva. San Ignacio de Loyola llamó a este descubrimiento la santa indiferencia: ya venga vida larga o corta, salud o enfermedad, riqueza o pobreza, … Dios lo es todo para mí. Confía en El: Fijaos cómo crecen los lirios, no se fatigan ni hilan; pues os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! (Lc 12,22-32).
6.- Descubrir como Dios te abraza, te levanta, y te mira con su misericordia:
- IMAGEN: La gente honrada no se embebe de la gracia
No es fácil descubrir la misericordia de Dios. Sólo los miserables la descubren. No la descubren, mientras lo sean o crean serlo, la “gente honrada”. Así lo explicaba el gran poeta católico francés Charles Péguy:
- La gente honrada no se embebe de la gracia. La gente más honrada, o sencillamente la gente honorada, o como quiera que se llame, carece de defectos en su armadura. No están heridos. Su piel moral, siempre intacta, forma un cuero y una coraza sin faltas. No presentan ese agujero que provoca una fuerte herida, un dolor constante, un pesar invencible, un punto de sutura nunca bien cosido, una mortal inquietud, una invencible ansiedad, una amargura oculta, una postración permanentemente disimulada, una cicatriz eternamente mal cerrada.
- Ellos no presentan se ingreso a la gracia que es esencialmente el pecado. Porque no están heridos no son vulnerables. Porque no les falta nada, nada les aporta. Porque no les falta nada no les aporta lo que es el todo. La caridad de Dios no cura a quien no está herido. El samaritano recogió a un hombre, porque estaba tirado en el suelo. Verónica limpió con un pañuelo el rostro de Jesús, porque estaba sucio. El que nunca se ha caído nunca será levantado; y el que no esta sucio no será limpiado. La gente honrada no se embebe de la gracia.
“Dios te ama inmensamente, y te ama como eres”. Y por eso, Dios lo salva todo, salva todo lo que eres: si nada escapa de su amor, tampoco nuestras limitaciones. Esta es la radical novedad de la misericordia de Dios.
Se recobra, además de la unidad interior, la paz interior. Porque te das cuenta de que ni tu ni los demás podéis exigirte ser perfectos. Sólo El, que es perfecto, puede darte el don de parecerte a El (Mt.5,48). Jesús ha utilizado todas las imágenes posibles para contarnos como el Padre nos ama, nos llama, nos perdona, nos acoge: la oveja perdida, la dracma, el hijo prodigo (Lc.15).
Jesús te enseña que Dios Padre te abraza con su misericordia, y te perdona antes incluso de que digas de que te arrepientes. Nos enseño para ello una hermosa parábola, la parábola del Hijo Pródigo: Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos… (Lucas, 15,20-24). Ni le dejo terminar su confesión ensayada: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti… El padre pone su dedo en sus labios. Lo importante no es la confesión, sino la gracia…
Jesús, el Hijo unigénito de Dios, te levanta cuando necesitas ser perdonado. Acuérdate de aquella ocasión en la que los fariseos le llevaron a una mujer que había pecado, y le preguntaron su parecer para lapidarla. ¿Qué hizo y que dijo Jesús?: Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”. Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más” (Juan 8, 10-11).
Jesús, el Hijo unigénito de Dios, te mira a los ojos, perdona tus pecados y saca lo mejor de ti: hace de ti una persona nueva. ¿Recuerdas del Evangelio como encontró a Zaqueo, qué le dijo?: Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa… (Lc. 19, 1-10).
Jesús te enseña a perdonar como lo hace Dios, sin límites, porque su amor, que te regala gratuitamente, es así, un amor sin límites. Te enseña a perdonar siempre, a perdonar del todo, a posponer el perdón al prójimo a cualquier ofrecimiento a Dios, e incluso a perdonar a tus enemigos: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos (Mateo 5, 44-45).
7.- Una mirada que suscita la confesión en Dios-Amor, Uno y Trino.
- IMAGEN: La inmensidad dentro de mí
Así contemplaba místicamente la Sierva de Dios Chiara Lubich la Trinidad en el fondo del corazón:
“¡La Trinidad dentro de mí! ¡El abismo dentro de mí! ¡La inmensidad dentro de mí! ¡La vorágine de amor dentro de mí! ¡El Padre, que Jesús nos ha anunciado, dentro de mí! ¡El Verbo! ¡El Espíritu Santo, que quiero poseer siempre para servir a la Iglesia, dentro de mí! No pido nada mejor. Quiero vivir en este abismo, perderme en ese sol, convivir con la Vida Eterna. ¿Entonces? Podar la vida exterior y vivir aquella interior. Tanto en cuanto corto las comunicaciones con el exterior, tanto más hablo con la Trinidad dentro de mí”.
Mi Dios no está lejos
Si. Creo en Dios Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra…
Pero, cuando su poder se me esconde,
cuando calla,
cuando parece que me deja…
¿Acaso no termino creyendo que esta lejos,
muy lejos,
demasiado lejos de mi.
y de lo que aquí nos pasa cada día?
¿Y cuando me veo a mi mismo,
criatura suya,
o veo a mis semejantes,
o descubro lo vulnerable que es la naturaleza,
su creación,
ante nuestras creaciones y destrucciones?
¿Donde queda entonces mi fe en el creador?
¿Donde queda mi fe en Dios cuando la fatalidad aparece ante mis ojos?
¿Donde encontrar su presencia cuando descubro el mal,
el dolor, la muerte, en mi y en mi alrededor?
¿Donde queda mi Dios cuando a fuerza de no encontrar respuestas,
termino por no hacerme ya preguntas?
¿Donde ponerle en mi vida cuando no me pregunto por su valor?
¿Y cuando huyo de mi mismo, y me refugio en la evasión,
o me dejo engañar por esa evasión colectiva que el mundo llama paradójicamente libertad?
¿Como creer en un Dios que no me estorbe, ni me inquiete, ni me zarandee?
¿No habré hecho de Dios una palabra,
una razón,
una lejana referencia,
una ultimidad demasiado última a la que referirme?
¿Creo entonces en el Dios del Evangelio, en Dios-Amor?,
¿o creo en el dios del deísmo:
frío, indiferente, insensible, infinitamente lejano, y ajeno?
¿Como amará un Dios solitario y suficiente?
¿Como querrá preocuparse de mí?
¿Como puedo yo importarle?
¿Como creer en Dios-amor,
cuando apenas le miro,
le hablo,
le escucho,
le hago hueco en mi vida,
en mis problemas,
en mi tiempo,
en mis opiniones,
en mis actos,
y sobre todo en mis deseos y anhelos,
últimos o cotidianos,
conscientes o inconscientes?
¿Quién esta lejos de quién?
¿Es mi Dios un Dios lejano del hombre,
o es mi humanidad una humanidad alejada de Dios?
Mi Dios no esta lejos.
Mi Dios esta aquí, siempre,
junto a mi,
en mi,
en lo más profundo de mi.
Mi Dios es mi Padre,
que no sólo sustenta toda la creación,
si no que también me sustenta a mi.
Sólo Él conoce el número de mis cabellos.
Sólo Él conoce el enrevesado mundo de mis interioridades.
Sólo Él puede valorar mis cualidades,
o ver crecer mis talentos,
o dolerse por mis pecados, o disculpar mis errores.
Es mi Dios el Hijo de Dios,
Modelo divino de mi humanidad,
eterno espejo donde encontrar la verdad de mi rostro,
Palabra única ante la que toda palabra mía se disuelve,
El es mi Señor,
mi amigo,
mi hermano,
el inseparable “Tu” que me acompaña,
me instruye,
me entrega su vida,
y muere por mi.
El es quien me llama y me lleva,
el Resucitado que me resucita.
Es mi Dios el Espíritu Santo,
El anida en mi corazón,
y querría abrasarlo.
El corre por mis venas,
e ilumina mi mente,
y querría venir más por mis oídos atolondrados
y por mis pensamientos paganos y mundanos.
Es mi Dios la Trinidad,
Es mi Dios Comunión,
Familia.
Amor infinito,
Unidad infinita entre Padre, Hijo, y Espíritu.
Es mi Dios uno y trino,
el modelo de mi humanidad,
el anhelo de mi mundo y de su historia,
el secreto de mi manera de ser,
el referente único de mi relación con mis hermanos los hombres,
Es Dios mi autentico hogar,
donde quiero vivir eternamente.
Con El, con cada uno de Ellos,
yo soy de verdad.
Este mi Dios,
es tu Dios,
es el único Dios.