En la película Bella hay una afirmación que se repite varias veces y que esconde, en pocas palabras, una gran verdad. Suena a sentencia teológica y dice así: “Dios se ríe de nuestros planes”. Y podíamos decir, “y de nuestras ideas”. Si hay algo que queda claro de las lecturas de este domingo es que la mentalidad de este mundo dista mucho de ser la mentalidad de Dios.

  • El profeta Isaías pone en boca del Eterno Padre una sentencia no menos extrema: “mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos. Como se alza el cielo por encima de la tierra se elevan mis caminos sobre vuestros caminos y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos”.
  • San Pablo continuamente nos insta a procurar “la mente de Cristo”, es decir, su mentalidad, su visión de las personas, de las cosas, de la vida, de la historia…, y en su carta a los Filipenses, nos pide que, para poder tener la mente de Cristo, vivamos una vida “digna del evangelio de Cristo”.
  • Y es Jesús en el Evangelio el que rompe todos nuestros esquemas mentales, también los que nacen de la autosuficiencia y la auto-seguridad propia nuestra cultura dominante, al decirnos que “los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos”, y al hacerlo como moraleja de la maravillosa parábola de los jornaleros de la última hora.

Convendría comprender tanto la parábola como la moraleja desde dos ángulos distintos: desde el personal y espiritual, y desde el social y moral:

  • En primer lugar, desde un punto de vista personal, tanto en la parábola como su conclusión –la de que los últimos serán los primeros y los primeros los últimos- la enseñanza de Jesús tiene mucho de juicio a la engañosa mentalidad del “rico de espíritu”, del autosuficiente ante Dios, del estereotipo del triunfador.
  • Pero sobre todo tiene mucho que ver con una gran promesa dirigida a los últimos de este mundo, los que para la mentalidad del mundo son “desgraciados”. Esa promesa que despliega toda la tipología humana de los bienaventurados, es decir, de los felices, de los agraciados para los ojos de Dios y por el juicio final (los injuriados, los que lloran, los perseguidos, los pacíficos, y todos los que sufren).
  • ¡Sí!: la mirada de Dios sobre el hombre dista mucho de la mirada con la que nos miramos a nosotros mismos: Dios ve la riqueza del pobre, es decir, la riqueza de la humildad que reconoce en Dios su mayor tesoro, y Dios ve también la pobreza del rico, el empobrecimiento personal de quien se basta a sí mismo y no necesita ni de Dios, ni de su gracia, ni de su providencia.
  • En segundo lugar, desde el punto de vista social, la parábola de los jornaleros de la última hora es una bofetada a la mentalidad mercantilista típica, en nuestro tiempo, del liberalismo capitalista, en la que la magnanimidad, que consiste en dar a los demás más de lo que se merecen, no sólo no cuenta, sino que distorsiona el mismo sistema. Nada más dañino para la idolatría del mercado, nos recuerda un día sí y otro también el Papa Francisco, que pretender introducir en él una justicia social que humanice la mera justicia conmutativa.
  • Así son últimos para este mundo, y primeros para Dios, los abandonados, los despreciados, los marginados y excluidos de todo tipo, los jóvenes sin esperanza y los ancianos solos.
  • Y también, los no nacidos, los últimos entre los últimos, aquellos a los que ni siquiera en las sociedades democráticas y del bienestar se les reconoce su sagrada e inviolable dignidad humana. Porque como dice un ilustre liberal (y todos los que desprecian el derecho a la vida de los no nacidos participan de este viejísimo principio liberal ilustrado), la vida del no nacido es propiedad privada de quien lo lleva en su seno, defendida a con el veneno o con la espada del quirófano por los sicarios del terror, amparada por los legisladores insensatos.

Este próximo fin de semana nuestro Cardenal Arzobispo encabeza una peregrinación diocesana al Santuario de Fátima, en su centenario. Allí nos ofrecerá a todos y a cada uno de nosotros ante la mirada de aquella que quiso decirnos a través de esos “últimos” que fueron los pastorcitos de un pobre rincón pobre de Portugal que ella estaría con todos “últimos” que parecerían en las dos guerras mundiales que se le avecinaba al mundo hace cien años. Bien podríamos encomendarle a la Virgen de Fátima a todos los últimos de este mundo, incluidos los no nacidos, que él los verá llegar como primeros en el Reino de los Cielos.  

HOMILÍA DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO (A)